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lunes, septiembre 28, 2020

El carisma: ¿don o fabricación?

 ENFOQUE,,,,     

“Ningún hombre es supe­rior a su pueblo” Juan Bosch
Por muchos años se ha sostenido que el ca­risma es ex­clusivo de determinadas figuras políticas y que es un atributo consustancial de su personalidad. A esos líderes se les ha atribuido poderes especiales, em­brujo y magia personal pa­ra mover las masas o para dirigir la nación. Otros han pensado que está asociado a una imagen física conta­giosa o que proviene de al­go sobrenatural.


Pero un análisis minu­cioso de la historia nos lleva a conclusiones dife­rentes. Winston Churchill era de contextura gorda, Charles De Gaulle era del­gado y de alta estatura, Napoleón Bonaparte era pequeño y Franklin Dela­no Roosevelt era impedi­do físico y andaba en silla de ruedas. La caracterís­tica común de estos gran­des hombres era que todos eran considerados caris­máticos y que todos irra­diaban magia frente a sus seguidores.
Entonces, si el carisma no se puede determinar por las cualidades físicas, materiales o intelectuales, ¿qué es entonces el caris­ma? ¿Es una condición in­trínseca del líder o es una fabricación externa? ¿Es el carisma el que conduce al éxito o es el éxito la fuente del carisma? ¿Es el caris­ma un atributo exclusivo de los líderes o es también una condición que poseen los grupos sociales?
Los orígenes del carisma
Desde tiempos muy anti­guos el carisma ha estado asociado a una combina­ción de habilidades perso­nales, manejo de la ima­gen, uso de símbolos de impacto y a la ejecución de rituales considerados mágicos. Quizás, la prime­ra manifestación de caris­ma la podemos encontrar en los brujos y hechiceros de las sociedades antiguas. Para alcanzar la condición de carismático, “el brujo se vestía y adornaba de una forma especial, invocaba el poder de los dioses, en­traba en trance y realizaba ritos impresionantes que dejaba pasmada a la comu­nidad”. Normalmente, es­te “don” del brujo se trans­formaba en una forma de poder para solucionar pro­blemas sociales como pro­curar la lluvia, proporcio­nar buenas cosechas, curar enfermedades o derrotar al enemigo; todo lo cual de­venía en una forma de lide­razgo que se transformaba en obediencia, admiración y respeto.
El gran aporte del so­ciólogo Max Weber fue el mostrar el proceso evoluti­vo mediante el cual el ma­go es sustituido por el rey a través de la transforma­ción del carisma en prác­tica cotidiana y en fuerza institucional. Este proceso consiste en transferir la car­ga carismática inicialmen­te poseída por un indivi­duo o por un grupo social, a otros individuos, mediante procesos de sucesión repe­tibles, institucionalizados, racionales y legales.
Carisma, dominación y poder
Visto así, el carisma es una forma de dominación que deriva de la pretensión de legitimar determinada for­ma de poder mediante la apelación a la magia de un individuo o grupo domi­nante. A su vez, para que esta forma de dominio sea efectiva es necesario esta­blecer la validez del caris­ma mediante su recono­cimiento por parte de los dominados. Claro está, que un grupo social acepta el li­derazgo carismático sólo cuando cree que las accio­nes del líder vendrán en be­neficio suyo. Por lo que la autoridad del carisma só­lo es estable y permanente cuando da pruebas eficaces y útiles de los beneficios del carisma para el grupo so­cial y cuando da muestras de que ha cumplido a caba­lidad la misión para la cual fue elegido como líder.
Así, los reyes de las socie­dades antiguas a quienes se les atribuían poderes má­gicos a causa de su privile­giada relación con lo divino eran considerados directa­mente responsables tanto de los éxitos como de los fracasos de la comunidad. Por lo que cuando el rey no podía parar las hambrunas, impedir las epidemias o ga­nar la guerra, era culpado directamente por los daños causados, por lo que su ca­risma era puesto en duda, la autoridad cuestionada y en algunos casos era exi­liado, apaleado o finalmen­te ejecutado, y su misión y carisma eran transferidos a otro líder más apto para la nueva coyuntura social. Esto quiere decir que desde sus inicios el concepto de carisma ha estado asociado a la relación entre las nece­sidades sociales, la misión encomendada a un líder para resolverlas y al éxito o fracaso de ese líder para lle­var a su pueblo al logro de los objetivos planteados.
De ocupar o haber ocu­pado posiciones cimeras de mando social, de haber rea­lizado acciones de extraor­dinario arrojo y valor o de haber conquistado el éxito o la gloria, una persona se ve rodeada de una aureola de brillo, fama, admiración y a veces leyenda. Con ma­yor razón si está acompa­ñada de la fuerza hipnótica del poder”.
Hoy, podemos decir,  que el carisma es una combi­nación del prestigio y las cualidades personales del líder; al que se le suma la mística, la historia y los re­cursos del grupo social, la fuerza y la dinámica de la misión encomenda­da, la construcción por la vía de la publicidad de una imagen impactan­te y socialmente acepta­da, los símbolos sociales y económicos del éxito y los impresionantes símbo­los del poder. Todo lo an­terior, promovido por los medios de comunicación y por los integrantes del grupo social en forma de propaganda directa o su­bliminal y repetido hasta la saciedad por todos los medios que permite el po­der y los modernos meca­nismos de persuasión.
Investido entonces el lí­der de todos estos poderes y cualidades, su figura se convierte en un factor de atracción, seducción y per­suasión. Su brillo conta­gia todo lo que hace, dice o toca. Sus actos y sus pa­labras despiertan una fas­cinación especial. Ideas y acciones a veces sin con­tenido ni trascendencia o cualquier gesto por in­significante que parezca, pueden suscitar la admira­ción de sus seguidores, por lo que muchos le hacen al líder culto y reverencia sin cuestionamientos ni crítica alguna.
Los líderes carismáti­cos contemporáneos
En su forma actual, los lí­deres carismáticos con­temporáneos ya no pre­tenden fundamentar la legitimidad de su dominio sobre una relación privile­giada con lo divino o con lo mágico, sino apelando a mitos y promesas para de­mostrar que son los úni­cos que pueden identificar los problemas nacionales y que sólo ellos conocen el camino que conduce a su solución definitiva. Nor­malmente, estos líderes que apelan al carisma uti­lizan el mito, la leyenda y el misterio como forma de ocultar las debilidades de su personalidad y de su li­derazgo apoyándose en estereotipos y prejuicios culturalmente arraigados. Aprovechan el poder de los medios de comunica­ción, la magia de la publi­cidad, la precisión del “Big Data”, las redes sociales y la ignorancia de la pobla­ción para fabricar cuali­dades ajenas al líder pero socialmente admiradas y deseadas.
El carisma frente a la historia
Por lo que podemos con­cluir, que convertir el con­cepto de carisma en un si­nónimo de “ascendiente personal” o de don único y exclusivo de un líder en particular es una deforma­ción de la ciencia, una ne­gación de la historia y un empobrecimiento del pen­samiento para legitimar una forma de poder o pa­ra mantener privilegios adquiridos. Pues, fuera de lo meramente esotérico, no hay pruebas científicas o históricas que demues­tren la posesión intrínseca de magia, ángel, magne­tismo, encanto, hechizo o cualquier forma de don es­pecial que convierta a los líderes en seres sobrehu­manos, cuyas cualidades lo ubican por encima de la sociedad y de las necesida­des y las aspiraciones na­cionales.

Por Gedeon Santos ,-
@GedeonSantosR

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