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Hospital Infantil Robert Reid Cabral |
La noticia de las muertes de once niños la pasada semana causó
horror. Se repite una y otra vez el deceso de infantes y ahora, ante el
escándalo y la indignación popular, proliferan las comisiones para
investigar el hecho.
Como las culpas no caen al suelo, alguien
cargará la cuaba sobre sus espaldas. Veremos a los comisionados decir
que hubo negligencias, indolencia, descuidos y hasta falta de recursos
económicos o mal empleo de éstos, pero con nada se podrá explicar por
qué en el Robert Reid Cabral mueren tantos niños.Las sanciones, si las
hay, no traerán de vuelta las vidas tronchadas.
Pero ese hospital es una vergüenza.
Cada
fin de semana se cuentan los decesos como si las estadísticas no
importaran. En el calendario negro del Robert Reid se muestra que hasta
una docena de niños han muerto sin que se pueda explicar razones
válidas. Un cuadro que publica el periódico El Día bajo las firmas de D.
Acosta y J.M. de la Rosa corta el aliento. Es dantesco.
Otra vez
el candado vendrá tras el hecho. Las autoridades del Ministerio de
Salud Pública podrán fingir asombro o hacer coro a la hipocresía
lamentando los hechos que estremecen la conciencia pública. No obstante,
los recientes decesos no son el mayor récord luctuoso de ese hospital.
Los
fines de semana del Robert Reid son de luto. Desde enero cuentan con
tres fines de semana con 9 muertes; dos de 10; dos de 11 y uno de doce,
así como otro de siete y ocho respectivamente. En que va del año 96
criaturas se han ido de esta vida en los fines de semana del Robert
Reid.
Esta morbilidad debió llamar la atención a la dirección del
hospital y también a Salud Pública pero es conocida la indiferencia con
que se tratan a los pobres enfermos o enfermos pobres. Los
menesterosos no tienen derecho ni a un trozo de salud.
Avergüenza
ver en los hospitales públicos cómo los pobres mendigan por la atención
médica. Y no sólo es tema de recursos económicos puestos a disposición
del aparato estatal del ramo, es la falta de sensibilidad. Muchos
médicos y enfermeras tratan a los pacientes con desprecio o
indiferencia.
Ser paciente de un hospital público es una maldición ligeramente superior a ser atendido en una clínica en horas de la noche.
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