
Sabíamos que en Brasil, mayoritariamente solidario, sensible al dolor
ajeno y que ama a sus pequeños, existían monstruos de odio. Confieso,
sin embargo, que ignoraba que fueran tantos y con tanta carga de
sadismo. Lo demuestran los comentarios sórdidos y hasta blasfemos que
invocan a Dios con motivo de la muerte de Arthur, de siete años, nieto
inocente de Lula, condenado y encarcelado por corrupción.
Un
niño aún no tiene tiempo de conocer hasta qué abismos de ceguera puede
conducir la política como ideología. Y cae sobre nuestras conciencias de
adultos la infamia de convertir en bromas baratas, ironía y sarcasmo en
las redes sociales el dolor de un abuelo por la pérdida de su nieto.
Lula, aún condenado y en la cárcel, no ha perdido ni su dignidad como
persona ni el pedazo de historia positiva que dejó escrita en este país.
Quienes llegan a alegrarse de la pérdida del nieto de Lula como un
castigo de Dios por haber apoyado como presidente a Gobiernos como el de
Venezuela —que hoy mata de hambre a sus niños, como he leído en este
diario— están revelando hasta qué pozo de ceguera y de insensibilidad
humana puede llegar el soberbio Homo sapiens.
Esa ausencia de empatía y de decoro ha contagiado a políticos con
grandes responsabilidades como el hijo del presidente Bolsonaro, el
diputado federal Eduardo, que todo lo que supo escribir en la red sobre
la triste muerte del nieto de Lula es que el expresidente debía estar
“en una cárcel común, como un preso común”.
Perguntado se Lula deveria sair da cadeia respondi que não - até por uma questão de isonomia com os demais presos.— Eduardo Bolsonaro (@BolsonaroSP) 2 de marzo de 2019
Agora, sobre a morte da criança é óbvio que é um fato lamentável e indesejável. Isso independe de ideologia.
Não misturem as coisas.
Lo escribió sin una sola
palabra de piedad o, por lo menos, de respeto por su enemigo político.
Le respondió Fernando Lula Negrao, quien apuntó que las palabras del
hijo del presidente eran propias "de la falta de misericordia, de los
odios, de las angustias y de la falta de amor que es típica de los
psicópatas, de los asesinos seriales y de los cobardes…” . Un juicio
duro que millones de brasileños que no han perdido la capacidad de
solidarizarse con el dolor ajeno aplauden.
También Alexandre Braga, seguramente otro de los millones de
brasileños sanos, no envenenados por la ideología, le respondió con
sensatez: “[Eduardo Bolsonaro] perdió la oportunidad de callarse. Lula
ya está acabado y preso. Respete el dolor del abuelo. Basta de ese odio
malvado y vamos a pensar en Brasil”.
Intenté recordar tiempos oscuros de la historia en los que el ser
humano llegó a degradarse hasta el punto de no solo no respetar la
inocencia de la infancia, sino de hacer de ella carne de infamia. Solo
me vinieron a la memoria aquellos campos de concentración nazi donde los
niños eran quemados vivos porque “no servían para trabajar”. Fue en uno
de aquellos campos donde uno de los responsables dedicaba la poca agua
que había a regar las flores de su jardín, dejando morir de sed a los
niños.
Para alguien como yo que ha dedicado tantas columnas a
contar lo positivo del alma brasileña (que tanto me ha enseñado y
reconfortado en los momentos en que no es difícil perder la confianza en
el ser humano), el hecho de leer comentarios sin alma, sin empatía,
cargados de odio, sarcasmo e incluso regocijándose de la muerte de un
inocente, solo por el odio a Lula, hace que prefiera no haber vivido
este día.
Soy de los periodistas que criticaron, en su momento, el hecho de que
Lula, que llegó con la esperanza de renovar la política, hubiese
acabado contagiado por los halagos de los poderosos y por la política
fácil de la corrupción. Hoy, sin embargo, ante esos camiones de basura
que las redes sociales están vomitando contra él y hasta contra el nieto
inocente que ha perdido, me atrevo a pedirle perdón en nombre de esos
millones de brasileños que aún no se han vendido al odio fácil y saben
aún mantener su dignidad ante la muerte de un niño.
Hubo quien escribió que, después de los campos de concentración del
nazismo, no era posible seguir creyendo en Dios. ¿Y después de esos
odios y sucios insultos lanzados contra Lula tras haber perdido a su
nieto, es posible seguir creyendo en Brasil? El Brasil de las cloacas,
que hoy han manchado gratuitamente el alma de un niño, terminará como le
sucedió al nazismo. El otro Brasil, el anónimo, el que hoy se ha
horrorizado viendo desfilar a los monstruos sueltos en las redes
sociales, el mayoritario, acabará (¿o será solo mi esperanza?) dominando
a los monstruos que hoy nos asustan para dar paso a los ángeles de la
paz.
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