EN FEBRERO ENTRARON CERCA DE 70,000 PERSONAS A LA CÁRCEL MÁS GRANDE DEL PAÍS
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“Changó”, viejo zorro, no le despega el ojo a los recién llegados: “El pasajero se mide por la maleta.
Yo tengo mis pasajeros”, dice, otro domingo día de visita en La Victoria.
En ese momento en que una mujer suelta en una sola palabra toda su ira contenida: “¡Desgraciada!”.
Afuera, los vehículos van llenando el área de acceso al penal, junto a
los autobuses que llevan a los internos a la justicia, y Pascual, uno
de los policías que custodia la entrada, bebe su segundo café y una
queja furibunda se oye por primera vez en el día.
La novedad esta mañana es que una mujer de unos 27 años, blanca,
alta, ha sido descubierta con tres libras y media de marihuana
escondidas en galletas Óreo.
Hay un sobresalto que interrumpe el proceso, dos mujeres policías
salen y entran del lugar. La muchacha, esposada, es llevada a una
carceleta ubicada a la derecha del arco donde empieza la fortaleza de La
Victoria. Será conducida a la DNCD y luego a un penal como éste, pero
para mujeres.
Carrasco celebra la incautación.
Dice que hace poco decomisó 8 libras y muestra la fotografía donde
pretendían meterla al penal: en palos de madera. Pero se queja de que
aquí no hay una sola cámara que pudiera ayudar a mejorar la vigilancia.
Desde su oficina en el segundo piso, el jefe de la seguridad del penal
observa, sin que lo vean, todos los movimientos en la entrada, desde que
a las seis horas de entrar mandó a cambiar las persianas de metal por
unas ventanas ahumadas.
Varias personas han venido por primera vez. Para entrar a La Victoria
las mujeres no tienen que dejar la cédula; los hombres sí. Las dejan en
la mesa donde un policía, De la Cruz, las ordena junto con una docena
de pasaportes haitianos.
Llegan también más hombres, pero siempre hay más mujeres; madres,
esposas, hijas. También prostitutas que pasan inadvertidas con el resto
de la visita; les llaman “guagu¨itas”. El árbol sobre la caseta, con sus
hojas amarillas, es sólo un viejo recuerdo de la pasada estación en La
Victoria. Quizá igual que la prostituta que ha entrado ahora, que
cobrará 150 y 200 pesos por sexo con la mayor cantidad de hombres que
pueda, y un perfil que parece común a todas ellas: al entrar se quita el
abrigo y deja al descubierto su espalda y parte del pecho. Aquí llegan,
dice Suriel, las mujeres que ya han pasado por los cabarets, por las
calles y por la “Bolita del Mundo”. Luego pontifica: “De La Victoria ya
salen al retiro”.
En un día como hoy, Carrasco refuerza la seguridad en todo el penal
con los policías que no tienen que custodiar a los que son llevados a la
justicia. Ahora son 150.
Por el lugar donde salen los hombres hay tres niños que se ofrecen a
limpiar la marca de los sellos a cambio de una propina. Pascual Abad
insiste en que la visita debe ser esperada en las “goletas”, pero
algunos prefieren salir a recibir la. Uno llega con un saco pequeño con
berenjenas, plátanos y aceite; algunos han traído bizcochos y comida,
los más pudientes reciben carne fresca del supermercado que un “pasador”
tiene que trasladar en una carretilla.
“Este es un país donde todo se puede y todo se hace”, dice Suriel,
que en marzo cumplirá un año en prisión y a estas alturas sólo quiere la
revisión de su caso y cambiar de abogado. Cree en la honradez y está
convencido de que hay un fallo en la justicia y en el sistema que obliga
a la sociedad a profundizar en dónde está el origen de la delincuencia.
“No todos los que estamos aquí somos delincuentes”, dice.
Según cálculos de los “colaboradores” para medir el impacto
ambiental, el número de visitas diarias es el siguiente: lunes, martes,
jueves y viernes, 1,300; miércoles: 3,800; sábados: 2,600, domingos:
6,200, para entre 69,000 y 72,000 personas. Oficialmente, según los
registros de la Policía, los domingos de febrero visitaron el penal
8,695 hombres, 32,491 mujeres y 2,680 niños, con un total de 43,866
personas. Los miércoles, en cambio, llegaron 1,449 hombres y 16,948
mujeres, lo que sumado a los domingos da un gran total de 61,814
visitas, sin contar las que llegan a La Victoria otros días permitidos
de la semana (los militares no pueden hacerlo los domingos por
disposición de la autoridad).
En un domingo de visita con niños, “Pedro Pasador”, con su gorra
blanca de siempre, y su polo anaranjado de oficio, está listo para el
trabajo.
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Encuentro. Un interno carga a su niña en medio de un mar de hombres en el penal de La Victoria |
Este día no espera visita: “La cosa está difícil en todas partes”,
concluye Suriel. En la puerta de acceso, “Changó” demuestra el
privilegio que se ganó en algún momento de su estancia en La Victoria,
colocándose delante de la soga que separa al resto de los “pasadores”.
En el ambiente hay un olor a alcohol y la gente ha llegado desde las
5:30 de la mañana, pero han abierto después de las 6:00. Al “Pastorcito”
lo busca una “Dominican York”, que ha llegado al mismo tiempo que una
muchacha con dos bebés en brazos, una madre con sus hijas adolescentes y
distraídas, y otra joven con el hijo de un hombre que lo recibe de
rodillas. El padre le da un beso cariñoso, pero el niño le increpa
seriamente que cuándo va a salir de allí.
Él sólo atina a quedarse callado.
Suriel acota sobre el caso: “De aquí han salido muchos matrimonios:
se conocen aquí, se casan aquí” y tienen hijos. Muchos de ellos vienen
hoy, desde casi recién nacidos como el de una mujer que parece perdida
al principio, hasta niños que corretean solos por el lado de la entrada
como si fuera un parque de diversiones.
Luego, un niño llama a su padre desde afuera. Es “Bolívar”, Bolívar
Peña Medina, “colaborador” que ya tiene 127 “caritas” de internos que
irán a la justicia al día siguiente, aunque le faltan seis que buscará
más tarde. Una mujer murmura que tuvo que dejar 300 pesos y Guzmán
bromea —para dejar en claro la única condición para pasar como
“visita”—: “Si la misma doña Elvira (su propia madre) viene sin cédula,
no la dejo entrar”.
El sol empieza a despuntar y se siente incluso bajo el toldo de metal
que hay en la puerta de entrada. La sombra no alcanza, sin embargo, a
la fila de hombres que empieza a extenderse a medida que pasan las horas
y que provoca, debido a uno que otro desesperado, conatos de bronca con
la policía. “Hoy si hay gente”, se escucha decir cuando Guzmán vuelve a
pasar por el lugar reclamando a los internos que se vayan a sus celdas,
que se alejen del cerco en la entrada o que “se tomen el día libre”.
Domingo Díaz, “El Pastorcito”, que recibirá en unos minutos a sus
propios hijos, habla con Guzmán, el oficial a cargo del control de la
entrada, y luego se va tarareando un viejo bolero que, cantado aquí,
suena un poco más triste: “Cuando vengas a casa…”. Y una señora se queja
otro domingo: “Estoy harta de venir aquí”, delante de un extranjero
recién llegado que no sabe a dónde ir; una niña de 3 años que llora
desconsolada y una mujer que se quita la malla de la cabeza y otra que
luce un regalo de Armani.
En el “Hospital”, Rafael Peña, de 31 años, se ve feliz con dos de sus
hijos: Grismeildi, de 7, y Cristian, de 10. Divorciado, su ex suegra,
Reina Altragracia, de 45 años, lo ha venido a ver por segunda vez. Peña
llegó con tres meses de preventiva y ya lleva dos años y no tiene
querellante.
“Soy un preso del ministerio (público)”, dice, con detalles que
completa la visita: “Cometió un error, y si uno lo abandona se pone
peor”.
Si venir hasta La Victoria es difícil para muchos, para otros es casi
un martirio. María Castillo, de 40 años, madre de Chanel D’Oleo, de 23,
cuenta que a su hijo lo acusaron de un homicidio que no cometió, que le
pusieron tres meses de coerción y que ya lleva dos años de prisión y
tres reenvíos a la justicia.
“No tienen pruebas en su contra.
Su único error fue estar en el lugar equivocado: él no sabe ni a
quién mataron”, dice, mientras su hijo está con la novia en la “goleta” y
se queja de todo lo que tiene que dar para entrar a La Victoria.
En el “Patio” la visita sigue entrando.
Antes les robaban a los visitantes, pero hace pocos meses, concuerdan
todos, desde internos hasta policías, con la llegada del coronel
Carrasco hay un código de conducta casi inviolable. Pero un hombre no
oculta su ira: “Esta maldita cárcel del diablo”, dice cuando Guzmán,
apuntando a la puerta, afirma que “todos los problemas pasan por ahí”, y
que “si hay uno”, él será el único responsable. Como una clarividencia,
un policía lleva después detenida a una muchacha con dos celulares
incautados, y un hombre gruñe que ya le “hicieron gastar dos mil pesos”
en la entrada. Algunos internos dicen que en el caso de las mujeres,
“cada prenda tiene su precio”, y una señora parece corroborar con cuatro
palabras las dificultades que tienen que pasar la “visita”: “Es un
infierno allí”, dice.
A las 12:45, Carrasco realiza una de sus acostumbradas inspecciones
personales en la fila. A los pocos minutos vuelve con un pequeño
cuchillo de cocina con mango de madera y con el acero reducido de tan
afilado que lo pusieron. Tres horas después, los golpes de macana en la
puerta y las llamadas por los altoparlantes anuncian estrepitosamente la
hora de salida.
(21)
La mañana avanza despacio aún en La Victoria, a la hora en que los
internos de la Escuela Vocacional de las Fuerzas Armadas hacen fila para
entrar a las aulas. Son las 9:00 AM. El capitán del Ejército Nacional
Juan Encarnación, de 69 años, inspector militar, tiene a cargo la
dirección del programa en el penal desde octubre del año pasado.
A Encarnación lo acompaña el capitán FAD Félix Javier Pirón, encargado de asuntos académicos.
Ambos dicen que ha habido una buena respuesta de los internos, lo que
permite contar en la actualidad con millar y medio de estudiantes y
tres cursos adicionales. La Vocacional, agregan, no sólo ofrece
enseñanza técnica, sino que además inculca disciplina a los internos y
orienta hacia la formación militar.
Serán tantos este año, que la graduación tendrá que ser en el patio
del penal. Mientras tanto se preparan para dos exposiciones, una en
junio y otra para la Feria del Libro.
Sobre los que asisten a la Vocacional dictando cursos y apoyando al
programa, Encarnación no duda: “Nosotros hemos escogido a lo mejor que
hay”. Uno de ellos es Javier Lendor, de 55 años, a quien ahora miran
diferente en el penal: era un “pantalón corto” (estuvo aquí por
narcotráfico) y ahora es un “pantalón largo”. Salió en noviembre del año
pasado y al mes siguiente vino de nuevo, como profesor de artes
plásticas forjado de la Vocacional. Tiene doce muchachos en su taller y
prepara una exposición a nivel nacional.
“El sufrimiento de mi familia hizo que cambiara. Vi que había oportunidades.
Por buen comportamiento salí a los cuatro años”, señala Lendor, que
al graduarse en el 2012 fue el primero de todos los cursos de la
Vocacional. Aquí estaba en los “A” y de pronto ya estaba vendiendo
cuadros. La superación personal también existe en La Victoria: dormía en
el suelo cuando llegó y luego compró su “goleta”; su primer cuadro se
lo vendió al alcaide a 4,000 pesos. “Yo soy otra persona.
Mi familia me adoptó de nuevo. Yo salí con mi trabajo: tengo esto para ustedes”, dice.
El otro es Yoneibis Chávez, el coordinador general de La Vocacional, y
como tal vela porque se cumpla la asistencia y los programas; organiza
las graduaciones y las exposiciones.
Del 2007 al 2011 fue colaborador de la escuela básica. Llegó por
homicidio, en una condena por 20 años. Vive en “Alaska”. Es licenciado
en Educación, mención matemática, aquí tiene 22 reconocimientos y 25
cursos hechos. Antes de llegar era subdirector de un colegio en Cristo
Rey.
“Iniciamos el año con una matrícula de 1,524. En febrero había
1,325”, dice. Proyectando el año, el coordinador de la Vocacional espera
que terminen más de mil. Chávez formó al equipo de apoyo. Cuando llegó
aquí sólo había 135 estudiantes, ocho talleres y cuatro profesores.
Funcionaba hasta la 1:00 de la tarde y sólo había un solo ministerio.
Chávez incentiva a los estudiantes diciéndoles que más que para
lograr la libertad, deben estudiar para lograr conocimiento. Entre los
resultados, el equipo de apoyo, los “colaboradores”, tiene tasa cero de
reincidencia. En cuanto al perfil de los estudiantes, la mayoría es
joven y cristiana; los adultos son apenas el 10%. Los talleres de más
demanda en la Vocacional son el de refrigeración, inversores,
informática, idiomas. Y se permite sólo un taller por año porque si un
interno toma más de uno se le quita la oportunidad a otro de
capacitarse.
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Penal. Una pareja con su bebé se dirigen a la puerta principal de la Penitenciaría. . |
Los profesores de la calle son seis de los trece talleres: dos
asimilados, tres militares, un “igualado” que estuvo diez años en
prisión y ahora enseña y cobra un sueldo. El profesor “interno” debe
haber terminado como mínimo el bachillerato, ser graduado en el área que
enseña.
Hay también entre 2 y 3 ayudantes del equipo.
El curso más demandado ahora es refrigeración. En el taller de
informática hay 27 computadoras, pero nueve están dañadas por un alto
voltaje. En la Vocacional la lista se actualiza cada semana. En cuanto a
la seguridad, los agentes, cuatro entre policías y militares, revisan a
la entrada y a la salida. Algunos de ellos, incluso, están matriculados
en los cursos.
A Chávez, que trabaja de 7:00 AM a 6:00 PM, le queda la “satisfacción
de dejar un legado” y un año para aplicar para la condicional, aunque
reconoce que hay una familia que perdió a un integrante por culpa de una
irresponsabilidad suya. “Eso nada lo resarce”, afirma el “colaborador”.
La motivación para los cursos empiezan después de la graduación, la
primera semana de diciembre. Van celda por celda buscando nuevos
estudiantes, a los que se les entrega un formulario. Los sábados también
se dicta un curso para reparación de computadoras. Pirón queda al
frente con Chávez. El material lo da la Escuela Vocacional. De los 13
talleres cinco son certificados por el Infotep: tapicería, sastrería,
talla en madera, ebanistería y torno en madera.
Chávez dice que una cárcel es una bomba de tiempo. “Si a los internos
se les quita el celular y la televisión… esto podría explotar”, afirma a
quien la soledad le “cambió la
vida en menos de 24 horas”. Afuera era presidente del Círculo
Deportivo Internacional de Santo Domingo, viajaba cada fin de semana
fuera del país… Al caer aquí llegó con las cosas claras: “Tenía que
prepararme para lo peor. Eso es lo más importante, hacerse una rutina:
ejercicio, escuela, lectura, televisión”.
¿Miedo? Cuando llegó estuvo cinco días en la “Planchita”. Era viernes y el lunes siguiente feriado.
Tuvo que quedarse allí con otros 60 tipos porque ese día no había
sistema para registrar su entrada, recuerda Chávez, que hizo diligencias
para estar en “Alaska”; su “goleta” le costó 5,000 pesos entonces;
ahora vale 180 mil.
Según la administración de La Victoria, la población del penal dedicada al aprendizaje es de 25%.
Además de la Vocacional, la prisión cuenta con el Centro de Estudios
Nuestra Señora de las Mercedes, donde a la educación formal (básica y
bachillerato) se suman los diferentes cursos que dicta el Instituto de
Formación Técnico Profesional (Infotep), en módulos de 25 personas y
tres o cuatro veces por año.
Porfirio Nicanor Mieses, con 13 años en el penal de 20 por homicidio,
es el coordinador de nivel medio de Las Mercedes, que bajo la dirección
de Carmen Rosario, a dos tandas y 16 internos y 54 “colaboradores”,
tiene en la actualidad 380 estudiantes en básica y 125 en media, “aunque
hay que contar todos los días”. “Un profesor vio alguna cualidad en
mí”, dice Mieses, que empezó su labor alfabetizando, fue coordinador de
idiomas, profesor de Historia y Geografía, y ahora no da docencia por
todas las responsabilidades que tiene.
Prisiones precisa que los internos que estudian reciben un
certificado que les acredita haberse matriculado en un curso y que sirve
de aval para la solicitud de la libertad condicional ante el juez de la
ejecución de la pena, y para mantener el tiempo ocupado dentro del
penal.
Como José Elías Estrella, 52 años, profesor, licenciado en publicidad
de la UASD, que cumple cuatro años en mayo, de los 15 que a los que fue
condenado por violación. O Jesús María Hernández, de 39 años, artista
pulido antes de llegar a prisión: pinta desde los 12 años y estudió con
Cristóbal Rodríguez en Higu¨ey.
Aquí pintó “Crónica del maltrato” y su trabajo ahonda en los valores,
las emociones, los problemas sociales; gusta de las luces y el
movimiento.
“Jensi”, como le dicen, fue condenado a 17 años por homicidio, de los cuales ya cumplió más de la mitad.
(22)
Lidio Puente, de 51 años, presidente de la Confraternidad de Pastores
de la Iglesia Evangélica, estuvo en La Victoria por drogas hasta un
martes de marzo de 1996 y el sábado siguiente ya estaba de nuevo en el
penal, pero predicando.
“Yo conocí al Señor aquí en la cárcel”, dice. “Fue un encuentro cara a cara”.
Puente viene al penal hasta cuatro veces por semana y ha sido
presidente de la confraternidad durante doce años consecutivos. Trabaja
con “pasión, anhelo y amor”, como él dice. Y escucha al interno para
darle una palabra de esperanza. El pastor asegura que muchos como él han
salido de esta cárcel y ahora son buenas personas. El duró un año y
seis meses aquí donde casi lo matan por un abanico en los tiempos de
“Danny 45”; fue testigo de al menos seis motines. Es un sobreviviente de
la época de Díaz Pérez en que los presos morían de los castigos que les
infligían; luego el gobierno de los internos. “Dios me guardó para este
tiempo”, afirma.
Cuando la policía empezó a tomar control del penal, a finales de los
noventa, Puente, a quien muchos ven con recelo, empezó a trabajar con la
iglesia. “El trabajo que yo hago a los corruptos no les conviene”, dice
el pastor de casi 7 pies de estatura. “Dios mantiene ahora esto en paz.
Aquí alguna vez mataron hasta a la visita”.
La confraternidad maneja 13 iglesias y un “campo blanco”, una capilla
en el “Área Médica” donde se congregan los enfermos. Cada área tiene
una iglesia, que en total son 28 en todo el penal. La feligresía
evangélica ronda casi el millar.
“Todos están claros en que la iglesia juega un papel fundamental en
la seguridad de este penal, por eso nos dan facilidades”, dice el
pastor, quien considera que no hay de hecho un programa de reinserción
de internos, salvo la labor que realiza la iglesia, que además fomenta
el hábito de estudio y puede ayudar a regenerar a las personas. “Hasta
el más criminal puede cambiar. El cambio se produce en un encuentro con
Dios”, afirma Puente, para agregar que puede dar fe de muchos de esos
casos.
La iglesia Evangélica lleva 20 años ofreciendo una cena de Navidad.
En la última, como siempre, comieron todos (no importa la religión), y
comieron bien: cocinaron 11 sacos de arroz y 800 libras de cerdo, y
dieron agua y ensalados los jueves; los católicos dan catequesis
semanalmente por áreas, celebran eucarísticas los sábados y realizan
labores de evangelización a través de células por áreas: entre ocho y
diez catequistas.
Isael Lugo, “colaborador” de la iglesia Católica y del área
educativa, considera que el penal hay un respeto por lo espiritual muy
elevado, fruto hasta de la idiosincrasia del delincuente, que guarda un
vínculo con lo mágico-religioso”.
También destaca que el hecho de pertenecer a las iglesias garantiza
recibir las “bendiciones”, ayudas que llegan del exterior. Los que no
están en la iglesia están metidos mayormente en juegos de azar,
vegetando en los espacios de dominio público o en el gimnasio o en
actividades deportivas, en los negocios que montan o para los que
trabajan, en las mafias de corrupción.
“El ecumenismo no es obligatorio pero sí es necesario”, dice Lugo.
En diciembre, los católicos, también representados en el penal por
REEN (Renovación de los Encarcelados), la Casa de la Anunciación y los
Talleres de Oración y Vida, también organiza un almuerzo y el penal no
cocina. Los espacios de la prisión se dividen por áreas pastorales
después de que toda la Arquidiócesis de Santo Domingo es convocada. El
año pasado fue el 19 de diciembre (el día más cercano al 24). También
está Kayros, un movimiento ecuménico (acepta a otras denominaciones que
reconozcan a la Trinidad), comprometido en el acompañamiento a los
internos. Su director, Carlos Matos, de 52 años, hace énfasis en que se
trata de un ministerio internacional exclusivamente de prisiones.
Fundado en la Florida, Estados Unidos, en 1976, están por cumplir 40
años de labor en 15 países y 400 prisiones en todo el mundo. Matos
explica la dinámica de Kayros (una palabra griega que traduce como
“Tiempo especial de Dios”): realizan un retiro de cuatro días en la
prisión con el propósito de “llevar el amor y el perdón de Jesús”.
Después del retiro, el participante se convierte en colaborador.
Al penal llegan 35 de estos y dentro hay diez a doce internos
involucrados con el movimiento. El fin de semana, en el que participan
no más de 50 internos, tratan tres aspectos: el encuentro personal, el
encuentro con Jesucristo y el encuentro con la comunidad. En La Victoria
se han hecho nueve (dos anuales), con 450 participantes, internos que
tienen un perfil común: depresivos o recién condenados, otros a los que
les espera muchos años de cárcel. “La respuesta es extraordinaria”, dice
Matos.
da a todo el penal. Cuando Puente llega, se la pasa guardando
papelitos que los internos le dan para que los ayude con sus
expedientes.
“No tienen quién les haga un favor.
Acá todo tiene un precio y ven en mí una salida”, dice. Puente estuvo
en prisión exactamente entre septiembre del 94 y marzo del 96. Vivía en
el “Patio” cuando no se había hecho las divisiones que hay ahora.
Se refugió en la Iglesia Pentecostal Mateo 25:31, la primera que hubo
en una celda del penal. La confraternidad también ofrece formación,
asistencia médica y asesoría jurídica con abogados que ayudan en el
proceso judicial.

“Si no tengo autoridad moral no puedo corregir a nadie”, dice quien
además está seguro de que “Dios arregló el penal”, quien tiene el
control igual que la autoridad”.
El resto es de la Católica.
Bajo de estatura, de cuerpo atlético, vive con otros pastores en
“Veteranos 2”, del cual es representante; duerme tres horas al día y
tiene 11 años buscando gente: los identifica en la tarde, de 4:00 a
7:00, pasando “caritas” (las fotografías de los internos) que las
compara con una lista, incluyendo en el “Patio de Los Huérfanos”, donde
un pastor oficia en créole.
Las autoridades del penal confirman que la religión prevaleciente es
la Católica, aunque existe una fuerte presencia de protestantes:
adventistas, pentecostales, testigos de Jehová y otros movimientos
eclesiásticos.
Actúa a través de la Pastoral Penitenciaria Arquidiocesana, organismo
que regula todas las actividades dentro del penal en el orden religioso
y que es coordinado, igual que los evangélicos, con la Dirección de
Prisiones. Católicos y evangélicos tienen sus días particulares, los
primeros los viernes (día de visita oficial de la Pastoral), los segun-
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