
Ella misma habla de que esos grupos ganaron dinero en sus movidas
antinacionales y no le dieron nada a cambio, por lo que ahora atraviesa
una situación de insostenibilidad, sin trabajo, sin recursos para
alimentar y educar a sus hijos o para atender su propia salud.
El testimonio es demasiado elocuente porque desnuda el oportunismo de
los grupos que se confabularon para denunciar que el Estado dominicano
fomentaba un “genocidio civil” al desconocer la nacionalidad de millares
de dominicanos de ascendencia haitiana, creando parias o apátridas, al
margen de todo respeto a los derechos humanos.
Usando a Juliana Deguis Pierre como punta de lanza de esa
conspiración, los grupos lograron apoyos internos y externos,
copiosamente dotados de fondos, para llevar adelante sus denuncias sobre
racismo, xenofobia y apatridia y exigir que se condenara a la República
Dominicana por esos supuestos pecados de lesa humanidad.
Tan lejos llegaron en esa ofensiva que hasta el alcalde de Nueva
York, más despistado que el hijo de Lindbergh, un premio Nobel, otras
personalidades e instituciones multinacionales se tragaron la historia y
se unieron a las denuncias, usando la figura y las vicisitudes de
Juliana Deguis Pierre como conmovedores ejemplos de su verdad y
concitando la solidaridad y la compasión hacia ella y los miles de
haitianos que pretendieron que se les reconociera la nacionalidad
dominicana para poder regularizar su permanencia aquí.
Desde la fecha de emisión de la sentencia, hasta hoy, la República
Dominicana ha sido víctima de las condenas y los vituperios
internacionales por la adopción de una nueva política migratoria que,
bajo tal estado de presión, no ha logrado plenitud de aplicación,
reflejo de un quiebre de su soberanía.
Los que tiraron la piedra han escondido la mano, como la “gatita” de
María Ramos, abandonando ahora a la heroína de la campaña como pieza
inservible de su engranaje, condenándola a un futuro incierto sin
compartir el dinero que ella dice sirvió para lucrar a los que movían
los hilos de las marionetas en esa campaña.
¿Era auténtica, entonces, la sensibilidad que dijeron tener esos
grupos frente al drama humano de las supuestas víctimas de la apatridia,
vale decir, de las bajas del genocidio civil que había causado la
sentencia?
Parece que no, por lo que dice, desde el fondo de su corazón, una
adolorida y abandonada mujer que se prestó, como conejillo de indias, al
experimento de denunciar a su propio país en el exterior creyendo de
buena fe que hacía lo correcto, y por el silencio que han mantenido esos
grupos de “Soy Haití” frente a las masivas expulsiones de haitianos de
otros países que se han venido produciendo en las últimas semanas.
Tomado del editorial de
de la fecha
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