Visión Global ,,,
Es un hecho conocido por todos que la mayoría de las estafas
telefónicas de que han sido víctimas miles de dominicanos tiene su
epicentro en las cárceles, ya sea del llamado nuevo modelo o del sistema
antiguo, cuya diferencia sólo existe en el interés de algunos de
casarse con una gloria existente.
La facilidad con la que estos delincuentes operan se debe, en primer
lugar, a la irresponsabilidad de las autoridades encargadas de evitar
dichas acciones, pero además, por la evidente complicidad de personal de
esos recintos.
Son actitudes de manifiesta irresponsabilidad permitir el uso masivo
de teléfonos celulares en poder de prisioneros—o privados de libertad
que es el eufemismo de moda—los cuales son utilizados no para mantener
una comunicación útil con el exterior sino para organizar actos
delictivos.
En reiteradas ocasiones hemos escuchado que la Procuraduría General
de la República pondrá en operación dispositivos para el bloqueo de
señales celulares, de modo que se impida la comunicación a través de
esos aparatos.
Es lo que se estila en todas las sociedades organizadas, en cuyos
sistemas carcelarios está establecido el derecho de los reclusos a
comunicarse periódicamente con familiares, abogados o allegados, pero
mediante llamadas a través de teléfonos fijos monitoreadas por las
autoridades, de modo que éstas tengan real control de sus movimientos.
Hace unos días estuve cerca de ser víctima de una estafa mediante ese
esquema, cuando a un apreciado colega que reside en Nueva York le
fueron hackeadas sus cuentas de Facebook y Whatsapp, a través de las
cuales se montó una trama dirigida a timar a sus contactos.
Los delincuentes se pusieron en contacto conmigo, lógicamente que
suplantando la identidad del colega, para que le pagara a una
embarcadora irreal unas cajas y tanques con mercancías supuestamente
enviados desde Nueva York.
Son tan osados que hasta me remitieron dos cuentas bancarias para
fines de depósito del importe correspondiente al supuesto envío. Estuve a
punto de realizar la transferencia, hasta que en los textos enviados
resultaban faltas ortográficas elementales que no serían cometidas por
mi amigo.
Fue ahí cuando opté por llamarle a su teléfono residencial para darme
cuenta de que estuve cerca de caer en las redes de los estos
delincuentes.
Luego de esto escribí en mis cuentas de redes sociales la denuncia
con atención a la Procuraduría General, a la Policía Nacional y a las
dos instituciones bancarias a las que pertenecían las cuentas remitidas.
Para el Ministerio Público y la Policía esa denuncia no existió, y
sólo uno de los dos bancos se puso en contacto conmigo para indagar
sobre algo que ellos saben, pues la cuenta tiene un dueño, cuyo nombre,
de todos modos, suministré.
Por Nelson Encarnación ;-
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