
Por Leonel Fernández.
Hace tres mil quinientos años que vivió Moisés, la figura bíblica de
leyenda y, sin embargo, por su trayectoria como hombre sensible frente a
las injusticias, libertador de su pueblo, creador de una identidad y
fundador de una nación, parecen resumirse en él las condiciones
requeridas para ser líder en el siglo XXI.
La historia de Moisés
empieza cuando es rescatado de las aguas por la hija del faraón, rey de
Egipto, al momento de nacer. Pero su condición de líder se inicia cuando
ya adulto, a los 40 años de edad, ve a un egipcio maltratando a un
hebreo, a uno de sus hermanos.
Ante esa situación, Moisés no
permanece indiferente. No resulta insensible. Al revés, interviene en el
hecho, y luego de constatar que nadie lo está mirando, mata al egipcio y
lo esconde en la arena.
Ese acontecimiento tiene un gran valor,
pues significa que Moisés prefirió renunciar a todas sus comodidades, a
todos sus privilegios como miembro adoptivo de la familia del faraón,
para asumir el riesgo que implicaba comprometerse en la defensa de una
causa que él estimaba noble y justa. En este caso, el de la dignidad
mancillada de un hermano hebrero.
Pero al día siguiente, conforme
al relato bíblico, Moisés salió y vio a dos hebreos que reñían, y dijo
al culpable: ®Por qué golpeas a tu compañero?®, a lo que éste
respondió: ®Quién te ha puesto de príncipe o de juez sobre nosotros?
Estás pensando matarme como mataste al egipcio?®
Al escuchar esas
palabras, Moisés se percató de que su acción anterior había sido
divulgada, y ante el temor de ser perseguido y muerto por el faraón,
huyó. En su huída, terminó por refugiarse en la tierra de Madián, donde
vivió los próximos cuarenta años de su vida.
Al llegar se sentó
junto a un pozo, y estando ahí las siete hijas que tenía el sacerdote
del lugar fueron a sacar agua para dar de beber a las ovejas de su
padre. Pero unos pastores se lo impidieron y las echaron de allí. Al ver
eso, Moisés se levantó y las defendió, y dio de beber a sus ovejas.
En
los tres episodios que hemos relatado, lo que Moisés ha hecho es lo
que, en efecto, hace todo líder auténtico: asumir una causa. Su objetivo
no es ser líder. Lo que late en su alma no es el deseo de destacarse o
estar por encima de los demás, sino el de no permanecer pasivo o
indiferente ante un hecho que considera injusto.
Por consiguiente,
más que un deseo de ser líder, es su actitud de compromiso con una
causa lo que le conduce, de manera ineludible, a ejercer una función de
tal; y eso es algo que ha permanecido inmutable, desde los tiempos de
Moisés a nuestros días.
La liberación del pueblo hebreo
De hecho, en una primera etapa, Moisés incluso se muestra reticente a aceptar la condición de líder. Luego de que Dios se le aparece en medio de la zarza, esto es, un árbol espinoso, para encomendarle liberar al pueblo hebrero del cautiverio de los egipcios y conducirlo a la tierra prometida, Moisés se muestra indeciso, inseguro, y hasta presenta varias excusas para eludir su encargo.
De hecho, en una primera etapa, Moisés incluso se muestra reticente a aceptar la condición de líder. Luego de que Dios se le aparece en medio de la zarza, esto es, un árbol espinoso, para encomendarle liberar al pueblo hebrero del cautiverio de los egipcios y conducirlo a la tierra prometida, Moisés se muestra indeciso, inseguro, y hasta presenta varias excusas para eludir su encargo.
Sostiene que no se encuentra
apto para emprender la tarea, que no sabrá qué decir, que no tiene
ninguna credibilidad ni autoridad frente al pueblo hebrero, y que
finalmente no sabe ni siquiera hablar, pues es tardo en el habla y torpe
de lengua.
Dios disipa todas esas dudas en Moisés. Le empodera
para realizar actos milagrosos. Le indica que su hermano Aarón le
servirá de interlocutor. Le manifiesta que deberá procurar al grupo de
ancianos o sabios del pueblo hebrero para integrarlos a la causa; y le
explica que a pesar de sus requerimientos, el faraón endurecerá su
corazón y no dejará ir de Egipto al pueblo de Israel.
En su
primera audiencia, Moisés y Aarón le solicitaron al faraón que dejara ir
al pueblo de Israel a celebrar una fiesta en el desierto para honrar a
Jehová, el Dios de los hebreos. Pero el rey egipcio no sólo niega la
autorización, sino que se enoja y hace más difícil y pesada la tarea de
los israelitas.
Ante eso, el pueblo de Dios, temeroso de que el
faraón continuase aplicando medidas más drásticas en su contra, le exige
a Moisés y Aarón que cesen sus peticiones al monarca a los fines de
aliviar su carga en las faenas que diariamente sus hombres y mujeres
tienen que realizar bajo el suplicio de los egipcios.
Pero Moisés
vuelve en diversas otras oportunidades ante el rey de los egipcios a
exigirle que libere al pueblo de Israel, y ante la negativa de cumplirse
con ese mandato divino, se desatan las diez plagas sobre Egipto,
ninguna de las cuales afecta a los hebreos.
Moisés pronostica que
el agua del río se convertirá en sangre. Y así fue. Luego, que habrá una
plaga de ranas y otra de mosquito, si el faraón no liberaba al pueblo
de Israel; y ante cada negativa, se cumple su profecía.
Como
consecuencia de eso, su autoridad y su influencia van incrementándose,
tanto frente a su interlocutor como frente al pueblo elegido de Dios.
El
infortunio de los egipcios se extiende con la materialización de una
plaga de piojos, una epidemia de ganado, una tormenta de granizos y
plagas de langosta y de tinieblas; y en cada caso el faraón continuaba
haciendo caso omiso a la petición de permitir la salida del pueblo de
Israel.
Al final, ante la muerte de los primogénitos, el faraón
cedió. Pero después de autorizarlo, persigue al pueblo hebreo, que sólo
se salva de la ira de los egipcios porque el Mar Rojo se abre,
permitiendo su paso por tierra seca y sepultando a los soldados del
faraón bajo el peso de sus aguas.
Conflictos, deslealtad y perseverancia
Se presume que frente a tantos logros, a tantas pruebas de liderazgo, el pueblo hebreo tendría un respeto total por la figura de Moisés y aceptaría su forma de conducción hasta alcanzar el objetivo estratégico, que era el de llegar a la tierra prometida.
Se presume que frente a tantos logros, a tantas pruebas de liderazgo, el pueblo hebreo tendría un respeto total por la figura de Moisés y aceptaría su forma de conducción hasta alcanzar el objetivo estratégico, que era el de llegar a la tierra prometida.
Pero no ocurrió así,
pues a los pocos días de estar en el desierto empezaron las
murmuraciones y quejas en contra de Moisés. Se protestaba porque tenían
sed, pero he aquí que el elegido de Dios hizo que brotara agua de las
rocas y la sed fue saciada.
Más adelante, sin embargo, el problema
es que se tiene hambre, y de nuevo empieza el cuestionamiento a las
condiciones de liderazgo de Moisés. Pero, una vez más, este se activa y
consigue que del cielo se produzca el maná y llueva pan sobre el
desierto.
Luego del hambre estar satisfecha, el problema es que
están cansados de comer tanto pan. Que Moisés los ha engañado, pues a
pesar de estar en condición de esclavos, en Egipto se encontraban mejor,
pues por lo menos podían comer carne y cebolla.
Era una queja
tras otra y un desconocimiento al liderazgo de Moisés. Pero el colmo es
cuando sube al monte Sinaí a buscar la Ley de los Diez Mandamientos.
Allí dura cuarenta días, y al bajar encuentra al pueblo adorando a otros
dioses, incluyendo a un becerro de oro, al que le ponen el nombre de
Yavé.
En esa acción incluso participa su propio hermano Aarón, lo
que para Moisés resulta algo insólito e inexplicable. Pero después
vienen los celos, no sólo de Aarón, sino también de su hermana María,
de por qué Moisés es el único escogido por Dios y no ellos también.
A
eso se le agrega la rebelión de Coré, Datam y Abiram, sobre la base de
que ya Moisés tiene demasiado tiempo dirigiendo al pueblo hebrero y
ahora les corresponde el turno a ellos; y finalmente la desinformación
de diez de los doce espías enviados a inspeccionar la tierra de Canaán,
antes de la entrada del pueblo de Israel, lo que provoca su desaliento,
su determinación de regresar a Egipto sin alcanzar el sueño anhelado y
destituir a Moisés como su conductor.
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Leonel Fernández |
Aunque Moisés no llegó a la
tierra prometida, debido a su perseverancia, sí lo hizo el pueblo de
Israel, y todos los que no tuvieron confianza en su capacidad de
liderazgo o conspiraron en su contra, quedaron convertidos en escombros,
luego de que bajo la ira de Jehová, la tierra se abriese y se los
tragara.
Por la causa asumida, por su visión, su consistencia,
carácter e integridad, puede decirse que aunque vivió hace tres mil
quinientos años, Moisés realmente puede ser considerado un líder del
siglo XXI.
A su muerte, le sucedió Josué, el más fiel de sus discípulos.
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