La institucionalidad del gobierno de Haití es asombrosamente ejemplar y el dominicano debiera copiar ese modelo, que tal vez sea único en el mundo.
La decisión de prohibir la entrada de pollos y huevos no fue cosa de un plumazo o una orden expedita de Martelly, como presidente de esa república.
No.
Fue una decisión corporativa, tomada por un consejo de ministros, y para dejarla sin efecto debe reunirse de nuevo ese colegio cardenalicio.
Y aunque suena como chisme de que la delegación dominicana debió esperar a la correspondiente haitiana un buen rato, la verdad que el encuentro no se realizó a la hora acordada.
Si la impuntualidad hubiera sido de parte dominicana, podía explicarse en el hecho de que tuvo que trasladarse al vecino país.
Pero el retraso fue del lado haitiano, por lo que no sería aventurado pensar en un desplante a tres ministros y un director con más o menos igual rango.
Los haitianos, es evidente, se las están comiendo con cubertería de plata, en tanto que los dominicanos, llorosos, con cuchara de palo, o a mano pelada,
Y después dicen que los dominicanos son bovaristas.
A la verdad, que deben crearse reglas claras del comercio entre ambos paises. Reglas, acuerdos comerciales que obliguen a los dos paises a cumplir o pagar las consecuencias por su incumplimiento, en razon de que son evidentes las perdidas que genera para la parte incumplida el medalaganario comportamiento de la parte que incumple.
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