Las delaciones de los ejecutivos de Odebrecht
sobre los financiamientos a partidos y líderes políticos brasileños, y
de otras partes del mundo, han puesto al desnudo la falsía de una
partidocracia corrupta que ha pretendido erigirse en redentora de los
pueblos que gobiernan, no importa el signo ideológico bajo el cual se
escudan.
Las revelaciones han permitido establecer que, en Brasil, todos los políticos reclamaban y exigían parte del pastel de coimas que la Odebrecht, astutamente, al igual que otras empresas, repartía “generosamente” entre ellos, a costa de sus ulteriores favores para abrirles el paso a sus negocios, tanto en América Latina como en otras partes del mundo.
Ahora ninguno de esos líderes, los más insignificantes o aquellos que fueron exaltados como paradigmas de las ideas más nobles, los soldados de las mejores causas del pueblo, los magos de la economía y padres del bienestar humano, aceptan rasgarse las vestiduras, ya manchadas por el lodo de la concupiscencia y las exacciones de los dineros públicos, admitiendo que recibieron esos recursos.
Las revelaciones han permitido establecer que, en Brasil, todos los políticos reclamaban y exigían parte del pastel de coimas que la Odebrecht, astutamente, al igual que otras empresas, repartía “generosamente” entre ellos, a costa de sus ulteriores favores para abrirles el paso a sus negocios, tanto en América Latina como en otras partes del mundo.
Ahora ninguno de esos líderes, los más insignificantes o aquellos que fueron exaltados como paradigmas de las ideas más nobles, los soldados de las mejores causas del pueblo, los magos de la economía y padres del bienestar humano, aceptan rasgarse las vestiduras, ya manchadas por el lodo de la concupiscencia y las exacciones de los dineros públicos, admitiendo que recibieron esos recursos.
A
buena parte de sus seguidores o admiradores habrá de resultarles un
trago amargo el saber ahora que detrás de esas imágenes de redentores o
salvadores se ocultaban puros negociantes o mercenarios de un
empresariado corruptor, capaces de autorizar y aplicar políticas al
gusto y acomodo de los intereses y el afán de lucro de sus sobornadores,
embobando a sus pueblos con retóricas huecas.
Lo grande no es la magnitud de las sumas empleadas para un soborno
local y trasnacional, sino la generalización de esas prácticas en todo
el ámbito de la partidocracia latinoamericana. Solo cambian los nombres
de los sobornadores o cooperadores, no siempre empresarios o empresas,
sino personajes del crimen organizado, narcotraficantes y
contrabandistas, que apuestan con su dinero a llevar a esos líderes al
poder y luego cobrarles caro sus favores.
Como parece ser una práctica aceptada, prohijada, sostenida,
disimulada y ocultada por la partidocracia, tal corrupción nunca se
descubre a plenitud, como ha pasado en Brasil, porque todos los
embarrados, en tal caso, actúan en defensa de esa ración, y ni siquiera
dan cuenta al público o a los auditores del Estado de las donaciones
(lícitas o no) que reciben para sus campañas electorales o para
mantenerse en el poder.
Es la verdad amarga. Y nadie puede tirar la primera piedra para alegar inocencia o venderse como inmaculado.
Toado del editorial de
de la fecha
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