La pulpería o el colmado fue, por muchos años, el eje del tejido social de los vecindarios dominicanos.
Cuando no existían supermercados ni supertiendas, esos pequeños
negocios suplían las necesidades más elementales de los ciudadanos,
desde la comida, hasta bebidas alcohólicas, andullos de tabaco y
medicinas.
El dueño del colmado o pulpería era una especie de benefactor, porque
fiaba muchos de los productos, prestaba dinero para necesidades o
arbitraba conflictos domésticos, dado el nivel de confianza que tenía
entre los vecinos.
En la mayoría de los casos, los propietarios vivían en el mismo lugar
del negocio. Como no existía, anteriormente, un clima de inseguridad y
de atracos, prácticamente podían servir de urgencia a un vecino que
necesitaba de madrugada algún remedio.
Se usaban “vales”, que no eran más que el listado de los productos
adquiridos al detalle escritos en un papel de estraza con el total del
consumo, que el comprador firmaba para pagarlo a futuro, según lo que
acordara con el pulpero. Esa “línea de crédito” no existe ya en muchos
negocios de ese y otro tipo.
El colmado o pulpería solía ser, también, lugar de tertulias y hasta
de juegos de dominó. Los calieses de Trujillo nunca perdían de vista lo
que este fenómeno representaba para sus tareas de inteligencia,
espionaje y represión.
Pero, con el paso del tiempo y al modificarse algunas formas de vida,
la pulpería original se ha ido desfigurando. Están siendo suplantadas
por un sucedáneo parecido, pero distinto: los colmadones, más enfocados
en ventas de bebidas alcohólicas, sitios de juegos o de apuestas, pero
sin “fiao”.
Los banilejos se hicieron famosos por crear y expandir la cultura de
la pulpería. Y, en una época, los pulperos integrados en la Asociación
de Detallistas tenían un peso determinante para hacerle reclamos al
Gobierno, porque con solo irse a la huelga el país entero prácticamente
se quedaba sin la comida del día.
Pero los tiempos modernos se han ocupado de diluir, borrar o
transformar estos tradicionales símbolos de una cultura e idiosincrasia,
por otras nuevas formas de socialización y de comercio, jamás
igualables al rol de ejes del barrio y amigos de los pobres que tenían
las pulperías del pasado.
Tomado del editorial de
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