
La drunkorexia (del término inglés drunk –estar bebido– y
por el sufijo orexia –apetito–) surge porque los jóvenes de hoy, dadas
las calorías que tiene el alcohol, deciden que entre comer o beber,
prefieren la segunda opción.
Si tenemos en cuenta que una lata de cerveza supone 110
calorías, un vaso de vino unas 80 calorías y un combinado supera las 200
calorías, muchos adolescentes a dieta escogen estas bebidas frente el
plato de garbanzos. El asunto es doblemente preocupante en las mujeres
ya que el hígado femenino sufre más por el alcohol,
aunque ingiera menos cantidad y durante un tiempo más corto que el
hombre. Bebiendo la misma cantidad que un varón, la sangre de una mujer
absorbe entre un 30 y un 50% más. El corazón es también más vulnerable y
con un 60% menos de alcohol puede sufrir la misma cardiopatía.
«Es fundamental alertar y dar a conocer este trastorno de la conducta
alimentaria a la población ya que es una enfermedad poco conocida, que
se padece en silencio y es difícil de identificar por el entorno. Como
la anorexia, bulimia o vigorexia (suele estar ligada a personas que la
han padecido) es peligrosa a nivel nutricional, funcional y cognitivo,
provocando situaciones de desnutrición severa y un incremento del daño
hepático», cuenta el doctor Adelardo Caballero, director del Instituto
de Obesidad.
¿Las medidas de prevención? «Es importante, que desde las
edades más tempranas de la adolescencia, los padres tengan una buena
comunicación con sus hijos en general, pero sobre todo alertar y hablar
sobre los efectos y el peligro del consumo de alcohol (ya
que actualmente cada vez se inicia antes). En casos en los que los
padres observen conductas poco frecuentes y raras en sus hijos deberán
intervenir un psicólogo —para tratar la adicción, los problemas
asociados y la pauta errónea adquirida—, un nutricionista para restaurar
el equilibrio nutricional perdido y un médico de cabecera», añade este
especialista.
Fuente: ABC.es
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