Más que un distanciamiento social, como clave por excelencia para
contener la propagación del coronavirus, lo que ha imperado en el país
ha sido la indisciplina social frente a esa norma.
Se declaró un estado de emergencia, prorrogado en el tiempo, se
impuso un toque de queda, se cerraron las actividades productivas y
comerciales, con ciertas excepciones y se restringió la navegación
comercial aérea y marítima, entre otras medidas inéditas en nuestra
historia moderna.
Por si fuese poco, el gobierno asumió un plan de ayudas salariales,
subsidios, exenciones fiscales y reducción de tasas de interés
acompañadas de la suspensión de pagos de obligaciones financieras o de
servicios públicos, en aras de crear las condiciones para el
confinamiento y el distanciamiento social.
Pero las indisciplinas sociales se ocuparon de mediatizar el esquema
de lucha contra la pandemia, adoptadas conforme a las reglas trazadas
por el protocolo de salud para estos casos, y ahora estamos
presenciando un abierto desafío o boicot a ellas.
Mucha gente ha seguido en las calles, con o sin toque de queda,
pretendiéndose inmunes al virus, mientras casi 400 dominicanos han
caído víctimas mortales del Covid-19 y más de 10,000 como contagiados,
probablemente con vocación a entrar pronto en la antesala de los
camposantos.
Sin haber cumplido al ciento por ciento las reglas vitales de la
cuarentena, hay quienes quieren salir de ella. El clímax de la
impaciencia ha hecho que se incrementen las exigencias para volver
pronto a la “normalidad”.
Pero aún, a decir verdad, no estamos preparados para asumir ese harakiri.
El virus se sigue propagando y estableciendo sus reales, de forma
mortífera o contagiante, en varias provincias que días atrás parecían
estar al margen de sus agresivos coletazos, como es el caso de San
Cristóbal.
El Gran Santo Domingo, escenario de los más palpables ejemplos de la
indisciplina social frente a las reglas del estado de emergencia, está
hoy a merced de la pandemia irrefrenable, como lo muestra su primera
posición en el ranking del contagio.
Pero es mejor, para muchos, olvidarse de esta amenaza, no tenerle
miedo al bicho impredecible y apurar el paso hacia la “normalidad”.
Que Dios nos coja confesados.
Tomado del editorial de
de la fecha ;-
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