A estas alturas de la política Hipólito Mejía
debe estarse mirando en el espejo de Hatuey De Camps, no porque le
aplicaran a él la misma medicina que le propinó al ex presidente del PRD
al sacarlo de la organización por disentir de la reelección que buscaba
el Guapo de Gurabo, sino porque está ubicado en un partido que lidera
sin posibilidades de futuro.
Al sacar a Hatuey sabía que lo
condenaba al ostracismo. La historia ha sido que fuera del PRD los
políticos se atomizan. No por alguna maldición. No es que al salir les
apliquen un “guararé” sino que hay un estilo que se llevan y los ata.
Esa impronta perredeísta se llama abúlico estilo de trabajo.
Sería
una acusación aérea afirmar que los perredeístas son diletantes de la
política. Al contrario, son tenaces y peleoneros. Sobre todo si es
contra alguno de la misma jauría. Tienen años haciendo la misma labor
profesional con los mismos resultados. De nada les sirvió la
experiencia de Juan Bosch. Y éste es un buen momento de reflexión. El
éxito de Bosch fue hacer un plan de trabajo y encargarse de que se
ejecutara contra viento y marea. Manejó el timón del PLD con férrea
mano, con el mejor estilo leninista. Hizo de su grupito un partido y
ostenta el poder por seguir un estilo marcado por la constancia.
Al
día de hoy el PRD sigue nucleado alrededor de los comités barriales
pero alejados de las mesas de votación. Han migrado de barrio pero se
mantienen vinculados a los antiguos compañeros. Atentos al chismoteo por
los cargos internos y dejando pasar por la vera a los que realmente los
podrían llevar al poder.
Son incapaces de trabajar en los
electores para hacer crecer la estructura y lograr nuevos aliados. Son
una fuerza política basada en el sentimiento, en la emoción. Son los
liceístas de la política. Nacen y mueren perredeístas, pero para ganar
no basta la herencia. El PRM es lo mismo, pero nació viejo.
Hipólito
se mira en el espejo y a su vera están sus leales amigos. Cargados de
afectos, pero también de años. Tienen el deseo reverdecido pero el ánimo
artrítico. Ellos quieren hacer política pero no pueden. Van a la
Fundación Peña Gómez como si fueran a La Cafetera de El Conde.
Ese grupo no se ha percatado de que ya vivió su futuro.
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