Este apotegma, sencillo y rotundo, del fundador de nuestra nación,
Juan Pablo Duarte, debería resonar hoy en las mentes y los corazones de
todos los dominicanos al conmemorarse el 174 aniversario de nuestra
independencia de Haití.
En
él quedaba encerrada toda la frustración emocional y personal que
sentían los dominicanos en la mitad del siglo 19 al tener que vivir
sojuzgados por un poder político y militar extraño, el haitiano, que
pretendió suplantar las esencias culturales de un pueblo, inoculándoles
otras totalmente incompatibles con nuestra idiosincrasia.
Vivir sin patria es vivir sin honor cuando nos rige un tutelaje
nocivo, por lo regular abusador e indolente, que le suprime al nativo
sus valores más fundamentales: su libertad, su derecho a pensar distinto
al discurso impuesto y dominante, su derecho a sembrar y hacer parir la
tierra de frutos, su derecho a establecer las leyes y normas que
regirán su sociedad y, en definitiva, su derecho a la soberanía.
Si los dominicanos no asumen, a plena conciencia, el valor de esta
sentencia moral duartiana, vivir sin honor será su fatal destino.
Tenemos que evitar entrar en los caminos que conducen a ese
indecoroso derrotero. Y parecería que estamos a pocos pasos de ese
abismo.
Si no defendemos los símbolos patrios, si no tenemos presente cada
día la razón que impulsó a los gestores de la independencia a lanzarse a
esta apoteósica lucha, si no hacemos causa común con los ideales que
sustentan la fundación de la República, si dejamos de respetar nuestras
propias leyes y permitimos que otros la ignoren o las desnaturalicen,
entonces nos acercaremos más, irremisiblemente, a ese precipicio.
Que este sea un día para reafirmar nuestra voluntad nacionalista.
Nuestra decisión de vivir en nuestra patria y con honor, aunque
padezcamos limitaciones y sintamos que a veces decaen las fuerzas para
sobrevivir con dignidad y orgullo en nuestro propio suelo, que es de
nosotros y de nadie más.
Tomado del editorial de
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