El otro día, un lavador de autobuses mató a otro
en una disputa por 50 pesos, un episodio que engrosa la lista de muertes
por tonterías que se registran en el país como un indicador del pobre
valor que tiene la vida.
Hay
gente que desenfunda rápido para sobar y disparar un arma de fuego
contra alguien porque le causó un enojo o contratiempo en un cruce de
calles, por un parqueo ajeno ocupado sin permiso, por una desabrida
comida que la mujer le sirvió al marido, o por una simple burla.
Ocurre con frecuencia entre conductores de vehículos públicos que se
disputan pasajeros, en bares y colmadones donde hay gentes pasadas de
tragos y se van a los tiros con cualquiera, por tonterías, o en
cualquier escenario en el que personas psicológicamente inestables,
aburridas, malgeniosas o bravuconas, desfogan sus violentas reacciones.
Los casos más comunes son los de inmisericordes asaltantes o
atracadores callejeros que no van lejos para descargar sus armas contra
ciudadanos a los que no solo despojan de sus bienes, sino también de sus
vidas, sin ninguna justificación.
A veces han matado solo porque las víctimas no tenían nada de valor que sustraerle.
Las tragedias por cobros de deudas de insignificantes montos se
inscriben también dentro de las tantas muertes por tonterías dentro del
prontuario delictivo del país.
Aun cuando las razones que provocan estos desafueros luzcan
intrascendentes, no pueden festinarse como fenómenos aislados, sino como
señales preocupantes de hasta donde el irrespeto por los valores y
derechos de los seres humanos se van a pique en una sociedad llena de
flaquezas institucionales.
No es esto una tontería como para que la vida se siga devaluando en
nuestro país sin que la sociedad despierte, se estremezca de indignación
y luche para defender, a capa y espada, el más sagrado de los derechos
del ser humano.
Tomado del editorial de
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