Después de un largo servicio religioso que lo llevó a ser la principal
figura de la iglesia católica del país, y de sus extraordinarios
aportes a nuestra sociedad -siendo una voz firme, responsable y siempre
oportuna en defensa de los valores, la dignidad y la autodeterminación
de los dominicanos-, lo menos que merece el cardenal Nicolás de Jesus
López Rodríguez es el respeto de los ciudadanos y que goce de un retiro
tranquilo, sin sobresaltos ni acusaciones alegres que dañen su imagen.
El religioso, que será Cardenal de por vida, fue frontal con muchos
intereses y practicas -internos y foráneos- que nos dañaban como seres
humanos y como nación. En esa labor de prevención, y hasta de
profilaxis, a favor de su comunidad el Cardenal contó con la
colaboración de otros religiosos que también jugaron roles estelares en
materia de críticas o de denuncias firmes contra males e
irregularidades, como el recién fallecido Favio Mamerto Rivas, Agripino
Núñez Collado y el finado padre Avelino Fernández, entre otros.
Aunque
las Escrituras dicen que “los sacerdotes y ministros de la Iglesia
cumplen una función muy grande, con tal que sus palabras y gestos sirvan
para resucitar a los hombres”, a monseñor López Rodríguez los intereses
que enfrentó, incluso políticos, no le perdonan su accionar e incluso
su firmeza de carácter, y ahora, cuando está enfermo y no puede
defenderse, han iniciado una campaña perversa y reprochable con miras a
desacreditarle, y tratar de vengarse (¿), en este caso, de su persona y
de la Iglesia como institución, por su lucha cerrada contra el aborto y a
favor de la vida desde su origen, pero también por enfrentar algunas
corrientes y “destapes” en materia de género, de valores, de
tradiciones, que presionan por poner a la humanidad con la cabeza para
abajo y los pies para arriba. Tratamos de cerca al Cardenal, creemos en
él y reconocemos sus grandes aportes y méritos ganados.
Las redes, la
maledicencia dicen cualquier cosa, y no tienen límites para dañar. Pero
entre lo que dice la señora tomada de instrumento para expandir una
mentira dañina (¿por qué no salió antes, cuando el Cardenal podía
defenderse?) y la declaración jurada de sus padres, que dicen que ella
no tiene hijos con nadie, creemos en ellos. Mientras los monseñores
Víctor Masalles y Jesús Castro “se sacuden” (son de las pocas voces
firmes que quedan en la Iglesia Católica local), en Efesios 4, 29-32
copiamos lo que nos dice la Palabra de Dios: “Desterrad de entre
vosotros todo exacerbamiento, animosidad, ira, pendencia, insulto y toda
clase de maldad”.
López estará callado y enfermo, pero no está solo.
Por Luis Encarnación Pimentel ;-
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