
Terrible resulta para todo ser humano, medianamente decente, la
adecuación a reglas incompatibles con sus parámetros debido a que
constituyen la señal inequívoca para “avanzar”.
En el fondo, el régimen
de la mediocridad cuando se combate no propugna por la instauración del
talento y la formación académica como requisito de legitimidad sino de
impedir la generalización de un fenómeno que impacta en todos los
estamentos del ejercicio ciudadano. En los ámbitos profesionales, la
dinámica familiar y las actividades productivas, se infecta todo y la
habilitación de esa norma tiende a la oficialización de un imbécil
perfecto que, en pleno control y administración de los mecanismos de
poder, anda con las licencias de lugar para irrespetar a su antojo sin
conocer el sentido del límite.
Como la política asumida desde una perspectiva degradada consiste en
aprender a tragarse una rata sin gestos de desagrado, la vida partidaria
ha sido asaltada por el rufianismo. Incompetentes y comerciantes
vulgares suelen ocupar espacios destinados a categorías que requieren
mayor vocación de servicio. No ha sido así, y luchar contra ese mal
siempre será estimulante porque al final de la jornada no es posible
engañar a todos por tanto tiempo.
Los símbolos constituyen el referente incuestionable en capacidad de
unificar un sentimiento que es historia, penetra en el corazón y casi
nunca muere porque su transformación altera la esencia de valores
sustentados en lo más profundo de la condición humana. La cruz en los
creyentes, libros en la cultura, el color negro en el dolor, el perfume
para el agrado, la resistencia en tiempos de dificultad y el logo de
señal distintiva e identidad hacia una causa política.
En la amplia gama de símbolos, los dominicanos sabemos conectarnos con
las manifestaciones que ubican inmediatamente la mente y el corazón. El
Jefe identificaba a Trujillo, Balaguer el Doctor, Juan Bosch siempre
Profesor, a Jhonny Ventura lo etiquetan como el Caballo Mayor, José
Francisco Peña Gómez el líder de los pobres, Joseíto Mateo gozaba que le
llamaran Diablo, a Rafael Solano le dicen el Maestro y David Ortiz es
Big Papi.
Un libro esencial, Trujillo: Causas de una Tiranía sin Ejemplo,
demuestra con detalles e interpretaciones claras la razón escondida del
hombre que por 31 años sometió al país a una orgía de sangre y excesos,
pero su raíz marginal sumada a la naturaleza renacentista de María de
Toledo que según la tesis de Juan Bosch provocó un mar de humillaciones
“históricas” a la gente considerada de “segunda” que al ascender al
poder se traduce en dosis de resentimientos con vocación de imponer sus
símbolos alrededor de un nuevo orden, donde el éxito no logra borrar los
vacíos existenciales de épocas iniciales. La tragedia nuestra consiste
en gente colocada en primera línea de decisiones con altísima dosis de
amargura acumulada, incapaz de borrar episodios desfavorables, y siempre
aptos para instaurar su sello vía de símbolos que lo sienten
instrumento para su eternización.
Desde 1939 el logo con un jacho encendido construyó un referente de
militancia. Virtudes, defectos y sello distintivo del proceso
democrático que por 80 años sirven de base al modelo político.
Transformarlo y adecuarlo a los nuevos tiempos no puede confundirse con
una plataforma digital en las redes porque de lo que se trata es la
desconexión y rechazo de un club de filibusteros que conducen el PRD con
criterios económicos. Es así de sencillo. Lo “otro” es el retrato de un
imbécil que entiende que puede engañar al país. ¿Cuál es el límite?
Por
Guido Gómez Mazara ;-
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