Una afición tan popular como la de asistir a los
juegos de pelota ha quedado a merced de un sistema de acaparamiento y
encarecimiento de las boletas de entrada, obligando al público a pagar
hasta tres veces más del precio original y legal de la taquilla.
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A
esa lucrativa tendencia no escapan los amantes de los espectáculos
artísticos, que también se ven forzados a pagar más del precio que se
anuncia al público, porque un grupo se hace del control de casi todas
las taquillas con esos propósitos especulativos.
Como vivimos en la sociedad del engaño, tampoco se explica por qué si
tenemos Fuerzas Armadas acantonadas en la frontera, los haitianos
indocumentados pueden cruzarla y, más que eso, tener la osadía de
depredar los bosques para hacer carbón que, luego, exportan a su país.
Tan deplorable es el estado de vulnerabilidad de nuestra línea
divisoria que el alto oficial que comanda las tropas fronterizas admite
que hay casos en que haitianos ilegales reinciden hasta siete veces,
entrando al país poco después de ser repatriados.
No deja de ser un misterio que si en su mayoría son indocumentados,
las autoridades conozcan y hasta puedan cuantificar estas
reincidencias, si no ha existido un confiable procedimiento biométrico
para registrar fotos y huellas digitales de los ilegales apresados para
repatriación, o los que entran de manera legal al país.
Pero el solo hecho de que esto ocurra, es decir, que un ilegal
haitiano pueda burlarse de las leyes dominicanas cuando le venga en
ganas, con o sin éxito, también es revelador del pobre escudo de
seguridad que está a cargo de las autoridades migratorias y militares.
Es lo mismo que acontece en el caso de aquellos que deforestan
amplias zonas boscosas del país para hacer carbón, con éxito doble:
porque violan las leyes de foresta y, también, las de la exportación de
productos.
Ante tantos descuidos y permisividades, cabría preguntarse, como lo
hubiese hecho El Chapulín Colorado, ¿quién podrá defendernos?
Tomado del editorial de
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