EL EQUILIBRIO.- La experiencia de Loma
Miranda no es para andar levantando los pies para evitar tropezones,
pues la verdad fue que se exageró el debate. La realidad se contenía en
sí misma y no había por qué desbordar los parámetros establecidos. Sin
embargo, vale reconocer el desequilibrio de la discusión pública, de que
la carga estuvo por un buen rato de un solo lado y que hubo sectores
que se guardaron la opinión hasta que no vieron el peligro inminente. La
situación fue siempre la misma, tanto al aprobarse la ley de parque
nacional como al momento del Presidente decidir entre promulgar y
observar.
Al final se emparejó la carga, pero si no salen al ruedo pudo
haberse impuesto el populismo que fácilmente contagia a funcionarios que
manejan asuntos importantes. La intervención de los sectores de poder
volteó la mesa y hubo que recoger las fichas y empezar el dominó de
nuevo. Como debe ser en una democracia que se precio --por lo menosñ de
lo formal. Ahora se acusa al mandatario de entregarse en los brazos de
los poderosos, pero si hubiera dado su brazo a torcer, igual lo hubieran
clavado en la cruz.
LA AUTORIDAD.- Sea Dios o el destino
que disponen las cosas, hay que suponer lo que hubiera sido que el
presidente Danilo Medina acudiera al foro sobre inversiones, celebrado
la semana pasada, después de haber promulgado la ley que declaraba a
Loma Miranda parque nacional. O no hubiera tenido cara o el discurso,
obligatoriamente, hubiera sido otro. ¿Cómo decir que República
Dominicana era un paraíso para la inversión ñnacional o extranjerañ o
garantizar seguridad jurídica? El evento no tuvo nada que ver con la
decisión, pero pudo hablar con autoridad y prueba en las manos de que a
su administración le interesa atraer capitales. Lo mismo que decía ayer a
unos empresarios de Taiwán, y podrá seguir predicando dentro y fuera
del país. Entre las consideraciones en que se sustenta la observación se
destacan los derechos adquiridos, cuyo desconocimiento acarrea
indemnización. La violación de esas reglas no sería discutida en la
calle ni en los palmos de la loma, sino en cortes nacionales e
internacionales.
LA PACIENCIA.- Los activistas de Loma
Miranda no tienen que volverse locos ni forzar a una locura colectiva.
Tienen que aprender de Toña La Negra, quien en los tiempos de la
vellonera decía ñsin ánimo de amargueñ que había que saber perder. La
lucha es larga, y no hay por qué quejarse, sino tomar y dejar, pues en
ocasiones han ganado sin luchar. La nueva situación de Barrick Gold no
se impuso con los ruidos de la calle, sino en función de circunstancias y
necesidades del gobierno. Lo mismo puede decirse de la recuperación de
Bahía de las Águilas. Fue la dignidad de una jueza, la soberanía de un
tribunal. Aunque no siempre Santa María está detrás de la puerta, a
veces ocurre que sí. Lo conveniente fuera guardar fuerza para las nuevas
jornadas, y que no tardarán. Si se habla de una salida de conjunto, e
incluso que sería la Ley de Ordenamiento Territorial, deberían estar
atentos a que esa oportunidad no la pinten calva, pues hay quien quita
que en la pieza metan gato por liebre.
LA POPULARIDAD.- No
sé por qué preocupa tanto la popularidad del gobierno, y se hable de su
caída a consecuencia de la observación de la ley de Loma Miranda, como
si fuera un bien definitivo y no estuviera sujeta a los vaivenes de la
política y al ánimo de la población. Los pueblos son inconstantes y
dueños de sus preferencias. Sin embargo, la apreciación luce
apresurada, pues no hay elementos de comprobación. Podría ser sí, y
podría ser no. En todo caso no hay una medición que acredite ese
derrumbamiento, y para estos fines no vale mucho la percepción. El
Ejecutivo dijo que no al parque nacional, pero igual dijo que no a la
explotación. Salomón dividiendo el niño en dos y ofreciendo a cada
madre su parte. Los exabruptos no dejan de ser exabruptos, esto es,
cosas del momento. Y hay unos rencores que duran, pero hay otros que se
desvanecen con el paso de los días. Habrá que esperar que las encuestas
cumplan su cometido, y las más recientes parecen haberse centrado en los
dos primeros años del gobierno de Danilo Medina.
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