Observatorio Global,,,,,,
Santo Domingo;- Con motivo de la COVID-19, además de las enormes e irreparables pérdidas humanas, en el 2020, la economía mundial se desplomó a sus niveles más bajos desde la Segunda Guerra Mundial. Numerosas empresas cerraron sus puertas. Millones de trabajadores perdieron sus empleos. El comercio mundial se desaceleró, las inversiones se redujeron y la pobreza volvió a incrementarse en forma preocupante.
Las proyecciones de futuro resultaban sombrías. Sin embargo, según los recientes informes del Fondo Monetario Internacional, de otros organismos multilaterales y de bancos regionales de desarrollo, para este año, 2021, se prevé un crecimiento económico global de 6%.
Ya en el primer trimestre de este año, sin perder de vista las distorsiones estadísticas, la República Popular China obtuvo un explosivo crecimiento de 18%, comparado con el mismo periodo en el 2020. De igual manera, aunque en menor escala, la economía de los Estados Unidos también se ha disparado, incrementando el número de empleos, incentivando el comercio y estimulando el consumo masivo.
Naturalmente, no todos los países tendrán un desempeño similar al de las dos principales economías del mundo. Se considera que, efectivamente, numerosas economías en desarrollo tomarán tiempo en alcanzar los niveles de crecimiento que tenían antes del estallido de la pandemia.
No obstante, esa impresionante reactivación de la economía, en determinados polos geográficos, se ha debido fundamentalmente al exorbitante incremento del gasto público, por la vía de estímulos fiscales y políticas monetarias de los bancos centrales, así como por el rápido descubrimiento de la vacuna y su aplicación.
El nivel de inyección de capitales, por parte del sector público para intentar recuperar la economía ha sido de un nivel sin precedentes en la historia. Por tal motivo, se considera que tendrá un efecto positivo en las diferentes economías del mundo.
En el caso de la República Dominicana, por ejemplo, se puede observar ese efecto por el dramático incremento que han experimentado las remesas, las cuales, este pasado mes de marzo, llegaron a colocarse por encima de 900 millones de dólares.
Sin embargo, se alberga el temor en determinados sectores, de que aunque tal volumen de inversión contribuye al crecimiento de la economía mundial, al mismo tiempo podría desatar una inflación, o alza de precios en los principales productos de consumo.
De igual manera, se hace referencia al hecho de que para alcanzar esos altos niveles de intervención pública, se ha tenido que aumentar el volumen de la deuda pública, por lo cual para evitar una futura desestabilización macroeconómica, se requerirá la realización de reformas fiscales en distintos lugares del mundo, lo que un organismo como la OCDE no recomienda hacer en estos momentos.
Inequidad de la vacuna
Si una de las razones fundamentales para que se haya iniciado un proceso
de reactivación económica antes de lo previsto, se ha debido
esencialmente al proceso de vacunación que se ha estado realizando a
nivel mundial, lo cierto es, sin embargo, que ese proceso de vacunación,
hasta ahora, ha sido dispar.
La causa de esa situación de disparidad se explica por el proteccionismo o nacionalismo que se ha estado llevando a cabo por las economías más potentes con respecto al acceso y uso de la vacuna. En la actualidad, por ejemplo, los 10 países más ricos del planeta acaparan el 75% de las vacunas, mientras que los 50 más pobres, solo disponen del 0.1%. Obviamente, semejante nivel de desigualdad resulta inaceptable. Esto así, debido a que una tragedia mundial como es la Covid-19 requiere que la vacuna no sea considerada como una mercancía más, sino más bien como lo consideró el secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres: como un bien público global.
Al considerarse como un bien público global no debería haber, para su acceso, ningún tipo de barrera o restricción. Pero resulta que además de acaparamiento por parte de las principales economías desarrolladas, ha habido problemas en la capacidad de producción del fármaco, así como dificultades en su logística de distribución.
Para poder satisfacer la demanda mundial de vacunas, de manera que podamos tener un planeta completamente inmunizado, se requeriría de 15 mil millones de dosis. Al ritmo de la producción actual, eso significaría que cumplir con esa meta nos llevaría al 2022 ó 2023. En fin, un largo trecho que podría interferir en la celeridad del proceso de recuperación económica y social.
Por tales motivos, se ha planteado la idea de que se liberalice lo relativo a las patentes en la producción de las vacunas, sin que eso implique violación a los derechos de propiedad intelectual. De esa manera, los países con laboratorios, equipos técnicos y personal científico calificado podrían generar las vacunas necesarias para consumo nacional.
En torno a esa idea se ha ido creando una opinión pública internacional favorable. Se considera factible una exención temporal de las reglas de propiedad intelectual de la Organización Mundial del Comercio (OMC), durante la pandemia de Covid-19, tal como ha sido sugerido por países como Sudáfrica y la India.
Las variantes
La desigualdad en el acceso y la lentitud en la aplicación de las
vacunas no solamente representa un problema de inequidad o desigualdad
social, sino al mismo tiempo, un riesgo peligroso frente a los procesos
de mutación que el virus ha venido experimentando.
En efecto, los epidemiólogos reconocen que todos los virus tienden a mutar. De esas mutaciones emergen nuevas variantes, las cuales, a su vez, tienden a multiplicarse.
En el caso específico de la Covid-19, ya hay diversas variantes, pero las más conocidas y temibles, hasta ahora, son tres: la variante británica, la sudafricana y la brasileña. Se estima que esas variantes circulan de manera más rápida que el virus original, tienen mayor efecto de contagio y mayor índice de letalidad.
Su aparición ha dado origen a nuevas olas o rebrotes de la epidemia. Según el director de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus, los casos provocados por el virus se están acercando a la tasa más alta de infección que se ha visto hasta ahora durante la pandemia.
Al ocurrir eso, los gobiernos han tenido que ordenar nuevos confinamientos, cierres de fronteras y restricciones a las libertades individuales; y al proceder de esa manera, la economía de nuevo se paraliza, impidiendo que continúe el proceso de reactivación.
Por tanto, lo que el escenario actual plantea es una carrera de velocidad entre la capacidad de aplicación de las vacunas, a nivel global, y el surgimiento de las variantes.
Si las variantes ganan la carrera, se entraría en un escenario de total pesadilla e incertidumbre en el que, probablemente, las vacunas se tornarían ineficaces para garantizar la contención del virus y, por consiguiente, la inmunización de la población.
Esa es la paradoja de la pandemia. Por un lado, hemos ido avanzando en combatir la epidemia con las distintas vacunas disponibles y en auspiciar una rápida reactivación económica mediante la aplicación de audaces políticas de aumento del gasto público.
Pero, por otro lado, la concentración de la mayor cantidad de vacunas en pocos países y la competencia entre las grandes potencias, en el ámbito geopolítico, por la conquista de espacios de influencia a través de la distribución del medicamento, retrasa o desacelera el proceso de inoculación.
De esa manera, se frustra la capacidad de plena recuperación, tanto en el ámbito sanitario como en el económico y social. En realidad, la única forma de poder enfrentar con eficacia los múltiples desafíos generados por la Covid-19, es a través de la solidaridad y la cooperación de los diferentes actores, a nivel mundial.
Y es que frente a una crisis global de múltiples dimensiones, solo puede haber una solución global que involucre al mismo tiempo a todos los pueblos del mundo.
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