El fenómeno del poder y el liderazgo han sido estudiados desde la
Antigüedad por filósofos como Platón y Aristóteles. En la época del
Renacimiento, durante el siglo XVI, por una figura como Nicolás
Maquiavelo, autor de El Príncipe, un audaz tratado acerca de cómo se
conquista el poder, como se conserva y como se pierde.
En el
período contemporáneo, fue, a su vez, lo que estimuló el intelecto del
gran sociólogo alemán, Max Weber; lo que inspiró al economista
norteamericano, John Kenneth Galbraith, quien publicó en la década de
los ochenta, su texto, Anatomía del Poder; y más recientemente, lo que
atrajo la atención de Robert Greene, autor de un brillante y perspicaz
trabajo, titulado: Las 48 Leyes del Poder.
Más recientemente,
hemos visto la proliferación de publicaciones, como El Fin del Poder, de
Moisés Naím; El Poder Suave, de Joseph Nye; y El Manejo del Poder, del
destacado psicólogo y analista político dominicano, Leonte Brea.
Pero,
al margen de la teoría, quisiera compartir algunas experiencias vividas
acerca de cómo se percibe y practica, en determinados ámbitos, el
fenómeno del poder político y el liderazgo en la República Dominicana.
El paraiso de Modesto Guzmán
En
efecto, inmediatamente después del triunfo electoral de 1996, visité en
su hogar al presidente Joaquín Balaguer con la finalidad de solicitarle
nos indicara los dirigentes de su partido que él desearía formaran
parte del nuevo gobierno a iniciarse en agosto de ese año.
El
presidente Balaguer, con la clásica cordialidad que siempre le
caracterizaba, escuchó nuestra petición y acordó conversar sobre el tema
en una próxima ocasión.
Pero transcurrió el tiempo y no se produjo ninguna respuesta.
Así
que volví a visitarle para que, dada la proximidad de la ceremonia de
toma de posesión, nos precisara los nombres de los miembros del Partido
Reformista que serían funcionarios del nuevo gobierno.
Las
palabras del doctor Balaguer fueron las de que él había apoyado nuestra
candidatura por razones estrictamente patrióticas, sin ningún otro
interés particular, y que, por consiguiente, no sería necesario designar
a ningún miembro de su organización política en un cargo público.
La respuesta me desconcertó.
Tenía
la convicción de que hasta por razones elementales de gratitud,
deberíamos contar con la presencia reformista en la nueva gestión
pública.
Así pues, insistí de nuevo que nuestro triunfo se había
producido, en gran parte, por su involucramiento personal en la creación
del Frente Patriótico, y que, por lo tanto, la nueva administración
gubernamental era tanto suya como nuestra.
No obstante, su
reacción permaneció invariable. ¨Ningún reformista formará parte del
gobierno que le tocará a Ud. presidir¨, sentenció.
Y así fue.
Naturalmente,
muchos dirigentes reformistas llegaron a inquirirme respecto a las
designaciones en el nuevo tren administrativo, a todos los cuales tenía
que indicarles que a pesar de nuestro deseo en esa dirección, el líder
de su organización había dispuesto lo contrario.
De nuestra parte,
tratábamos de entender las razones del doctor Balaguer para decidir la
no integración de destacados miembros de su partido en el que sería
denominado como el Gobierno del Nuevo Camino.
Las conjeturas no se
hicieron esperar. Algunos sostenían que el líder reformista habría
considerado que en aquella época éramos muy jóvenes e inexpertos , y que
al poco tiempo el gobierno que nos tocaba encabezar se desplomaría, con
lo cual no quería que su partido fuese percibido como responsable de la
catástrofe que veía venir.
Esa fue la creencia albergada durante
largo tiempo, hasta que varios años después de terminada la gestión
gubernamental, Modesto Guzmán, uno de los pocos reformistas que logramos
designar, y que figuró como Director General del Instituto Postal
Dominicano, con rango de Secretario de Estado, nos contó su historia.
De
acuerdo con Modesto, en aquella época él era el único reformista que
podía llegar a la casa del doctor Balaguer y encontrar que los que allí
atendían le abrían, en forma afanosa, las puertas de entrada, para que
pudiera penetrar con su vehículo y aparcarlo en el patio del lugar.
Una
vez desmontado, lo recibían como a un Dios en el Olimpo. Le dispensaban
todo tipo de elogios y parabienes. Le vaticinaban grandes logros. Le
pronosticaban una larga y prodigiosa carrera política.
Lo bendecían , y no faltó hasta quien le ungiera como seguro sucesor del líder.
Al
escuchar esa historia, le pregunté a Modesto a qué se debía tanta
lisonja. Me contestó: ¨Ah, a que era uno de los pocos funcionarios
reformistas con capacidad para resolver. Por tanto, podía nombrar
algunos compatriotas, repartir, de vez en cuando, algún dinerito; y
satisfacer algunas de sus necesidades más urgentes.¨ Al oír todo
aquello, le dije: ¨Modesto, pero Ud. con ese cargo vivía como en el
paraíso.¨ Sonrió, y recuerdo que pronunció estas palabras: ¨Ud. ni se
imagina.
Con ese cargo, hasta el paraíso me quedaba chiquito.¨ Es
probable que dada su dilatada experiencia política, el doctor Balaguer,
gran conocedor del alma humana, considerase que la multiplicación de los
casos tipo Modesto podría llegar a convertirse en una erosión a su
propia autoridad.
Los sobrecitos de Dajabón
El otro
episodio se refiere a lo que aconteció durante una visita a Dajabón.
Entonces realizábamos uno de los acostumbrados recorridos de Navidad por
la provincia.
Llevábamos música, alegría y distribuíamos canastas de alimentos y golosinas a las empobrecidas familias.
Pero,
además, se repartían unos sobrecitos amarillos, donados por empresarios
amigos, que contenían algunos regalos para la ocasión.
El
compañero Paulino Sánchez, que conducía el vehículo, se impresionó al
ver la multitud que se abalanzaba sobre uno de los encargados de hacer
la distribución, e hizo el siguiente comentario: ¨Presidente, pero Ud.
ha visto como el compañero Pedro se ha convertido, de repente, en un
líder. Le confieso que nunca había visto una multitud tan enardecida.
Mire
como toda esa gente se vuelca hacia él¨? Yo le riposté: ¨De verdad
Paulino? Ud. nunca había visto algo así? Ud. cree que verdaderamente esa
multitud le está aclamando?¨ ¨Si, si, seguro, Presidente¨, me
respondió.
Entonces, lo miré y le dije: ¨Observe lo siguiente.
Vamos a pedirle que le entreguen los sobrecitos al compañero Manuel
Reyes, dirigente provincial, para que él continúe el reparto y a ver qué
pasa.¨ Efectivamente, así ocurrió, y la muchedumbre rápidamente
abandonó a Pedro y se desplazó hacia el compañero Reyes, quien empezaba a
hacer la repartición de los sobrecitos.
De repente, Reyes se veía
rodeado de la eufórica muchedumbre que hacía tan sólo unos instantes
revoloteaba en torno a Pedro, cautivando la atención de nuestro
conductor, el compañero Paulino Sánchez.
Entonces volví a
dirigirme a Paulino, al que le pregunté: ¨Qué tal, qué le parece? Mire
el gran líder que en cuestión de segundos se ha convertido el compañero
Manuel Reyes, ahora encargado de repartir los sobrecitos.¨ No pudo
contener la risa. Había aprendido la lección.
Con el transcurrir
de los años, el cuento lo hemos repetido múltiples veces entre nosotros,
tratando de recordar aquellos momentos de grandes experiencias junto al
pueblo.
Pero lo más interesante es que tanto lo acontecido con
Modesto Guzmán, como con la distribución de los sobrecitos de Dajabón,
se pone de relieve una gran enseñanza de las ciencias políticas acerca
del liderazgo y la teoría del poder.
Y es que el poder, que
implica una relación entre gobernantes y gobernados, aparte del factor
ideológico, de conciencia, hace referencia a otros dos factores: al
poder de coacción o represión y al poder compensatorio, que es la
capacidad para dar o distribuir.
Tomándole prestado a la teoría de
la comunicación el conocido esquema de Lasswell, se afirma que el poder
se traduce en la siguiente fórmula: Quién da Qué, a Quién, por Qué
Medios, con Qué Efectos.
Eso fue algo que entendieron con mucha
claridad, tanto mi amigo Modesto Guzmán, con su cargo en INPOSDOM, como
Paulino Sánchez, con los sobrecitos de Dajabón, en su lúcida observación
acerca del comportamiento de las multitudes.
Se trata de un fenómeno sobre el que no dejo de reflexionar.
Por Leonel Fernández ;-
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