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viernes, enero 08, 2016

El imperialismo cultural LGTB

Por Pelegrín Castillo ;-
James -Wally- Brewster es un militante histórico de la causa LGTB, además de un gran recaudador de fondos de campañas y promotor de nuevas líneas de turismo. Y siendo coherente con sus convicciones e intereses desde que fue nombrado por el Presidente Barack Obama embajador en República Dominicana, ha desplegado un conjunto de acciones para promover las causas en las que cree.
La más señalada de todas fue contraer nupcias con el Sr Bob Satawaque, antes de venir a cumplir su misión diplomática, con quien mantenía  25 años de relaciones sentimentales. Tenía plena conciencia de que venía a una Nación que definió en su Constitución el matrimonio como vínculo entre un hombre y una mujer, y que incluso las relaciones consensuales estables con efectos jurídicos, serían las establecidas por igual entre un hombre y una mujer.
Por eso su primera diligencia desafiante fue reclamar de las autoridades dominicanas el reconocimiento del estatus matrimonial para su “consorte”,  lo que no pudo conseguir por la oposición resuelta del Nuncio Okolo, los cuestionamientos reiterados de las iglesias cristianas y de algunos grupos políticos y funcionarios.
En realidad, a nadie le debe sorprender que el Embajador Brewster y su compañero sentimental, se hayan visto involucrados en crecientes debates que sólo han servido para confirmar la prioridad de su agenda. Su audacia llegó tan lejos que hasta reivindicó “el derecho a intervenir” en asuntos internos al definir sus planes, que incluye en forma prominente la promoción de la causa LGTB, enfrentando a los disidentes “a la pena de la devolución de la visa”.
Pienso que su Eminencia el Cardenal López Rodríguez reaccionó con rudeza bajo un estado de justa ira ante la actitud provocadora del Embajador militante y su compañero sentimental, que actuó más como Procónsul Imperial que como enviado de la poderosa nación vecina, con la que existe una comunidad de intereses importantes y diversos, así como una larga y agridulce historia de conflictos y cooperación amistosa.   Algo parecido había acontecido con el célebre Embajador metiche Pastorino en 1994, al que el alto prelado dedicó una memorable misiva.
Pero, siendo justos: a quién debemos responsabilizar de que nos estén tratando peor que una colonia? Los dominicanos elegimos a nuestras autoridades para que nos representen y defiendan nuestros intereses: nuestra soberanía y autodeterminación, la identidad nacional y la integridad territorial, los valores y principios consignados en la Constitución. La política exterior es implacable. Desde fuera siempre vendrán reclamos, presiones, exigencias, chantajes, manipulaciones, agresiones de todo tipo, y el deber de los que gobiernan es prevenirlos, resistirlos, repelerlos, cuando no “torearlos” con habilidad y firmeza.
Es evidente que, en primer lugar, falló el gobierno del Presidente Medina, influido por una singular “sociedad civil gubernamental”,  porque no debió otorgar el placét a ese enviado que tenía el significado de un mensaje personificado: que lo decidido por los poderes públicos dominicanos en relación al matrimonio y la familia, no merece el respeto de USA.
El placét lo otorgó por una de las siguientes razones: o porque subestimó potencial de enredo, o  porque no le importó; o bien, porque creyó en la promesa de que no habría énfasis especial en la agenda LGTB; o peor aún, porque quiso demostrar que no compartía “la visión conservadora” de esa Constitución del 2010, para así enviar la señal de que es un Gobierno Progress, dispuesto a romper tabúes y enfrentar los poderes establecidos.
Me inclino a creer que fue este último cálculo el que más influyó, en un gobierno que,  como se ha visto en retrospectiva,  empezó con un solapado plan continuista. Hay  otros elementos que así lo indican: Dentro de “los logros” más destacados de la gestión Brewster está el financiamiento USAID del escandaloso libro de deformación sexual Hablemos, y haber impuesto  al  gobierno un acuerdo vergonzoso que equivale a un acta de “intervención militar con cobertura diplomática”, preparatorio de la instalación de una base militar que, por fortuna, fue anulado por el Tribunal Constitucional.
Sin embargo, también tienen una alta cuota de responsabilidad muchos sectores de las clases dirigentes, incluidos actores prominentes de oposición, que por conveniencia,  oportunismo, temor,  han optado por una actitud complaciente, de silencio cómplice, que raya en la sumisión, y que envía un falso mensaje al mundo sobre lo que piensa la gran mayoría de dominicanas y dominicanos.
La reacción enérgica del Departamento de Estado y de influyentes senadores estadounidenses en apoyo al Embajador y la agenda LGTB de su gobierno que impulsa por razones obvias con un toque personal nos obliga a formular algunas reflexiones y precisiones, pues están en juego cuestiones fundamentales para el destino de nuestra Patria. Esta viene resistiendo las imposiciones de un imperialismo cultural, que “en nombre de una especial interpretación de la libertad, la igualdad y la dignidad”,  promueve la mortífera agenda abortista de la mano de una radical ideología de género, que sirven a un entramado de intereses ominosos.
La Constitución del 2010 estableció un mandato claro sobre el principio de igualdad y no discriminación, que algunas minorías militantes con generosos auspicios y directivas foráneas  pretenden interpretarlo en la forma más laxa y acomodaticia.
Del postulado de que nadie puede ser discriminado por su preferencia sexual, -que es materia que interesa al derecho a la intimidad y a la identidad- no se deriva que se tenga derecho a contraer matrimonio, con prerrogativas de adoptar y educar a menores, o procurar reconocimiento jurídico de relaciones equivalentes que se establecen con miras a organizar una familia.
Todos los derechos y libertades constitucionales que puede disfrutar una persona deben ser considerados en su relación con los derechos y libertades de los demás y, en especial, con los fundamentos y valores que hacen posible la existencia de un orden social y la preservación de la nación como comunidad de historia y cultura, de tradiciones y creencias.
La familia es la estructura básica de la sociedad y cumple funciones esenciales que trascienden con mucho el espacio de realización de los individuos y sus metas de felicidad o goce personal. La reproducción y cohesión del grupo junto a la continuidad o transmisión de sus valores, es su rasgo primordial.  Si esa estructura se relaja o desdibuja, la sociedad sucumbe. La nación como entidad histórica que vincula a las generaciones que existen con las que murieron y con las que no han nacido, también se derrumba. Y si eso ocurre por imposición extranjera es más trágico y vergonzoso.
En modo alguno se afecta o menoscaba el principio de igualdad y no discriminación, si no se concede a dos hombres o dos mujeres el derecho a contraer matrimonio con miras a organizar una familia, ya que no se pueden tratar como iguales situaciones que, evidentemente, son desiguales. En eso no hay irrespeto ni mucho menos homofobia: si existe, en cambio, el reconocimiento de un orden natural superior a la voluntad de cada individuo.
Afirmar lo contrario es una solemne falacia, a menos que se quiera asumir la premisa de que el género no viene determinado biológicamente, sino que es opcional, a voluntad, como promueve  la revolución global gay. El colectivo LGTB combate con denuedo en todo el mundo, lo que entiende es una “construcción social” opresiva y milenaria, que debe y puede ser desmontada por un esfuerzo contrario de “desconstrucción”.
Y es ahí donde procede enfatizar que aceptar esa premisa es avanzar hacia la disolución social y nacional, hacia una crisis de civilización que ya está destrozando la condición humana. En función de esa perspectiva: por qué  se debe rechazar entonces la poligamia, o la poliandria, o las uniones multiafectivas, o las relaciones pedófilas o incestuosas?
Más allá del trasfondo de materialismo, hedonismo, consumismo y  relativismo, en el que se avanza a escala planetaria esa visión “deconstructiva”- que en realidad es a la vez destructiva y lucrativa-, es evidente que existen unos vínculos profundos, tanto con las corrientes antinatalistas, que quieren imponer control demográfico en todo el mundo a cualquier costo, como a la necesidad imperiosa que tiene la industria de las biotecnologías de remover los obstáculos socioculturales que se oponen a su futura expansión.
En efecto, el enfoque de la ideología radical de género- como condición indeterminada, electiva, contingente-  tiene la capacidad de impactar negativamente las variables demográficas de las naciones-como con acierto alertara el Presidente Vladimir Putin al rechazar su promoción en Rusia-, pero también resulta  indispensable  para preparar a la humanidad para la aplicación intensiva de métodos de reproducción artificial, incluida la clonación y la selección genética.
En lo personal, por mi fe cristiana, tengo definiciones muy terminantes y claras sobre estos temas. Sin embargo, como dirigente político debo enfatizar que entiendo fundamental e inexcusable: la cuestión de soberanía, autodeterminación e identidad nacional que estos asuntos envuelven.
Los Estados Unidos, ni ningún otro Estado, por poderosos que sean o por excepcionales que se crean, no tienen derecho de imponer su visión al mundo, y mucho menos explotar y abusar de las ventajas que disfrutan en una relación de poder muy desigual, para que se adopte aquí su particular y subversivo enfoque sobre el matrimonio y las familias “igualitarias”. Esa es una expresión de hegemonismo de la peor clase, a la vez que la negación del principio de igualdad, autodeterminación nacional y no intervención que debe imperar entre los Estados.
Afortunadamente, pese a las maniobras divisionistas y confusionistas, existe una toma de conciencia progresiva de las dominicanas y los dominicanos y, sobre todo, una determinación de muchas fuerzas morales, espirituales y patrióticas de librar con sentido trascendente y sobrenatural, de gran unidad más allá de los partidos y las facciones, la gran batalla por preservar el alma de la nación, que son sus valores y principios cristianos, humanistas y duartianos. La multitudinaria marcha Un Paso por Mi Familia, La Batalla de la Fe del 2016 y el poderoso mensaje del Pastor Ezequiel Molina, la coincidencia de las iglesias cristianas católica y evangélicas en favor de un Ministerio de la Familia que reenfoque las políticas públicas y sociales más en las familias menos en el género, son los últimos signos de los nuevos tiempos que se avecinan.

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