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miércoles, enero 21, 2015

Un frío que no llega

Tengo la ilusión todavía, que me viene desde niño, en algo que se expresaba de manera pintoresca en la defi nición del clima nuestro; “trescientos cincuenta días de calor y quince días, esperando un frío que no llega”. Me hizo gracia en la adolescencia y durante tantas décadas sobrevenidas después he podido comprobar su acierto. Un frío que no llega parecería ser nuestra impronta climática.
Ahora bien, al llegar este presente tan excitante me asalta la idea de que estamos sintiendo un calor distinto, oriundo de otro clima, el político, que está sentado junto a la hoguera de un patriotismo que se llegó a suponer por no pocos como extenuado y a punto de desaparecer.
Es un hecho que se está asomando un ardor emanado de esa misteriosa entraña de la patria, que para muchos de sus hijos se consideró que era cosa desconocida, leyenda y nostalgia marchita de escasos grupos de ilusos delirantes.
Ocurre que no. La patria se anida y refugia, ciertamente, en un olvido aparente y es la historia la que sale a testifi car más vigorosamente de su real existencia; de sus dimensiones sagradas, invocables como desafío de dignidad por los hijos y las hijas más inverosímiles; no presentidos siquiera.
La historia, pues, es la encargada de recordarnos lo que ha sido la patria para el sacrifi cio y el dramático compromiso con su suerte; es la historia que nos enseña la reserva de valores y de intrepidez de un pueblo altivo, con torturante frecuencia disminuido por los desprecios de los dominadores de sus destinos; que por obra de intereses especiales sombríos, a fuerza de los vicios y extravíos que acarrea el consumismo envilecedor y desquiciante de los tiempos, lo han creído privado mortalmente de defensa.
Ese ha sido el trágico error de los que han urdido planes siniestros de daño a su honra; suponerlo incapaz de algún arrojo; presa fácil de maquinaciones; “indolente y servil”, según los diabólicos diseños para su descomposición y su ruina en la burla y el desconocimiento a escala mundial de sus hondos méritos.
La entraña de la patria ha sido siempre un misterioso nicho para las fi bras más nobles de nuestros hombres y mujeres, cuanto más anónimos más abnegados y decididos a terribles inmolaciones.
De mis primeras lecturas retengo siempre lo narrado por una gloria sabia de nuestra patria; Pedro Francisco Bonó quien al describir lo cruento del desenlace de Guanuma, al sellarse la gloria de nuestra Restauración, se refería a los pies descalzos y los harapos de nuestras huestes frente a aquel poder épico de España, y apuntaba; “El corneta que llamaba al combate a los nuestros vestía blusa de mujer.” Yo agregaría: no camisa de soldado: estoy buscando descifrar los alcances de la admiración de aquel prócer nuestro por la reciedumbre de la índole indomable del pueblo dominicano.
Y esa es una muestra mínima, pero elocuente, que nos lleva a la convicción de que estaba presagiada desde el momento cumbre en que María Trinidad, en su consagración de santa de la libertad nuestra, a pocos pasos del patíbulo, ya exclamaba: “Señor, cúmplase en mí tu voluntad y sálvese la República.” Años después, como para que no se apagara la llama del coraje estoico de aquella madre primigenia de la patria, el poeta Eugenio Perdomo, también camino al patíbulo, gritaba su expresión inmortal: “Los dominicanos cuando van a la gloria van a pie.” Así como esas expresiones sublimes existen miles, aunque inéditas y anónimas, que desde el hondón de la patria han brotado para impedir la humillación y el ultraje, el abuso y el atropello.
Este pueblo, celoso de su independencia, altivo ante quien intenta mancillar su soberanía, se ha encontrado siempre presto al duelo y muy atento y airado ante las repugnantes deslealtades y traiciones de los pocos perversos y facciosos de siempre, insomnes verdugos del atributo supremo de su paz; por ello, el pueblo aparece redivivo en este invierno, más cálido que nunca, aguardando el llamado de sus grandes deberes.
El calor de hoy se comienza a sentir cómo brota de la ebullición de esas sanas pasiones de los hijos de esta tierra, que ya un legendario revolucionario de estos tiempos modernos en nuestra América describiera al elogiarlo como “Pequeño David, veterano de la historia”.
He meditado mucho durante el ocaso del año nuevo y ahora, en el umbral de éste, tengo el presentimiento de que las mejores páginas que le faltan a la historia de la patria están por escribirse, dadas las magnitudes inmensas de los poderes que buscan aplastarnos, así como las dimensiones de la traición que se ha asociado a la nefasta tarea del patricidio.
Nuestro clima moral y político no tendrá aquellos “quince días del frío que no llega”; contará con el calor de la devoción de sus hijos y de sus hijas ante sus apremiantes urgencias.
No en vano tanto para Duarte, como para Martí, fue verdad eterna que “la patria es agonía y deber”.
Aguardemos.
Por Marino Vinicio Castillo R. (Vincho) ;-

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