Esta columna no tratará hoy de farándula, aunque así lo sugiera su
título, pues de alguna manera hay que describir el comportamiento de la
suspendida jueza Awilda Reyes Beltré, sometida a juicio disciplinario
acusada de formar parte, junto al exconsejero del Poder Judicial
Francisco Arias Valera, de una “mafia” que negociaba sentencias. Y
aunque digan y repitan que la desesperación es mala consejera, hay que
señalar que lo único que tiene la suspendida magistrada para defenderse
es, precisamente, su desesperación, un arma peligrosa que puede salirse
de control y resultar perjudicial no solo para sí misma.
Empezaron a
verse señales de esa desesperación en la audiencia del lunes pasado,
cuando acusó a uno de los testigos del Ministerio Público de acosarla
sexualmente, lo que negó el aludido. El martes las cosas se caldearon
aun más, a tal punto que el juez que presidió el tribunal disciplinario
del Consejo del Poder Judicial la mandó a callar y la llamó
irrespetuosa, al tiempo de acusarla de tratar de impedir que el proceso
que se le sigue concluya, como efectivamente ocurrió. Falta ahora
esperar el fallo de los jueces, que si acogen la petición del Ministerio
Público dictamirán su inmediata destitución, pero todo el que le ha
dado seguimiento a su proceso sabe que la sentencia condenatoria no se
la despinta nadie aunque como parte de su “show” haya gritado, llorado y
pataleado. Como lo sabe también la propia Awilda, quien desde el
principio estuvo consciente de que no pertenecer “al grupo” del
presidente de la Suprema Corte, Mariano Germán Mejía, y por vía de
consecuencia no contar con la protección de su padrino político, era su
peor pecado y la causa principal de su desgracia. Cualquiera puede no
estar de acuerdo con ella, pero nadie puede negar que la política y los
políticos son los principales responsables de que nuestro sistema de
justicia inspire tan poco respeto y confianza a los ciudadanos.
Por:
Claudio Acosta
e-mail:
c.acosta@hoy.com.do
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