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lunes, diciembre 01, 2014

Complejo de Guacanagarix

Desde que en España estalló la crisis económica hace más de un lustro, generando serios cuestionamientos hacia los políticos y la forma en que manejan los fondos públicos, los escándalos de corrupción se suceden uno tras otro. Y hasta tocan a la puerta de la Familia Real.
Casos como la Trama Gürtel, que involucra a altos cargos del Partido Popular en una red de corrupción; el de Bankia, que implica a consejeros de esa entidad financiera en actos de estafa y falsificación; el Caso Nóos, donde está imputada una hermana del Rey Felipe VI, son objeto de discusiones diarias en la televisión, en la radio y en la prensa escrita, y constituyen temas medulares en la actualidad política española.
El surgimiento y fortaleza de la agrupación alternativa Podemos, se considera una consecuencia de la indignación ciudadana ante lo que se percibe como la profundización de la corrupción en la sociedad española.
Sin embargo, en ninguna cabeza cabe que Su Excelencia James Costos, embajador de los Estados Unidos de América ante el Reino de España, se presente en algún evento a ofrecer discursos aleccionadores a empresarios y políticos sobre la necesidad de combatir la corrupción en ese país. Y mucho menos advertir que esa práctica no será tolerada por los Estados Unidos.
México también vive tiempos difíciles. Una sociedad harta de la corrupción y de la complicidad de los políticos con el crimen organizado, muestra su indignación diariamente en las calles. Algunas veces hasta de forma violenta.
Pero sería impensable que el embajador de EE UU en México opinara en algún foro sobre la desaparición de los 43 normalistas, y mucho menos que se sumara a los reclamos de que ese caso sea esclarecido. Ya que por justa que parezca una demanda de esta naturaleza, ese tema es de exclusiva competencia de los mexicanos.
Obsérvese que cuando el presidente de Uruguay, Pepe Mujica, ofreció declaraciones criticando el manejo de ese caso, el embajador de ese país fue citado por la Secretaria de Relaciones Exteriores, obligando al pintoresco presidente sudamericano a retractarse y disculparse.
Pero en República Dominicana es diferente...
Aquí el embajador de Estados Unidos participa en el almuerzo de la Cámara Americana de Comercio y sin el menor rubor alecciona a los empresarios, a quienes conmina a combatir y a señalar con el dedo a los corruptos, para posteriormente afirmar que Estados Unidos tiene “un compromiso” con el procesamiento judicial de los involucrados en la extorsión y el sobornoÖ Todo en medio de un fuerte aplauso de la distinguida audiencia.
Y aunque los señalamientos del embajador Brewster constituyen una verdad de a puño, y hasta puede que desde el punto de vista de los intereses norteamericanos ---que él está llamado a defender--- también se encuentren dentro de su campo de competencia, constituye una indelicadeza abordar desde esa perspectiva el tema de la corrupción en el actual momento político. Pues tiene otra connotación: el de la intromisión en asuntos de política interna.
No se puede obviar que en la actualidad se procesan expedientes con altos niveles de incidencia en el presente y el futuro político dominicano.
Un símil: Que el embajador dominicano en Washington se refiera en algún escenario público a temas raciales o a los abusos policiales tan comunes en estos momentos cuando los Estados Unidos se encuentran en ebullición por el caso de Ferguson.
Aunque cualquier persona se viera tentada a condenar la muerte de un jovencito desarmado y que el policía que le dio muerte no sea imputado por ese crimen, si un embajador extranjero se mete en esos asuntos en los Estados Unidos, dentro de una coyuntura como la actual, lo montan en el primer avión fuera de Washington.
En nuestro país se conoce lo que piensan sectores de poder en los Estados Unidos sobre el grupo político que hoy se dirige hacia el banquillo de los acusados por intermedio de uno de sus más conspicuos personajes. Y cualquier duda quedó despejada con la visita del embajador Brewster al Procurador como parte de la caravana de apoyos en su particular cruzada para “adecentar a la sociedad dominicana”.
Como también se sabe que esa opinión es compartida por buena parte de los poderes fácticos. Y es probable que hasta sea la opinión de la inmensa mayoría de los dominicanos.
Lo que sucede es que no le corresponde a Brewster ni a ningún otro embajador acreditado en el país entrometerse en asuntos de política interna. Pero lo hacen, se meten en nuestros asuntos.... Y no sólo los americanos; en nuestros asuntos se entromete cualquiera.
Desde que la Unión Europea se tutela el diálogo con Haití y Naciones Unidas sugiere leyes, planes y procesos para regularizar inmigrantes, los cuales deben acogerse so pena de amenazas con campañas internacionales, y cualquier representante de un organismo multilateral se despacha cuestionando aspectos de política interna.
En fin, que aquí cualquiera dice y habla sobre lo que le viene en ganas sin considerar el rigor diplomático, o siquiera el más elemental respeto hacia la soberanía del país que le acoge.
Lo hacen porque se lo permitimos... Ya que en cualquier país que se respete, si un diplomático de un país extranjero se mete en asuntos internos, al instante lo ponen de patitas en la calle...
...Pero en nuestro país mientras más entrometido sea el diplomático, más genuflexo somos; mientras más atrevida sea la declaración, más espacio de prensa les damos y alentamos con mayor fuerza “los temores” a las sanciones, y mientras más descarados y deslenguados son, mejor recibidos por la “solialité criolla” y más aplausos reciben desde los poderes fácticos.
Eso tiene un nombre, se llama Complejo de Guacanagarix... Lo padecemos desde hace más de 500 años.
Por Óscar Medina ;-

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