Pese a los fundamentos de su tesis, la esperanza de una victoria sin
guerra nunca asomó en las cuatro décadas que siguieron a la publicación
de sus memorias.
Podría decirse que eso mismo les pasa ahora a los dominicanos, que
quieren ganarle la guerra al coronavirus sin esgrimir las armas
apropiadas para darle la batalla.
Sin el distanciamiento físico, el confinamiento preventivo y el
máximo rigor en la higiene personal, no habrá maneras de contener el
contagio, minimizar los riesgos de los padecimientos ni mucho menos
salir a tiempo del estado de cuarentena y reemprender el camino de la
recuperación de la normalidad.
En la vanguardia de la lucha solo han estado, a la franca, los
médicos y las enfermeras. Y las familias solidarias que han estado
cerca de los pacientes infectados, atribuladas por el temor a una
cadena de contagio o a la muerte misma.
Esos médicos y enfermeras que han estado en la primera línea de
fuego, algunos de los cuales han resultado también contagiados por el
virus, exponen sus vidas en una lucha agotadora, casi sin límites de
tiempo, en las salas de aislamiento o de cuidados intensivos en
clínicas y hospitales.
Los del hospital Ramón de Lara, en la base aérea de San Isidro,
principal centro de defensa de la vida de los contagiados por el
Covid-19, al igual que los de otros hospitales situados en los focos de
la pandemia, son los verdaderos héroes de esta batalla.
Mientras otros ciudadanos desafían el peligro y se exponen
imprudentemente al ataque del virus, estos médicos y enfermeras
consagran todo su talento y sus conocimientos, auxiliados por fármacos y
vacunas que todavía están en prueba, para salvarles la vida a los que
no tomaron en serio esta amenaza.
A todos ellos el país les debe una gran ovación por ser los únicos
que, a contrapelo de los deseos de sus parejas, progenitores, hijos,
familiares o amigos, han creado un escudo de salud para evitar que el
coronavirus nos arranque más vidas, la verdadera victoria en esta
guerra.
Tomado del editorial de
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