Desde que en España estalló la crisis económica
hace más de un lustro, generando serios cuestionamientos hacia los
políticos y la forma en que manejan los fondos públicos, los escándalos
de corrupción se suceden uno tras otro. Y hasta tocan a la puerta de la
Familia Real.
Casos como la Trama Gürtel, que involucra a altos
cargos del Partido Popular en una red de corrupción; el de Bankia, que
implica a consejeros de esa entidad financiera en actos de estafa y
falsificación; el Caso Nóos, donde está imputada una hermana del Rey
Felipe VI, son objeto de discusiones diarias en la televisión, en la
radio y en la prensa escrita, y constituyen temas medulares en la
actualidad política española.
El surgimiento y fortaleza de la
agrupación alternativa Podemos, se considera una consecuencia de la
indignación ciudadana ante lo que se percibe como la profundización de
la corrupción en la sociedad española.
Sin embargo, en ninguna
cabeza cabe que Su Excelencia James Costos, embajador de los Estados
Unidos de América ante el Reino de España, se presente en algún evento a
ofrecer discursos aleccionadores a empresarios y políticos sobre la
necesidad de combatir la corrupción en ese país. Y mucho menos advertir
que esa práctica no será tolerada por los Estados Unidos.
México
también vive tiempos difíciles. Una sociedad harta de la corrupción y de
la complicidad de los políticos con el crimen organizado, muestra su
indignación diariamente en las calles. Algunas veces hasta de forma
violenta.
Pero sería impensable que el embajador de EE UU en
México opinara en algún foro sobre la desaparición de los 43
normalistas, y mucho menos que se sumara a los reclamos de que ese caso
sea esclarecido. Ya que por justa que parezca una demanda de esta
naturaleza, ese tema es de exclusiva competencia de los mexicanos.
Obsérvese
que cuando el presidente de Uruguay, Pepe Mujica, ofreció declaraciones
criticando el manejo de ese caso, el embajador de ese país fue citado
por la Secretaria de Relaciones Exteriores, obligando al pintoresco
presidente sudamericano a retractarse y disculparse.
Pero en República Dominicana es diferente...
Aquí
el embajador de Estados Unidos participa en el almuerzo de la Cámara
Americana de Comercio y sin el menor rubor alecciona a los empresarios, a
quienes conmina a combatir y a señalar con el dedo a los corruptos,
para posteriormente afirmar que Estados Unidos tiene “un compromiso” con
el procesamiento judicial de los involucrados en la extorsión y el
sobornoÖ Todo en medio de un fuerte aplauso de la distinguida audiencia.
Y
aunque los señalamientos del embajador Brewster constituyen una verdad
de a puño, y hasta puede que desde el punto de vista de los intereses
norteamericanos ---que él está llamado a defender--- también se
encuentren dentro de su campo de competencia, constituye una
indelicadeza abordar desde esa perspectiva el tema de la corrupción en
el actual momento político. Pues tiene otra connotación: el de la
intromisión en asuntos de política interna.
No se puede obviar que
en la actualidad se procesan expedientes con altos niveles de
incidencia en el presente y el futuro político dominicano.
Un
símil: Que el embajador dominicano en Washington se refiera en algún
escenario público a temas raciales o a los abusos policiales tan comunes
en estos momentos cuando los Estados Unidos se encuentran en ebullición
por el caso de Ferguson.
Aunque cualquier persona se viera
tentada a condenar la muerte de un jovencito desarmado y que el policía
que le dio muerte no sea imputado por ese crimen, si un embajador
extranjero se mete en esos asuntos en los Estados Unidos, dentro de una
coyuntura como la actual, lo montan en el primer avión fuera de
Washington.
En nuestro país se conoce lo que piensan sectores de
poder en los Estados Unidos sobre el grupo político que hoy se dirige
hacia el banquillo de los acusados por intermedio de uno de sus más
conspicuos personajes. Y cualquier duda quedó despejada con la visita
del embajador Brewster al Procurador como parte de la caravana de apoyos
en su particular cruzada para “adecentar a la sociedad dominicana”.
Como
también se sabe que esa opinión es compartida por buena parte de los
poderes fácticos. Y es probable que hasta sea la opinión de la inmensa
mayoría de los dominicanos.
Lo que sucede es que no le corresponde
a Brewster ni a ningún otro embajador acreditado en el país
entrometerse en asuntos de política interna. Pero lo hacen, se meten en
nuestros asuntos.... Y no sólo los americanos; en nuestros asuntos se
entromete cualquiera.
Desde que la Unión Europea se tutela el
diálogo con Haití y Naciones Unidas sugiere leyes, planes y procesos
para regularizar inmigrantes, los cuales deben acogerse so pena de
amenazas con campañas internacionales, y cualquier representante de un
organismo multilateral se despacha cuestionando aspectos de política
interna.
En fin, que aquí cualquiera dice y habla sobre lo que le
viene en ganas sin considerar el rigor diplomático, o siquiera el más
elemental respeto hacia la soberanía del país que le acoge.
Lo
hacen porque se lo permitimos... Ya que en cualquier país que se
respete, si un diplomático de un país extranjero se mete en asuntos
internos, al instante lo ponen de patitas en la calle...
...Pero
en nuestro país mientras más entrometido sea el diplomático, más
genuflexo somos; mientras más atrevida sea la declaración, más espacio
de prensa les damos y alentamos con mayor fuerza “los temores” a las
sanciones, y mientras más descarados y deslenguados son, mejor recibidos
por la “solialité criolla” y más aplausos reciben desde los poderes
fácticos.
Eso tiene un nombre, se llama Complejo de Guacanagarix... Lo padecemos desde hace más de 500 años.
Por Óscar Medina ;-
No hay comentarios:
Publicar un comentario