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miércoles, junio 24, 2015

La miopía frente a Haití

LA ADVERTENCIA DE JOTTIN CURY
Santo Domingo;- Con el doctor Jottin Cury mantuve una estrecha y profunda amistad, a pesar de la diferencia de edad que nos separaba. Fue un verdadero privilegio y un gran honor tenerlo como amigo. Pero, además, para mí fue una relación muy provechosa que me permitió admirar su gran talento y conocer muchas de sus experiencias públicas. Siempre fue un libro viviente, abierto y generoso. Compartíamos muchas inquietudes intelectuales y una fuerte aficción por los libros, así como una visión muy afín sobre los desafíos de la República y la manera de encararlos.
Un domingo, siendo él consultor jurídico del gobierno del Dr. Joaquín Balaguer, mientras lo visitaba en su casa, me llevó a su estudio. Con mucha reserva, me entregó un importante expediente para fines de análisis: la demanda de los sindicatos haitianos contra la República Dominicana ante la Organización Internacional del Trabajo (OIT). “Quiero que estudies este asunto que es delicado y que en el futuro será cada vez más importante y complicado para la República. Yo no lo veré, pero los jóvenes de tu generación tendrán que enfrentar este enorme problema”. Es bueno recordar que esa advertencia la hacía, no sólo el brillante jurista y consultor del Presidente, sino el ex Canciller de la República en armas, bajo la presidencia del coronel Francisco Alberto Caamaño, y ex rector de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, en tiempos difíciles.
Me explicó largamente sobre las fuerzas internacionales que estaban alentando la campaña de estos movimientos sindicales, así como de las debilidades y fallas de las instituciones nacionales para resistirla. Los sindicatos azucareros estaban integrados por abrumadora mayoría por trabajadores haitianos, incluida, sus directivas. Esto resultaba contrario a la legislación laboral vigente, que exigía una representación mayoritaria de dominicanos, por lo menos en órganos de dirección.
Ciertamente, las condiciones de vida en los bateyes eran deplorables, pero nunca fueron diferentes para los dominicanos que convivían con los haitianos en los mismos. Sin embargo, el gobierno dominicano, el Consejo Estatal del Azúcar y las empresas privadas estaban dispuestos a producir mejorías sustanciales. Las autoridades enfatizaban que tampoco las condiciones de existencia de millones de dominicanos que vivían en marginalidad y pobreza, fuera de las zonas cañeras, eran muy diferentes.
Semanas después de ese encuentro, recuerdo que el Dr. Cury me pidió visitar al Dr. Lupo Hernández Rueda, gran jurista también y notable poeta nacional. Tenía la representación del Estado ante la OIT, en su condición de experto en materia laboral. Conocía a don Lupo a través de mi padre, ya que fueron grandes amigos y condiscípulos en la universidad. Me apersoné con gran confianza a su oficina. Allí pude presenciar el estado de indignación en que se encontraba: el encargado de asuntos laborales de la embajada de EEUU, le había propuesto con gran descaro que declarara culpable al país ante la OIT de las acusaciones que se le lanzaron.
Resultaba irónico que el representante de la potencia que había ocupado la isla a mediados de la segunda década del siglo XX, y que había implantado el sistema de traer braceros desde Haití hacia sus ingenios azucareros, propiedad de sus inversionistas, formulara tal reclamo. Pero no era eso lo que le molestaba vivamente, sino la amenaza de suspender todos los beneficios económicos que disfrutaba la República en función de la Iniciativa de la Cuenca del Caribe: si no se obtemperaba a sus reclamos, debíamos saber que podíamos recibir esa sanción.
En efecto, desde el gobierno del presidente Reagan en 1980, República Dominicana tenía acceso al mercado norteamericano, con cuota azucarera incluida, y se beneficiaba también de todo un sistema de preferencias. Al amparo de esa iniciativa unilateral de EEUU, aparentemente generosa, se había ido desarrollando todo el sistema de zonas francas industriales en diferentes puntos del país.
Don Lupo me dijo que “lo había mandado al carajo” con su propuesta insolente, puntualizándole que él era el representante legal de la Republica Dominicana ante la OIT, y que si EEUU quería en verdad mejorar las condiciones de los bateyes debía pagar mejores precios o primas especiales, o ayudar con inversiones sociales.
Eso bastó para que yo planteara el tema en el debate público, y me convirtiera en un activo vocero de las posiciones de República Dominicana en mis frecuentes intervenciones en programas de radio y televisión.
En esos días, sorpresivamente me visitó un influyente economista que trabajaba, como consultor para sectores de inversionistas nacionales y extranjeros. Con mucha crudeza me expresó poco más o menos que “teníamos que ser realistas; que debíamos rendirnos ante la fuerza de los hechos. Que si queríamos esos beneficios de los norteamericanos debíamos estar dispuestos a asumir a los haitianos en República Dominicana y sus descendientes”. Hablamos también del enorme problema que representaba Haití. En ese momento, Haití estaba sumido en una crisis muy honda con motivo de la caída de los Duvalier y los endebles gobiernos civiles y militares que le sucedieron.
Así comencé a apreciar la profunda vinculación de la cuestión haitiana con las relaciones internacionales de la República, algo que he podido confirmar en lo adelante con mucha frecuencia al tratar con diplomáticos, legisladores y funcionarios de alto rango de gobiernos extranjeros y representantes de los organismos internacionales.
Pero lo que más contribuyó a que asumiera la perspectiva de la geopolítica insular al momento de analizar las relaciones dominico-haitianas y sus implicaciones internacionales. Fue un encuentro con Arturo Calventi Gaviño. Como era miembro del bufete del Dr. Cury, nos veíamos con frecuencia y platicábamos amenamente sobre la política nacional e internacional.
Un día me dijo que quería que lo visitara en su apartamento de la avenida Bolívar, y así lo hice. Confieso que fue una gran experiencia. El Dr. Arturo Calventi había sido embajador dominicano ante la OEA, precisamente cuando se desencadenó la crisis internacional con Haití, en 1963, durante el gobierno de su primo, el profesor Juan Bosch.
Por eso fue un testigo de excepción de uno de los episodios que precedieron al derrocamiento de éste en septiembre de 1963, y que, sin duda, tuvo gran incidencia en ese desenlace. Me explicó con detalles todas las peripecias diplomáticas que acompañaron a ese conflicto, que comenzó con la ocupación violenta de la sede diplomática dominicana en Puerto Príncipe, por parte de fuerzas paramilitares haitianas tras un atentado fallido contra la familia presidencial donde se asilaron algunos de los complotados. El gobierno dominicano reaccionó movilizando tropas hacia la frontera, tras un discurso digno y viril del jefe de Estado. Haití denunció ante la OEA al gobierno dominicano, de ser parte de una conspiración en su contra, que encabezaba el general haitiano León Cantave. Ese affaire se complicó cuando el Presidente dominicano comprobó que los Estados Unidos, sin su autorización, tenía en ejecución una operación encubierta, con bases de exiliados haitianos entrenándose militarmente en el territorio dominicano.
Sin embargo, había un tema de mayor interés. Me había convocado porque quería hacerme entrega formal de ‘Mission to Haiti’. Me regaló un ejemplar de la época que se emitió en inglés en junio de 1949; y que fue elaborado por un grupo de expertos de Naciones Unidas, que durante meses conocieron y estudiaron la realidad de la vecina nación.
Quería que yo lo tuviera, y sobre todo, que me fijara en la recomendación V, que a su juicio - y que comparto plenamente- era la clave para entender la posición histórica de Haití ante República Dominicana y de la comunidad internacional frente a ambos estados.
Esta conclusión sostenía: “(V) Impresionados por el hecho de que la perspectiva de Haití en los años que vienen es la continua, implacable presión de una población constantemente creciente sobre los limitados recursos naturales –y que desarrollar la producción de esos recursos, primero para alcanzar y luego para sustancialmente sobrepasar el crecimiento poblacional, es un proceso que necesariamente tomará un tiempo considerable, incluso en las más favorables circunstancias– la Misión recomienda que se considere seriamente la posibilidad de fomentar la emigración como una manera de aliviar la aguda presión poblacional. Existen en el ámbito general del Caribe países escasamente poblados -cuya población es en gran parte de la misma estirpe de la de Haití- los cuales han hecho de conocimiento su disposición y deseo de recibir inmigrantes para ayudar a desarrollar sus recursos naturales. La emigración desde Haití debe preferiblemente adoptar la forma de mover unidades familiares enteras de áreas agrícolas sobrepobladas para el asentamiento permanente en el país de inmigración, en contraste a la emigración principalmente estacional o temporal que ha tenido lugar en el pasado. Las Naciones Unidas y la Organización Internacional de Trabajo tienen al mando instalaciones para la prestación de asistencia técnica y asesoramiento sobre la aplicación de la política aquí recomendada.” Sesenta y seis años después Haití colapsó totalmente, mucho antes del terremoto.
Ocupa el lugar número 9 del índice de estados fallidos del mundo publicado por la Foreing Policy.
La Comunidad Internacional, actuando con mucho cinismo y empleando recursos blandos y duros de poder, lejos de acometer un esfuerzo serio de restauración de sus bases nacionales, como manda el más elemental sentido de justicia y responsabilidad internacional, se ha reafirmado en su visión de que República Dominicana debe ser la zona de amortiguamiento o buffering de esa crisis internacional, que constituye la suma de muchos fracasos.
Ese es un trágico error. De esa manera nunca habrá solución a los problemas de Haití como nación y, en cambio, se terminará por desestabilizar a República Dominicana, cuyas clases dirigentes no han tenido la capacidad de fijar los límites de su cooperación, y lo que es peor aún, se han prestado a la mascarada de inducir esquemas de “integración binacional” entre un Estado fallido y un Estado débil y dependiente.
En esas condiciones, de no cambiarse sustancialmente el enfoque miope y contraproducente, la difícil convivencia de veinte millones de dominicanos y haitianos en un espacio insular de 76,000 Km2 terminará por desatar un conflicto sin precedentes.
Por Pelegrín Castillo ;-

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