La penetración desbordada y sin aparente control oficial de
indocumentados haitianos a territorio dominicano, no es mera ilusión ni
producto de un prejuicio racial exagerado, sino una preocupante
realidad que con urgencia y responsabilidad el país tiene que encarar.
La indiferencia, la complicidad o la irresponsabilidad de cada
dominicano frente a un problema migratorio ancestral en aumento
constante - pero que ahora ha llegado a un punto en el que se ha
escapado de las manos y de toda línea de prudencia- es lo peor que nos
pueda pasar como nación.
Sin que forme parte de apologías patrioteras y
sin que haya hachas politiqueras que afilar, se puede afirmar a viva voz
que cada dominicano que ignore el peligro inminente que representa la
invasión pacífica descarada de haitianos ilegales a nuestro territorio,
podría pagarlo muy caro. Juegan con candela -en perjuicio propio y de
todos los nacidos en esta tierra- los que, ya sea por falta de
conciencia o por responder a intereses o a agendas internacionales,
abogan por una política de fronteras abiertas, y porque las dos partes
de la isla nos convirtamos en una sola cosa, ignorando las diferencias
de cultura entre los dos pueblos, y la dignidad e independencia
nuestras. Que veamos a una haitiana defecando en plena calle y el que un
nacional del vecino país le cercenara las dos manitas a una niña
dominicana son cosas condenables y muy lamentables que pasen, pero que
ya no son raras ni empatan, por cuanto en los pueblos fronterizos donde
la penetración de indocumentados es masiva, ocurren situaciones mayores,
con gran frecuencia. Y se habla, se denuncia -y se ven en motores y en
largas filas, unos tras otros- de todo un tráfico masivo de haitianos
sin documentos, pero no se sabe del primer traficante apresado por las
autoridades. Más que una cuestión del Ministerio de las Fuerzas Armadas o
de la Dirección de Migración, cuya efectividad y acción en defensa del
interés nacional en este momento están muy, pero muy cuestionadas, hay
un asunto de voluntad política, que debe y tiene que manejar -enviando
señales concretas, resueltas y contundentes- el propio presidente de la
República, Danilo Medina. No se trata de un juego ni de una campaña solo
en fotos y videos, sino de algo ya muy serio, real y peligroso que urge
afrontar como tal (¿).
Por Luis Encarnación Pimentel ;-
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