Por: Juan Manuel Karg/ Argentina
Antes de su llegada a Caracas, Vargas Llosa había manifestado que “mi impresión es que Venezuela ha dejado de ser una democracia, el régimen se ha ido endureciendo y ha reduciendo el espacio que le permitía a la oposición manifestarse, sobre todo a través de los medios audiovisuales y la prensa”. Días después, a su arribo al aeropuerto de Maiquetía, situado a unos 20 km del centro de Caracas, lo esperaban una decena de medios de comunicación, los cuales difundieron en vivo y en directo –y luego en reiteradas ocasiones- todas sus ideas, demostrando a todas luces la incongruencia entre el mensaje que pretendía dar y la realidad que allí acontecía.
Antes de su llegada a Caracas, Vargas Llosa había manifestado que “mi impresión es que Venezuela ha dejado de ser una democracia, el régimen se ha ido endureciendo y ha reduciendo el espacio que le permitía a la oposición manifestarse, sobre todo a través de los medios audiovisuales y la prensa”. Días después, a su arribo al aeropuerto de Maiquetía, situado a unos 20 km del centro de Caracas, lo esperaban una decena de medios de comunicación, los cuales difundieron en vivo y en directo –y luego en reiteradas ocasiones- todas sus ideas, demostrando a todas luces la incongruencia entre el mensaje que pretendía dar y la realidad que allí acontecía.
El
“manual” de la desestabilización política en nuestra región ha seguido
algunos parámetros determinados, tal como lo ha ilustrado el propio Gene
Sharp, entre ellos la denuncia de la ausencia de libertad de prensa y
el rechazo a una supuesta “única voz”, que estaría constituida,
precisamente, por los gobiernos posneoliberales –quienes se arrogarían,
según esta perspectiva, la potestad de ser la única opción
comunicacional-. El dato no es casual: han sido estos gobiernos los que
impulsaron precisamente legislaciones que han ampliado –y no disminuido-
el acceso a la generación de medios de comunicación populares, en
detrimento de diversos monopolios informativos privados. Son estos
medios masivos, entonces, los que bajo un pretexto de “ausencia de
libertad de prensa” siguen pujando por mantener –o incluso ampliar- la
concentración mediática que tienen, intentando “no perder” los
privilegios conquistados durante las administraciones neoliberales.
¿Cómo es el “mapa de medios”
de Venezuela hoy? 65% medios privados, 31% medios comunitarios, y sólo
3% de medios estatales, según informó recientemente el analista Luis
Britto García, un reconocido estudioso del tema, referencia en el ámbito
nacional e internacional. Son estos fríos –y sólidos- datos los que
rebaten velozmente el argumento de una concentración mediática
“monstruosa” en manos del Ejecutivo. De esto, vaya a saber si por falta
de información o simplemente para ocultar una realidad, Vargas Llosa no
ha dicho nada durante su paso por Caracas.
Cuando hablar de futuro significa hablar de pasado
Alguna
vez Hugo Chávez, polemizando en un programa de televisión con el
empresario argentino Mauricio Macri –ahora Jefe de Gobierno de la Ciudad
de Buenos Aires-, afirmó que “el
pasado es parte del presente. No se puede manejar en el presente sin
entender el pasado. Y sobre todo hoy en América Latina, porque el pasado
es terrible. Todo ese plan neoliberal que nos vendieron: vendían a
Argentina como el modelo, y ahí está el resultado”.
Esas palabras, en mayo de 2003, tras la asunción de Kirchner, eran
respuesta a una idea que Macri había llevado allí en plan propositivo: “hay que dar vuelta la página, mirar al futuro”.
¿Por
qué este ejemplo? Porque es indudable a esta altura que las fuerzas
conservadoras de la región han cambiado el discurso, y tras un velo de
“novedad” -y a veces hasta “apolítica”-, apuntan a intentar frenar el
proceso de cambios abierto por distintos gobiernos de orden
posneoliberal. El discurso pronunciado por Vargas Llosa en el evento es
interesante para analizar: allí, tras denunciar un supuesto “anacronismo radical” por parte del gobierno de Maduro, el escritor peruano advirtió que “hay una peste que se puede extender por la región (…) La utopía estatista tiende a ser expansiva”.
Es decir: de ese pensamiento se deduce que la política “novedosa” que
nos brindaría la libertad es una masiva liberalización comercial, frente
a una supuesta concentración estatal que es, de acuerdo a esta lógica
de razonamiento, “ineficiente”.
¿No
ha experimentado ya América Latina las consecuencias de una amplia
política de liberalización comercial, durante la década del 90´, que
vino acompañada de una oleada de reformas estatales, privatización de
servicios públicos y aumento de desempleo en la mayor parte de nuestros
países? ¿Hay algo más “anacrónico” que creer en las supuestas bondades
de la “teoría del derrame”, criticada por Francisco por no haber sido
demostrada en los hechos -tal como afirmó el primer Papa latinoamericano
en su Exhortación Apostólica-?
Los
conceptos de “futuro” y “libertad”, que pomposamente ha utilizado
Cedice para el evento, no son el problema; el problema es si ese
“futuro” y esa “libertad” están pensados para las mayorías populares de
nuestros países, o sólo para aquellas elites que quieren volver a
ejercer su pleno dominio sobre todas las área de la vida social,
económica y política de la región, tal como hicieron en la década del
90´. Vargas Llosa, de acuerdo a sus constantes diatribas en contra de
los gobiernos posneoliberales, y a su participación en este tipo de
eventos, se inclina con claridad por esta segunda –y anacrónica-
opción.
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