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lunes, febrero 10, 2014

PRD en decadencia

Sí: la retórica perredeísta orientada a su propia destrucción y del país, aunque crean lo contrario, siempre refleja con amplificación las tensiones políticas y de intereses entre las diferentes “familias” de ese partido, convirtiéndose estas faltas en plasmación completa de la conducta fratricida. Es una cantinela constante. Su mundo es lo irremediable, el desacuerdo partidario, lo estéril, lo fútil; el discurso escaso; no hay formalismo; partido de ocurrencias y, por tanto, no hay ideas.
Como la jerarquía ha desaparecido sólo queda el vituperio, tiros, amenazas de muerte, división eterna, malos gobiernos, saqueo al Estado; sucumbe la soberanía; asociación al narcotráfico, estupros a la Constitución, tráfico de indocumentados, violencia familiar, daños al Congreso, venden calles y propiedades municipales; delincuencia común; líderes envueltos en estafas; rematan los cargos públicos en la escogencia de jueces electorales, y supremos; desaparecen hasta las reservas en oro de la Nación; tuercen leyes; canibalizan los bienes públicos; luchan con bajas pasiones; canibalismo político, culto a la cortesanía: “vasallos del imperio”; autoritarios; apología a la violencia, desprecio a los valores éticos y morales; propician desde el poder la pauperización de la sociedad; machistas; maestría en la sospecha y la delación intrapartidaria. Cualquier iniciativa se la llevan por delante con acciones dislocadas y sectarias; se arrogan privilegios inmoderados; el forcejeo entre Gobierno y Partido cuando asumen el poder incluye el debate áspero; la disputa contínua; la demolición del contrario. Con el PRD no hay transitoriedad, es decir, aparece y desaparece, sino que siempre es así: es la “marca de la casa”. Sus gobiernos son perturbadores y siempre el país cae en territorio incierto; los avances en la modernidad social es un recorrido hacia atrás; un  pasado en que siempre ha imperado el desorden, fallas en la educación, la innovación, el descarrilamiento del entorno socioeconómico. Realmente sus gestiones terminan insultantes y en forma apestosa.
Echan mano de eslóganes patrioteros e ingeniosos: “el partido de la esperanza nacional”; “el buey que más jala”, pero no han sabido prolongar el talento de sus fundadores y, lo que han conseguido al mismo tiempo es, facilitar las cosas a sus contrarios, algo que resulta incomprensible. Viven en un estado de posturas irreconciliables, siempre opuestos o en contra del consensualismo, muchas veces transitorio que tuvo en tiempos de los “líderes”.
Nunca hay lenguaje adecuado y, por el contrario, afloran las acusaciones espeluznantes y vehementes sin ofrecer evidencias contundentes, por eso como oposición no están en capacidad de elaborar un discurso serio ni de exigir responsabilidades. Total falta de autoridad, donde ni siquiera sus mujeres, en minoría influyente y con buena representación, pero atrapadas en una reserva de machos responsables y guapos. Quiérase o no admitir: el PRD es un partido decadente. Es el conflicto gratuito. Sus constantes luchas ponen el país y a su propia organización al borde del caos institucional. Ya es un signo de hartazgo, y hasta sus propios símbolos propician la fatiga en una sociedad dominicana agobiada por problemas que debe superar con todas las fuerzas políticas. Pero esta organización está plagada de esfuerzos por anclar la impunidad. Es una subcultura política, una verdadera reserva de medianias conformistas, de aquí que sus reuniones y asambleas se encarrilan por el sendero de “a tiros limpios”. Su historia es sinuosa. Setenta y cinco años en lucha consigo mismo y en el peor momento, con un “liderazgo” selvático que acusa y contraacusa, cargado de las peores pasiones; es la lucha final, el último jirón del ya deteriorado crédito del perredeísmo. Parece que en realidad el PRD ha nacido maldito.
Autor: Manuel Fermín

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