Ningún gobierno puede subordinarse a los
caprichos de grupos de presión o turbas vociferantes que toman las
calles haciendo exigencias, por legítimas que sean.
Aquí en
España, por ejemplo, al gobierno del presidente Rajoy le han hecho miles
de mítines, marchas callejeras, cacerolazos y piquetes porque ha tenido
que meter la economía en cintura después de décadas de derroche y
fallas en la gestión pública.
Los resultados, dos años y medio
después, han sido sorprendentes: la economía ha comenzado a repuntar y
se proyecta por primera vez “una luz después del túnel”, pero el
sacrificio ha sido enorme, sobre todo por las restricciones en la
política de bienestar social a que se acostumbraron los españoles en más
de 30 años.
Los ajustes han abarcado desde subsidios al
transporte escolar y gratuidad total en la educación básica, hasta
limitaciones en el sistema asistencial de salud.
El costo para el
Partido Popular ha sido enorme, y la grieta que ha dejado la crisis en
la estructura política no puede medirse todavía a pesar de que la gente
comienza poco a poco a recuperar la confianza y la esperanza que se
habían perdido.
Populismo irresponsable
Cuando Rajoy llegó al poder, terminando el 2011, la economía española estaba al borde del colapso y se discutían fórmulas en la cúpula de la Unión para acudir en su rescate de emergencia, lo que habría implicado para España la pérdida de su soberanía económica.
Cuando Rajoy llegó al poder, terminando el 2011, la economía española estaba al borde del colapso y se discutían fórmulas en la cúpula de la Unión para acudir en su rescate de emergencia, lo que habría implicado para España la pérdida de su soberanía económica.
Rajoy tenía la alternativa
de declarar la bancarrota y dejarse llevar por el populismo y la
irresponsabilidad de permitir la intervención financiera aplicando
fórmulas que habrían arrastrado el sistema político. De haberse acogido a
tales sugerencias, es posible que hoy no fuera el presidente del
gobierno español.
Dispuso que se asumiera el descontento de la
gente con absoluta tolerancia a la movilización popular convencido de
que había que permitir por lo menos esa válvula de escape a la
población... En Madrid había algunos días en que se producían hasta 20
protestas callejeras.
Sólo en los casos extremos de alteración del
orden y en atentados contra la propiedad pública, se cargó contra los
manifestantes en esos primeros meses en que la crisis parecía no tener
fin y que arrastraría todo el sistema político y social español.
Falta mucho todavía...
La crisis apenas comienza a remitir, casi una década después de llegar subrepticiamente en tanto las autoridades de entonces se negaban a admitir una amenaza universal que afectaba a todos los países de la región aunque en menor medida a Alemania y Francia.
La crisis apenas comienza a remitir, casi una década después de llegar subrepticiamente en tanto las autoridades de entonces se negaban a admitir una amenaza universal que afectaba a todos los países de la región aunque en menor medida a Alemania y Francia.
El caso de
España tiene la singularidad del excelente manejo de imagen del gobierno
del PP, que paralelamente ordenó la apertura de archivos para que se
investigaran numerosos casos de corrupción administrativa incluso dentro
de su propio partido, que salpicó la Corona con el caso Urdangarín y al
otro gran partido del sistema, el PSOE.
Si la triste experiencia
de la crisis española deja alguna enseñanza es que los gobiernos tienen
que actuar con responsabilidad suprema en las situaciones más difíciles
así tengan que cargar con el pesado fardo de la impopularidad.
Justo lo que ha hecho Danilo con Loma Miranda en defensa del interés colectivo...
Grupos
de tradicional insurgencia, como el Falpo, están llamando a la
desobediencia civil. Los más beligerantes anuncian movilizaciones en
todo el país y parecería que se soltaron todos los demonios.
Las marchas pacíficas están permitidas... ¡Las marchas pacíficas!
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