Con el ajusticiamiento del dictador Rafael
Leónidas Trujillo, hace hoy 58 años, nació la libertad y la democracia
en la República Dominicana, dos valores supremos que jamás debemos poner
en riesgo o perder.
Los que fueron testigos sufrientes de la dictadura de 31 años conocen
a la perfección lo que es vivir en opresión, con miedo, con temor a
disentir o protestar y bajo estrictas condiciones de comportamiento,
impotentes ante una autoridad avasallante que no toleraba desafíos.
La corajuda decisión tomada por los hombres que finalmente se
empantalonaron para quitarle al país el yugo de la dictadura constituye
el punto de partida para el surgimiento de un sistema político basado en
las esencias de la democracia, la que se sostiene en su pilar más
importante y sagrado: la libertad.
Desde entonces, la construcción y fortalecimiento de ese sistema ha
sido el norte de esta sociedad, que ya ha puesto a prueba sus mecanismos
democráticos con la celebración de elecciones libres para la
alternabilidad en el poder, con un cuerpo de leyes para asegurar la
institucionalidad de los poderes públicos y con garantías
constitucionales para la expresión y difusión del pensamiento y para el
ejercicio de una prensa sin restricciones.
Al probar lo bueno que ha sido la vida en democracia y libertad, las
generaciones que surgieron después de la caída de Trujillo son incapaces
y reluctantes a admitir cualquier retroceso. En pocas palabras, ni
quieren ni aceptan una nueva dictadura, sea cual sea el ropaje con el
que pretenda revestirse, como las que han emergido bajo engaño y
triquiñuelas jurídicas en algunos países latinoamericanos.
La continuidad, sin límites, de un presidente en el poder, por medio
de la fuerza o bajo subterfugios legales, ha sido en varios países
latinoamericanos una de esas modalidades engañosas que al amparo de
antojadizas interpretaciones han conducido a trastocar la democracia y
abrirle el camino a la dictadura.
Atrás quedaron las formas usurpadoras de los golpes cívico-militares,
la imposición de presidentes patrocinados por fuerzas políticas
poderosas del extranjero o los magnicidios. Y en su lugar, han emergido
otras modalidades para asfixiar la democracia que, a la larga, terminan
asumiendo todas las características de la dictadura de Trujillo.
La más sutil de esas estratagemas engañosas es la de exaltar a los
líderes políticos como mesías, redentores, predestinados para la gloria o
insustituibles, vendiendo la idea de que sin ellos en el mando se
desploma el progreso y el futuro de la patria y hasta el mar puede
entrar.
Una falacia monumental.
Así vendieron a Trujillo y a la vista de la historia y de los
sobrevivientes y sufrientes de esa dictadura las huellas dejadas no son
más que las del estropicio de los más elementales derechos humanos, la
corrupción impune y sin castigo, la vida sin libertad y los crímenes de
Estado.
Este pueblo se casó con la libertad hace 58 años y nada ni nadie lo hará divorciarse de ella.
Tomado del editorial de
de la fecha ;-
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