Sí: la retórica perredeísta orientada a su
propia destrucción y del país, aunque crean lo contrario, siempre
refleja con amplificación las tensiones políticas y de intereses entre
las diferentes “familias” de ese partido, convirtiéndose estas faltas en
plasmación completa de la conducta fratricida. Es una cantinela
constante. Su mundo es lo irremediable, el desacuerdo partidario, lo
estéril, lo fútil; el discurso escaso; no hay formalismo; partido de
ocurrencias y, por tanto, no hay ideas.
Como la jerarquía ha
desaparecido sólo queda el vituperio, tiros, amenazas de muerte,
división eterna, malos gobiernos, saqueo al Estado; sucumbe la
soberanía; asociación al narcotráfico, estupros a la Constitución,
tráfico de indocumentados, violencia familiar, daños al Congreso, venden
calles y propiedades municipales; delincuencia común; líderes envueltos
en estafas; rematan los cargos públicos en la escogencia de jueces
electorales, y supremos; desaparecen hasta las reservas en oro de la
Nación; tuercen leyes; canibalizan los bienes públicos; luchan con bajas
pasiones; canibalismo político, culto a la cortesanía: “vasallos del
imperio”; autoritarios; apología a la violencia, desprecio a los valores
éticos y morales; propician desde el poder la pauperización de la
sociedad; machistas; maestría en la sospecha y la delación
intrapartidaria. Cualquier iniciativa se la llevan por delante con
acciones dislocadas y sectarias; se arrogan privilegios inmoderados; el
forcejeo entre Gobierno y Partido cuando asumen el poder incluye el
debate áspero; la disputa contínua; la demolición del contrario. Con el
PRD no hay transitoriedad, es decir, aparece y desaparece, sino que
siempre es así: es la “marca de la casa”. Sus gobiernos son
perturbadores y siempre el país cae en territorio incierto; los avances
en la modernidad social es un recorrido hacia atrás; un pasado en que
siempre ha imperado el desorden, fallas en la educación, la innovación,
el descarrilamiento del entorno socioeconómico. Realmente sus gestiones
terminan insultantes y en forma apestosa.
Echan mano de eslóganes
patrioteros e ingeniosos: “el partido de la esperanza nacional”; “el
buey que más jala”, pero no han sabido prolongar el talento de sus
fundadores y, lo que han conseguido al mismo tiempo es, facilitar las
cosas a sus contrarios, algo que resulta incomprensible. Viven en un
estado de posturas irreconciliables, siempre opuestos o en contra del
consensualismo, muchas veces transitorio que tuvo en tiempos de los
“líderes”.
Nunca hay lenguaje adecuado y, por el contrario,
afloran las acusaciones espeluznantes y vehementes sin ofrecer
evidencias contundentes, por eso como oposición no están en capacidad de
elaborar un discurso serio ni de exigir responsabilidades. Total falta
de autoridad, donde ni siquiera sus mujeres, en minoría influyente y con
buena representación, pero atrapadas en una reserva de machos
responsables y guapos. Quiérase o no admitir: el PRD es un partido
decadente. Es el conflicto gratuito. Sus constantes luchas ponen el país
y a su propia organización al borde del caos institucional. Ya es un
signo de hartazgo, y hasta sus propios símbolos propician la fatiga en
una sociedad dominicana agobiada por problemas que debe superar con
todas las fuerzas políticas. Pero esta organización está plagada de
esfuerzos por anclar la impunidad. Es una subcultura política, una
verdadera reserva de medianias conformistas, de aquí que sus reuniones y
asambleas se encarrilan por el sendero de “a tiros limpios”. Su
historia es sinuosa. Setenta y cinco años en lucha consigo mismo y en el
peor momento, con un “liderazgo” selvático que acusa y contraacusa,
cargado de las peores pasiones; es la lucha final, el último jirón del
ya deteriorado crédito del perredeísmo. Parece que en realidad el PRD ha
nacido maldito.
Autor: Manuel Fermín
Autor: Manuel Fermín
No hay comentarios:
Publicar un comentario