Es vulgar el chantaje emocional a que están
sometidos la prensa y los periodistas que se resisten a dejarse adocenar
por los grupos vociferantes que han tomado la calle dizque exigiendo
“el fin de la corrupción y la impunidad” cuando el verdadero propósito
es la sedición para dar un golpe de mano.
Es una situación muy compleja que se extiende a toda la sociedad por cuanto hasta en familias tradicionalmente unidas ha comenzado a aflorar la división entre sus miembros que no alcanzan a entender que todo esto es parte de un entramado político con raíces mucho más profundas de lo que se ve en la superficie.
Lo he dicho muchas veces. Los cuestionamientos al gobierno por la tolerancia al peculado siempre han sido legítimos –y esta vez no tiene por qué ser distinto–, pero en la coyuntura actual nadie debe dudar que el propósito es acosar y derriba al presidente Danilo Medina.
El movimiento de la calle pudiera tener legitimidad en la acción directa contra una dictadura o contra un gobierno ilegal que conculque las libertades públicas –que no es el caso–, porque al presidente Danilo Medina lo reeligió en el poder la abrumadora mayoría de los dominicanos hace casi un año.
El caso de los periodistas sometidos a esa presión pudiera ser entendible a partir de su participación franca y abierta en un debate que ha logrado permear a la sociedad sobre un tema de gran atractivo social como es la corrupción, por lo que resulta fácil a sus detractores colgarles el sambenito que a todos estigmatiza por su sonoridad degradante.
No existe, sin embargo, mayor degradación para un periodista profesional que poner su talento y su ética al servicio de una conjura que todo el mundo sabe pretende romper la institucionalidad democrática.
¿Y qué… si no eso?
Desde la noche del 15 de mayo la oposición más radical denunció las elecciones como ilegítimas y nunca ha reconocido el triunfo del presidente Danilo Medina. Las acciones para ilegitimar la reelección nunca se han detenido desde entonces.
Es una situación muy compleja que se extiende a toda la sociedad por cuanto hasta en familias tradicionalmente unidas ha comenzado a aflorar la división entre sus miembros que no alcanzan a entender que todo esto es parte de un entramado político con raíces mucho más profundas de lo que se ve en la superficie.
Lo he dicho muchas veces. Los cuestionamientos al gobierno por la tolerancia al peculado siempre han sido legítimos –y esta vez no tiene por qué ser distinto–, pero en la coyuntura actual nadie debe dudar que el propósito es acosar y derriba al presidente Danilo Medina.
El movimiento de la calle pudiera tener legitimidad en la acción directa contra una dictadura o contra un gobierno ilegal que conculque las libertades públicas –que no es el caso–, porque al presidente Danilo Medina lo reeligió en el poder la abrumadora mayoría de los dominicanos hace casi un año.
El caso de los periodistas sometidos a esa presión pudiera ser entendible a partir de su participación franca y abierta en un debate que ha logrado permear a la sociedad sobre un tema de gran atractivo social como es la corrupción, por lo que resulta fácil a sus detractores colgarles el sambenito que a todos estigmatiza por su sonoridad degradante.
No existe, sin embargo, mayor degradación para un periodista profesional que poner su talento y su ética al servicio de una conjura que todo el mundo sabe pretende romper la institucionalidad democrática.
¿Y qué… si no eso?
Desde la noche del 15 de mayo la oposición más radical denunció las elecciones como ilegítimas y nunca ha reconocido el triunfo del presidente Danilo Medina. Las acciones para ilegitimar la reelección nunca se han detenido desde entonces.
El candidato
derrotado, Luis Abinader, tomó imprudentemente las calles a pesar de que
el resultado electoral los distanció por más de 25 puntos porcentuales
de su contendor. A partir de ese momento nadie con un mínimo de
inteligencia dudó que “en el país no habrá paz mientras Danilo sea
Presidente”, para usar sus propias palabras.
Abinader jamás ha reconocido que fue derrotado en aquellos comicios, y
se ha pasado los últimos 11 meses rumiando una frustración política
impropia de un político con la más elemental visión de futuro, a pesar
de que el próximo 12 de julio cumplirá apenas los 50 años de edad.
El tiempo se le ha esfumado entre un radicalismo irracional –impropio
hasta de su origen–, y una conducta antidemocrática que ha drenado lo
que pudo haber sido una popularidad en ciernes, con evidente erosión del
liderazgo que debió haber proyectado en la actual orfandad política.
El golpe de mano
Ahora le llaman “golpe light” a lo que se le llamaba “golpe de mano” en
la montonera del pretrujillismo, que consistía en la deposición de un
gobierno para entrar a la sede presidencial por la puerta trasera. La
primera fase –en una época y en otra–, consiste en descalificar al
gobierno en ejercicio neutralizando los sectores de opinión pública que
le son adversos.
¿Acaso no es eso lo que está pasando ahora? Precisamente ayer un
ejecutivo de Redacción del Listín Diario, Tomás Aquino Méndez,
revindicaba “el derecho que tiene a equivocarse”, y exigía respeto a la
disensión para no adocenarse con el llamado movimiento verde.
¿Acaso ignora Tomás que eso es parte de la trama?
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