Por mucho tiempo, la llamada comunidad
internacional ha querido aparentar que es sensible y hasta doliente de
los infortunios de Haití.
Se escudan a menudo en la pobreza de esa nación, en sus irresueltos problemas, en su sombrío futuro, para tener la licencia de asumir su defensa o representación ante el resto del mundo, como un supuesto intermediario de buena fe.
En vista de que la República Dominicana es el país que comparte la isla con Haití, les seduce la idea de que la solución a los problemas de una población pobre y hambrienta los asuma y alivie, en gran medida, el “buen vecino”.
Se escudan a menudo en la pobreza de esa nación, en sus irresueltos problemas, en su sombrío futuro, para tener la licencia de asumir su defensa o representación ante el resto del mundo, como un supuesto intermediario de buena fe.
En vista de que la República Dominicana es el país que comparte la isla con Haití, les seduce la idea de que la solución a los problemas de una población pobre y hambrienta los asuma y alivie, en gran medida, el “buen vecino”.
Y bajo tal prisma no tienen empacho en meter sus narices en los
asuntos internos de ambos pueblos, pero cargando el dado de las
presiones sobre la República Dominicana, a la que frecuentemente han
denunciado en importantes foros internacionales como indiferente,
discriminatoria y violadora de los derechos humanos cuando aplica
medidas migratorias o sus normas constitucionales sobre ciudadanía y
nacionalidad.
Pero a la hora de la verdad, es decir, cuando las realidades son
crudas y dramáticas (el devastador terremoto de 2010 o las sucesivas
epidemias ultramortales de Sida, cólera, malaria y dengue o las
catástrofes dejadas por ciclones), no hacen más ni aportan más ni cargan
más responsabilidades frente a los desventurados haitianos que la
República Dominicana.
Ni siquiera han atendido el llamamiento urgente que ha hecho el
secretario general de las Naciones Unidas para reunir 400 millones de
dólares que se emplearían en una lucha decisiva contra el cólera, a
sabiendas del alto poder mortífero que esta epidemia ha tenido y tendrá
en el futuro próximo.
Vale recordar que el brote de cólera que hoy cuelga sobre la
conciencia de la ONU fue provocado por el vertido de las heces fecales
de soldados que pertenecen a la tropa que esa organización ha instalado
en Haití desde hace años, lo que la hace culpable de semejante
desgracia.
Ahora la ONU repite la solicitud y apenas ha recibido seguridades de
aportaciones por 2 millones de dólares y promesas de otros 7 millones de
dólares. Esto hace temer que el imperativo plan de emergencia
humanitaria quede malogrado en su mismo punto de partida.
Otra vez se les cae la máscara a una hipocresía de solidaridad que solo funciona de la boca para afuera.
Tomado del editorial de
de la fecha
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