Una vez abolido el tutelaje colonial de la isla, las élites
oligárquicas de República Dominicana y Haití, históricamente han actuado
exclusivamente en defensa de sus intereses y en detrimento del
desarrollo de la vida de las poblaciones más vulnerables de los dos
países.
Esta actitud aparece en cada coyuntura del discurrir histórico cuando
los pueblos han necesitado del concurso de las dos sociedades para
salir adelante con las metas nacionales.
Las costumbres coloniales, que desde el siglo XVl promovieron las
guerras marítimas que dieron origen al corso y los corsarios, los
bucaneros y filibusteros, las oligarquías isleñas de hoy apuestan al
caos como forma de seguir expoliando las riquezas de las dos naciones.
En los tiempos previos a la fundación de las dos repúblicas, no solo
fueron los estados colonialistas los que impulsaron esa guerra comercial
marítima, sino que el sector privado y la iniciativa personal se
abrieron paso en el nuevo escenario, originándose grandes empresas
comerciales y asociaciones pre capitalistas.
El surgimiento de estos grupos privados comerciales y empresariales
no constituye el pecado. Los sectores oligárquicos dueños de tierras, de
las cadenas de comercio y de las empresas han carecido de una
conciencia nacional de desarrollo.
Juntamente con la guerra comercial nació el contrabando, actividad
que se facilitaba por los engorrosos sistemas administrativos que
implantó España en sus posesiones en Santo Domingo español.
El contrabando prostituyó a pobladores y comerciantes de las colonias
inglesas, francesas y holandesas, a tal extremo que los barcos
españoles que venían de América se las ingeniaban para hacer arribos
forzosos, alegando averías como forma de tocar puertos extranjeros para
supuestos rescates.
Una vez en los muelles, aprovechaban para intercambios de chucherías
europeas por el oro, la plata, la perla, la esmeralda y por productos de
la isla por los que pagaban una pequeña cuota, en detrimento de las
arcas de la Corona española.
“La acción de España contra el corso, el contrabando y el
filibusterismo fue constante y se prolongó más de dos siglos. Una de las
primeras providencias tomadas consistió en prohibir que se hiciesen
escalas en puertos de colonias extranjeras y en disponer que las
licencias de viaje se diesen con sujeción a minuciosos registros de las
cargas para indios y españoles”, refiere en su “Historia de la cuestión
fronteriza dominico-haitiana” Manuel Arturo Peña Batlle, página 33.
Como puede apreciarse, desde entonces los intereses privados se antepusieron a los del Estado español.
En la parte española, el 6 de agosto de 1603, Felipe III dictó una
cédula y provisión fechada en Valladolid mediante la cual ordenaba al
gobernador y capitán general de la isla, Antonio Osorio, las
despoblaciones de “La Yaguana, Puerto de Plata y Bayahá”, para hacer
frente al comercio ilegal con sus vecinos, una medida que el tiempo
demostró su inutilidad, a pesar de las advertencias de distinguidos
ciudadanos y autoridades municipales.
Desde entonces, los dos estados y el sector privado entraron en una
lucha feroz de intereses que se ha prolongado hasta nuestros días.
Después de proclamada la Independencia en las partes oriental y
occidental de la isla, ambos estados pasaron por procesos de
debilitamiento económico, pero de manera más acentuada en la República
de Toussaint Louverture. En ambos lados, los intereses económicos
mandan.
No solo el Masacre se pasa a pie
El declive económico y luego la desaparición del Ejército en Haití en la
década de los noventa, junto al empobrecimiento de las instituciones,
son los principales factores aliados a los propósitos de las élites
políticas y oligárquicas del vecino país en su objetivo de extensión
territorial a costa de República Dominicana, pues con el comercio y los
negocios se cuela el tráfico de indocumentados y de todo tipo de
actividad irregular.
La ocupación haitiana del territorio dominicano, vía la fuerza
militar, tuvo sus últimos intentos en las décadas del 60 y siguientes
del siglo veinte cuando los haitianos fueron derrotados por los
patriotas restauradores después de múltiples escaramuzas fracasadas, lo
que consolidó la independencia dominicana.
Después de muchas tentativas por ocupar los territorios dominicanos,
esas intenciones se trasladaron al marco de las negociaciones de
tratados y acuerdos binacionales.
Desde hace poco más de cinco décadas, la ocupación del territorio
nuestro no ha cesado, sin que las políticas migratorias aplicadas hasta
ahora hayan surtido efectos contundentes para detener la hemorragia de
indocumentados haitianos y de otras nacionalidades cruzando y burlando
los controles, que cuentan con las complicidades de civiles y militares.
Además de los ojos de las autoridades migratorias y los de ciertos
soldados de Ejército criollo, los perros realengos de la franja
fronteriza son testigos de la riada haitiana que noche por noche cruza
los puntos fronterizos a fin de alcanzar el suelo donde cifran sus
esperanzas.
Los canes que merodean los caminos vecinales flanqueados de cactus y
guasábara en el lar vernáculo, con sus ladridos en las madrugadas, dan
testimonio de que no solo por el Masacre de pasa a pie. Es una situación
recurrente que escapa a la voluntad de los jefes militares de turno.
Cuando Haití tuvo poder de fuego, el territorio dominicano fue objeto
de incontables incursiones -exitosas y fallidas-, guerras en las cuales
porciones importantes del territorio de la República Dominicana
quedaron finalmente en manos de Haití, como San Rafael, Las Cahobas,
Hincha y San Miguel de la Atalaya, entre otros.
La inestabilidad política, las permanente crisis económica y la falta
de seguridad jurídica en el territorio occidental de la isla es un
aliciente para que los haitianos pobres se sientan movidos a buscar lo
que todo ser vivo procura: seguir viviendo. Esa sobrevivencia en Haití
es cada vez más remota.
Desde que Haití recobró su independencia, los esfuerzos desplegados
por los distintos gobiernos por crear una nueva fisonomía con una
sociedad haitiana eficiente, ordenada y progresista no se alcanzaron. No
para pocos estudiosos de la realidad del país caribeño, después de
mediados de siglo, la presión de parte de millares de negros sin
instrucción, fue que hizo que las instituciones haitianas sucumbieran y
adoptaran un nuevo carácter.
Los líderes políticos y empresariales de Haití poco han hecho a los
fines de introducir reformas a las instituciones públicas. Desde la
primera invasión norteamericana de 1915, Haití no registra cambios
significativos.
Con la desaparición de los grandes líderes mulatos y negros que
dirigieron la epopeya independentista y abolicionista de la esclavitud,
Haití ha tenido escasísimos modelos de liderazgos en todos los ámbitos,
que sirvan de ejemplo en los cambios de costumbres y usos.
La violencia como método para alcanzar conquistas sociales ha sido la
constante en la historia de Haití, azuzado por las oligarquías y la
clase política.
Las crisis políticas, económicas y sociales haitianas tienen su
origen, pues, en la ausencia de un liderazgo visionario, responsable y
con voluntad que impulse un proyecto de desarrollo, bajo la sombrilla de
la unidad de todos los sectores. Ese vacío es aprovechado por la
oligarquía haitiana cuya única meta es la acumulación originaria.
Por Rafael Núñez ;-
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