Poblada. El pasado día 6 de julio de 2018 estalló en Haití una protesta masiva y destructiva contra el alza de los combustibles. |
Los hechos recientes de violencia que se registraron en Haití, y que culminaron con la renuncia este sábado del premier Jack Guy Lafontant, hunden sus raíces tres siglos atrás cuando las masas esclavas importadas de África -cual si fuesen bueyes- fueron sometidas a sistemas de esclavitud por parte de una aristocracia oligárquica que, además, infligía crueles castigos a los negros esclavos.
De aquel feroz sistema de explotación y de los indescriptibles abusos contra los negros, cargados desde distintos puntos de África en las bodegas de los barcos negreros, surgió la economía más próspera, pero al propio tiempo el antagonismo de clase más salvaje del que se tenga conocimiento en la frontera imperial caribeña.
La relación entre los esclavos y la clase oligárquica en la parte oeste de la isla estableció un sistema de sometimiento rígido y vertical donde las diferencias se marcaban en las tareas domésticas, la religión, el nivel de vida, el origen étnico, el matrimonio, el idioma, la cultura, la forma de vestir y el color de la piel.
Aunque en estos tiempos globalizados los distintos matices vivenciales dan un aspecto de una sociedad diferente, la haitiana sigue incubando el mismo odio social profundo como el que se remonta a décadas antes de la Revolución Francesa, hecho este último que tendría una influencia extraordinaria en las escenas que sucedieron después y que dieron al traste con el dominio colonial.
Al tiempo que crecía el resentimiento y el odio entre las dos clases antagónicas, un tercer sector social emergió: los negros libres que llevaban sangre africana en sus venas.
Sobre el surgimiento de ese tercer sector social, el prestigioso investigador estadounidense James G. Leyburn en su libro “El pueblo haitiano”, publicado en inglés originalmente en 1941 por la Universidad de Yale, en él hace el siguiente señalamiento:
“Es muy probable que, de no existir el tercer grupo, no se hubiera producido el estallido violento de 1791, ni se hubiera obtenido la independencia en 1804, ni habría ningún sistema de castas, como el que hay actualmente en Haití”.
Ese tercer grupo al que se refiere Leyburn llegaba a unos 28,000 negros libres de origen africano en el Santo Domingo francés, que se favorecieron del Código Negro dictado por Luis XlV para que rigiera en todos los tratos coloniales con los esclavos negros. A partir de su promulgación, cuando éstos obtenían su libertad, en la forma que fuere, quedaban considerados ciudadanos franceses.
Cuando este grupo se empoderó económica y socialmente, el pequeño plantador blanco comenzó a resentirse y a surgir la intriga que dio pie a que el recién liberado negro excluyera al pequeño blanco de los círculos sociales debido al poder que los “intrusos” negros libres habían acumulado. Ese fue el caldo de cultivo de lo que vino posteriormente, exacerbado por la Revolución Francesa de 1789.
“La insurrección de 1791 devolvió diente por diente y ojo por ojo a los plantadores todas sus anteriores crueldades”, apunta Leyburn.
La Ley de Talión se aplicó con tanta crudeza que las atrocidades se repetían de lado y lado: “Los negros destripaban a los niños y violaban a las mujeres; los blancos le rompían los huesos a los negros que capturaban, les echaban aceite hirviendo en los oídos, y los desollaban vivos”.
Esa lucha social y racial tenía un alto componente económico que no puede perderse de vista.
Los intentos de Napoleón Bonaparte por recuperar la importante colonia del Caribe fueron infructuosos, pues los líderes negros de la revolución tuvieron como aliados en la guerra un factor circunstancial que no controlaban ninguno de los dos bandos: la fiebre amarilla, que diezmó el ejército francés.
Otra batalla se libró culminada la guerra con Francia entre los personajes de la nueva República por el control del poder político y económico.
Para que se tenga una idea del nivel de riqueza generado por el Santo Domingo francés a finales del siglo XVIII, basado en una explotación despiadada de los esclavos, los historiadores registran que la parte oeste de la isla se convirtió en la colonia más próspera del planeta entre 1766 y 1791.
Toda esa prosperidad se basó en una producción de azúcar y café con mano de obra esclava a niveles nunca vistos, para lo cual fue necesario construir importantes obras de irrigación y caminos vecinales, mientras los plantadores blancos erigían suntuosas mansiones en las que disfrutaban su riqueza junto a sus familias.
Desde la proclamación de la independencia y la abolición de la esclavitud el 1 de enero de 1804 por Jean Jacques Dessalines, dos conceptos han estado ausentes en la historia política de Haití, aunque la intención fuera otra: igualdad y fraternidad.
Su historia política se caracteriza por golpes de Estado, pobladas, asesinatos de presidentes, de líderes políticos, dictaduras violentas y una corrupción que cubre todo el tejido social. Esas batallas intestinas han estado movidas por el pugilato de poder entre los negros puros y los mulatos o blancos con poder económico.
El propio Dessalines se convirtió en un dictador codicioso que, una vez declarada la independencia y abolida la esclavitud, hizo salir a los blancos franceses de sus escondites bajo la promesa de clemencia para luego hacer una carnicería con ellos.
La constitución de castas viene de la India donde la sociedad estaba dividida históricamente en grupos jerárquicos con una influencia social y económica. El concepto tiene su origen en el portugués que significa raza, linaje, estirpe.
En Haití esa jerarquía la daba el origen europeo en tiempos de la colonia, que venía acompañado de buena posición económica. Claro está, el factor color de la piel fue determinante y parecería sigue siéndolo en estos tiempos, aunque en menor grado.
Se atribuye al líder guerrillero haitiano Louis Jean-Jacques Acaau el haber acuñado, en 1943, una frase donde radica el meollo de la lucha en Haití. Desde entonces se repite lo siguiente: “Neg riche cé mulat, mulat pov cé nég (un negro rico es mulato, un mulato pobre es negro).
En tiempos coloniales, en la cima de la estructura de poder estaba la casta blanca, unos 40 mil, de acuerdo con el criterio de David Nicholls en su libro “Casta, Clase y Color en Haití”. Por otro lado, en la parte oeste malvivían 450 mil esclavos negros y 28 mil afranchís, que eran los negros libres. Existieron esclavos que escaparon de las plantaciones y vivían en las montañas, pero eran los menos. Había otras categorías dependiendo del matiz de la piel.
Aunque con la declaración de Independencia, desde el punto de vista legal, quedó abolido el sistema de castas y clases y el propio Dessalines quiso anular el prejuicio racial ofreciendo la mano de su hija al líder mulato Alexander Petion, la cuestión de color, casta y clase ha tenido una influencia determinante en el devenir del pueblo haitiano.
Por Rafael Núñez ;-
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