Un denominador común que tienen muchos de los
feminicidios ocurridos en el país es el diálogo o acercamiento
aparentemente inofensivo que media entre el asesino y la mujer.
El feminicida se
acerca a la mujer, en su domicilio o en su trabajo, supuestamente para
conversar amistosamente o discutir un arreglo o reconciliación. Y en el
momento más inesperado, ejerce violencia contra ella, le clava un puñal,
le pega un tiro o la estrangula, y huye.
Otros se autoeliminan después de cometer el hecho, en algunos casos
dejando una estela de muerte cuando también eliminan a sus hijos, a
parientes o amistades que se encontraban en la escena en esos momentos.
Las mujeres deben estar más prevenidas y alertas cuando sus parejas o
exparejas, alejadas de los domicilios, se acercan como unos corderitos
mansos dizque a dialogar o buscar un entendimiento.
Ese detalle ha estado presente en muchos de los crímenes que se
perpetran, a pesar de que en varios casos existen prohibiciones expresas
del ministerio público para que esos hombres se aproximen a las casas
de las mujeres.
Observen esta publicación de Martin Batista Ogando y el comentario Geraldine Sánchez
Es decir, que la mujer puede caer en la trampa artera de suponerle
alguna actitud inofensiva o amistosa al hombre que ha abusado de ella,
física o verbalmente, y por cuya causa se separaron, cuando en realidad
se trata de una celada macabra.
Otro error mortal, tan común como este, es renunciar a la querella o
solicitar que le quiten a la pareja o expareja separada la medida de
coerción para su alejamiento, doblegada por una necesidad económica para
su sustentación.
En este día que el mundo dedica a promover la no violencia contra la
mujer, es conturbador que la intención, los esfuerzos y las políticas
para reducir los feminicidios no hayan dado los resultados esperados,
porque la causa fundamental radica en la prepotencia de una cultura
machista que ha resultado difícil desmantelar, penosamente.
Tomado del editorial de
la fecha
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