Este fenómeno ha venido acompañado de frecuentes fricciones entre ciudadanos de los dos países, que muchas veces dejan estelas de sangre, muerte y violencia desaforada.
También supone una fuerte sangría presupuestal por los altos costos que asume el país para subsidiar el paritorio masivo de embarazadas haitianas en condiciones de gratuidad, un privilegio que no tienen las madres pobres dominicanas.Del mismo modo se desprende otra realidad ominosa: la presencia y acción de bandas de delincuentes operando en el abigeato, el contrabando, el tráfico de personas, el crimen organizado y la falsificación y suplantación de la identidad dominicana.
La magnitud del problema está a ojos vista. Que nadie se llame a engaño.
Un grupo de prominentes ciudadanos ha dirigido una apelación al presidente Luis Abinader para que ponga coto a esta “ocupación progresiva”, violentando nuestras leyes migratorias y creando las condiciones para un futuro incierto.
Urge mover todos los músculos de la ley para ponerle freno a una situación que, en medio de la crisis sanitaria, de empleo y quiebra de la economía, más el clima de ingobernabilidad y pobreza de Haití, se torna en una bomba de tiempo para la cohesión social y territorial de nuestra nación.
De lo contrario, resultará tarde y difícil desactivarla.
Tomado del editorial de

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