UNO- REDES EN PIE DE GUERRA.- El
problema de los haitianos no se resolverá en las redes, pero si el
único espacio disponible está en las redes, que sean las redes el
escenario por lo menos del desahogo. Lo que no puede es eludirse el tema
y hacerlo por miedo a la reacción de los mansos y de los cimarrones, ya
que el debate no es de los mansos ni de los cimarrones, y sin duda que
para unos será derecho, y para otros, deber. Cualquier análisis ligero
de la situación descubre la falta, la falla.
La población no participa más que de los escarceos y es la víctima propicia de los bandos. Los cuales manipulan de manera feroz y aberrante. El propio asomo en las redes pone en evidencia la ignorancia por un lado y la incomprensión por el otro. Aunque sin duda los afrancesados de la época llevan las de ganar, pues están mejor ensayados, más organizados, y solo con hacerse las víctimas tienen medio pleito a su favor. Se hace necesario por tanto establecer un equilibrio y se impone arreglar la carga en el camino. Y en el camino es que están los mansos y los cimarrones, y la democracia no puede parcializarse, negando unos y favoreciendo otros...
DOS- GESTOR DE SU PROPIO DESTINO.- Los dos Estados -Haití y Dominicana- no están en guerra y las relaciones son más o menos buenas en lo formal. El problema de los haitianos por tanto no se manifiesta a nivel de gobierno, sino en la base de la población. El dominicano siente que el haitiano no solo invade su territorio, sino que lo desplaza en sus actividades de comercio y se adueña de sus comunidades. Nadie puede negar esa realidad, pues el que no la vive, o padece, la ve. Y no solo por la insolencia del haitiano en sí, también por la defensa y promoción del dominicano que favorece su causa. Y ese punto es interesante, hasta importante. Los haitianos estuvieran replegados, o se replegarán a la primera queja de los dominicanos, si no fuera porque personas, grupos o entidades dan la cara por ellos y les reivindican unos derechos que las leyes nacionales no consagran, y mucho menos la Constitución de la República. Ahora no son tan militantes, como lo fueron años atrás, pues piensan que llenaron el cometido y que el gobierno no se atreverá a violar su propio estatuto. El que se dio a sí mismo o el que le fue impuesto por los organismos internacionales, e incluso gobiernos cuyo imperio se teme. El dominicano por tanto debe ser agente de su propio destino y no ceder en el ámbito cotidiano, al margen del descuido de las autoridades y del tutelaje externo...
TRES- DOMINICANO PRIMERO.- El gobierno no es garante ni confiable, pues como Estado firma acuerdos y se compromete y debe cumplir. Nadie conoce el pensamiento íntimo del Pacto Migratorio y suya la gloria de no endosarlo, pero en el imaginario interesado, si las redes no gritan, pudo haberlo acogido como la cosa más natural del mundo. Con esa primera experiencia, no acceder al Pacto del Refugiado era previsible. Ahora, ni una cosa ni la otra cambian la situación. El dominicano tiene al haitiano más arriba del moño, y debe lidiar con la situación como acto de supervivencia. Los pactos eran futuro, la realidad es presente. Aunque simple. Si políticamente se hizo consigna de Primero la Gente ¿por qué no -igual- decirse Dominicano Primero? El espacio de una acera -por ejemplo- que ahora toma el haitiano como propio, lo justo es que el dominicano la reivindique, sin tener que disputar y menos pelear. El venezolano vende su arepa, y el dominicano compra el producto, sin que constituya una afrenta o se sienta a menos. Solo que el venezolano se pone en su puesto, agradece la acogida y no se vale de la insolencia como arma arrojadiza. Además de que tampoco cuenta con la gestión de dominicanos que aprendieron de Guacanagarix lo peor. Ser entreguistas y no buenos anfitriones...
CUATRO- EL ORGULLO DOMINICANO.- Nací en esta tierra y canto con orgullo con Fernando Villalona “dominicano soy...”, y no tengo interés en vivir en otro lugar. Entonces no entiendo ni acepto la vergüenza al parecer de algunos que no aguantan el chantaje de los propios o la embestida de los haitianos que lloran su desgracia en hombros ajenos y no son capaces de redimirse. Quienes atiendan el discurso de los promotores de la causa haitiana, verán como con ofensas se somete el espíritu del dominicano. Como con epítetos hacen recular la dignidad, la entereza, como si fuera oprobio reivindicar los valores patrios y proponerse que la bandera nacional ondee lo más alto posible. Querer su propio país no hace a nadie racista, ni xenófobo, ni antihaitiano, ni ante nada. Amar su tierra es una virtud, y mucho más defenderla de los desaprensivos de adentro y de afuera. Mejor pecar por fundamentalista que por sometido. Conviene más librar una lucha hasta el ridículo que permitir que pisoteen la dignidad nacional. El dominicano marcha, y lo hace donde quiera se le permita, pero para enaltecer sus valores y no imponer situaciones que no se corresponden. El dominicano no ofende en Nueva York, que es el ejemplo a mano, pero el haitiano aquí sí, y mucho. Toda marcha de haitianos, permitida o no, será una provocación...
La población no participa más que de los escarceos y es la víctima propicia de los bandos. Los cuales manipulan de manera feroz y aberrante. El propio asomo en las redes pone en evidencia la ignorancia por un lado y la incomprensión por el otro. Aunque sin duda los afrancesados de la época llevan las de ganar, pues están mejor ensayados, más organizados, y solo con hacerse las víctimas tienen medio pleito a su favor. Se hace necesario por tanto establecer un equilibrio y se impone arreglar la carga en el camino. Y en el camino es que están los mansos y los cimarrones, y la democracia no puede parcializarse, negando unos y favoreciendo otros...
DOS- GESTOR DE SU PROPIO DESTINO.- Los dos Estados -Haití y Dominicana- no están en guerra y las relaciones son más o menos buenas en lo formal. El problema de los haitianos por tanto no se manifiesta a nivel de gobierno, sino en la base de la población. El dominicano siente que el haitiano no solo invade su territorio, sino que lo desplaza en sus actividades de comercio y se adueña de sus comunidades. Nadie puede negar esa realidad, pues el que no la vive, o padece, la ve. Y no solo por la insolencia del haitiano en sí, también por la defensa y promoción del dominicano que favorece su causa. Y ese punto es interesante, hasta importante. Los haitianos estuvieran replegados, o se replegarán a la primera queja de los dominicanos, si no fuera porque personas, grupos o entidades dan la cara por ellos y les reivindican unos derechos que las leyes nacionales no consagran, y mucho menos la Constitución de la República. Ahora no son tan militantes, como lo fueron años atrás, pues piensan que llenaron el cometido y que el gobierno no se atreverá a violar su propio estatuto. El que se dio a sí mismo o el que le fue impuesto por los organismos internacionales, e incluso gobiernos cuyo imperio se teme. El dominicano por tanto debe ser agente de su propio destino y no ceder en el ámbito cotidiano, al margen del descuido de las autoridades y del tutelaje externo...
TRES- DOMINICANO PRIMERO.- El gobierno no es garante ni confiable, pues como Estado firma acuerdos y se compromete y debe cumplir. Nadie conoce el pensamiento íntimo del Pacto Migratorio y suya la gloria de no endosarlo, pero en el imaginario interesado, si las redes no gritan, pudo haberlo acogido como la cosa más natural del mundo. Con esa primera experiencia, no acceder al Pacto del Refugiado era previsible. Ahora, ni una cosa ni la otra cambian la situación. El dominicano tiene al haitiano más arriba del moño, y debe lidiar con la situación como acto de supervivencia. Los pactos eran futuro, la realidad es presente. Aunque simple. Si políticamente se hizo consigna de Primero la Gente ¿por qué no -igual- decirse Dominicano Primero? El espacio de una acera -por ejemplo- que ahora toma el haitiano como propio, lo justo es que el dominicano la reivindique, sin tener que disputar y menos pelear. El venezolano vende su arepa, y el dominicano compra el producto, sin que constituya una afrenta o se sienta a menos. Solo que el venezolano se pone en su puesto, agradece la acogida y no se vale de la insolencia como arma arrojadiza. Además de que tampoco cuenta con la gestión de dominicanos que aprendieron de Guacanagarix lo peor. Ser entreguistas y no buenos anfitriones...
CUATRO- EL ORGULLO DOMINICANO.- Nací en esta tierra y canto con orgullo con Fernando Villalona “dominicano soy...”, y no tengo interés en vivir en otro lugar. Entonces no entiendo ni acepto la vergüenza al parecer de algunos que no aguantan el chantaje de los propios o la embestida de los haitianos que lloran su desgracia en hombros ajenos y no son capaces de redimirse. Quienes atiendan el discurso de los promotores de la causa haitiana, verán como con ofensas se somete el espíritu del dominicano. Como con epítetos hacen recular la dignidad, la entereza, como si fuera oprobio reivindicar los valores patrios y proponerse que la bandera nacional ondee lo más alto posible. Querer su propio país no hace a nadie racista, ni xenófobo, ni antihaitiano, ni ante nada. Amar su tierra es una virtud, y mucho más defenderla de los desaprensivos de adentro y de afuera. Mejor pecar por fundamentalista que por sometido. Conviene más librar una lucha hasta el ridículo que permitir que pisoteen la dignidad nacional. El dominicano marcha, y lo hace donde quiera se le permita, pero para enaltecer sus valores y no imponer situaciones que no se corresponden. El dominicano no ofende en Nueva York, que es el ejemplo a mano, pero el haitiano aquí sí, y mucho. Toda marcha de haitianos, permitida o no, será una provocación...
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