“Perro que ladra no muerde”, dice un refrán
cinco veces más viejo que Kim Jong-Un, el vociferante joven gobernante
de Corea del Norte que ha declarado a su país en estado de guerra y
prometido borrar del mapa a sus vecinos del Sur y, de paso, trasladar el
Armagedón nuclear hasta territorio continental norteamericano.
Como
todo en política, tales desafueros verbales tienen como blanco su
situación interna. En gran medida porque contrario a su padre, Kim
Jong-Il, fallecido súbitamente en diciembre de 2011, se desconocen aún
sus credenciales de hombre fuerte, de líder militar indiscutible en un
país donde casi todos los generales más que le duplican sus escasos 30
años.
En una réplica como la de Trujillo con su hijo Ramfis, Jong
Ilóautodenominado Querido Líderópasó por encima a sus dos hijos mayores y
designó al inexperto Jong-Un general del Ejército Popular y
vicepresidente de la Comisión Militar Central. Algo así como “Jefe de
Estado Mayor de Aire, Mar y Tierra”, lo que era Ramfis.
La Corea
de la dinastía Kim es una antigualla, la única dictadura comunista
abiertamente militar y uno de cuyos principios ideológicos es “el
Ejército primero”. Kim-Yong es un muchachón regordete, casado con una
bella modelo que de repente ha desaparecido del escenario público. El
camino de las bravuconadas le parece el más expedito para legitimarse en
el poder o, al menos, librarse del tutelaje de la estructura militar
que heredó de su padre.
Las maniobras militares llevadas a cabo
por Estados Unidos y Corea del Sur, con la colaboración de Japón, han
sido la excusa para que el joven dictador repique los tambores de
guerra, alarmando a un mundo sumergido en graves dificultades
financieras inmunes a cuantas recetas han decretado los bancos centrales
y los cerebros más encumbrados del mundo de la Economía.
Un paria internacional
Como país, Corea del Norte ha devenido un paria del resto del mundo, bajo sanciones de Naciones Unidas y a flote gracias a la generosidad internacional y al apoyo indiscutible de China, interesada como ninguna otra nación en que haya estabilidad y paz en uno de los costados de su extensa geografía.
Como país, Corea del Norte ha devenido un paria del resto del mundo, bajo sanciones de Naciones Unidas y a flote gracias a la generosidad internacional y al apoyo indiscutible de China, interesada como ninguna otra nación en que haya estabilidad y paz en uno de los costados de su extensa geografía.
En la década de los años ’70, cuando estaban de
moda los viajes subrepticios a los países del socialismo real, un
periodista dominicano que estuvo en Pionyang regresó asombrado diciendo
que los coreanos del Norte todavía ignoraban que el hombre había viajado
a la luna. Así sigue siendo el cerco de silencio y represión que ha
mantenido a ese pobre país asiático alejado de los fenómenos sociales e
ignorando los avances más significativos del siglo pasado y de los
primeros 13 años del siglo XXI.
No se permiten allí los teléfonos
móviles y los únicos medios de comunicación pertenecen al Estado; viajar
está terminantemente prohibido y aquellos que osan cruzar la frontera
hacia China y son atrapados corren el riesgo de ser fusilados o de
enfrentar duras penas carcelarias. El año pasado las agencias
internacionales de espionaje presentaron fotografías satelitales de
enormes campos de concentración donde, según estadísticas razonables,
hay al menos 200 mil prisioneros.
Miles de norcoreanos mueren
literalmente de hambre cada año. En buena medida, la retórica belicista
de Jong-Un sirve como presión para recibir ayuda humanitaria, sobre todo
de sus vecinos del Sur, cortada la península en dos por la frontera más
militarizada del mundo y donde aún permanecen acantonados varios miles
de soldados norteamericanos luego de la cruenta guerra de 1956, en la
que un batallón completo de puertorriqueños fue diezmado, carne de cañón
caribeña en un conflicto más distante aún de nuestra realidad que Irak o
Vietnam.
Nada nuevo bajo el sol
Las amenazas de Corea del Norte no son nuevas. Es la continuación de una política de agresiones verbales que estrenó Jong-Il mientras introducía a su país por la puerta trasera del club nuclear: Sin embargo, hay serias dudas de la capacidad coreana para sostener una guerra nuclear más allá de su frontera meridional.
Las amenazas de Corea del Norte no son nuevas. Es la continuación de una política de agresiones verbales que estrenó Jong-Il mientras introducía a su país por la puerta trasera del club nuclear: Sin embargo, hay serias dudas de la capacidad coreana para sostener una guerra nuclear más allá de su frontera meridional.
Sus pruebas con cohetes transcontinentales
han sido un total fracaso. Y aún si esos proyectiles tuviesen la
capacidad de alcanzar las costas norteamericanas, se duda que Corea del
Norte cuente con la tecnología para armarlos con cabezas nucleares.
Esa
foto de Jong-Il rodeado de sus generalotes mientras examina un mapa de
los Estados Unidos con los blancos escogidos, no pasa de ser una
propaganda para consumo interno o para llevar inquietud a la población
norteamericana a fin de que la presión aparte a los Estados Unidos de su
participación en los conflictos de esa región asiática.
Las
maniobras militares que han desatado la rabia de los norcoreanos tienen
una sola meta: ratificar el compromiso norteamericano con sus aliados
Corea del Sur y Japón. Podría tener, además, un carácter disuasivo
frente a China, enfrentada a Japón, Vietnam, Filipinas y Malasia por
reclamos territoriales insulares.
Amagar y no dar
En una edición digital reciente de Foreign Policy, el analista John Hudson probaba de manera contundente cuán acostumbrados están los líderes norcoreanos a la política de amagar y no dar. Detallaba 21 amenazas formuladas en el pasado reciente, la mayoría de las cuales, decía, habrían servido de mucho en un espectáculo cómico, como aquella declaración de que “nuestros ciudadanos entonan un himno que llama a borrar a los imperialistas del mapa”. O esta otra: “Estamos preparados para una guerra total”.
En una edición digital reciente de Foreign Policy, el analista John Hudson probaba de manera contundente cuán acostumbrados están los líderes norcoreanos a la política de amagar y no dar. Detallaba 21 amenazas formuladas en el pasado reciente, la mayoría de las cuales, decía, habrían servido de mucho en un espectáculo cómico, como aquella declaración de que “nuestros ciudadanos entonan un himno que llama a borrar a los imperialistas del mapa”. O esta otra: “Estamos preparados para una guerra total”.
Una de las primeras medidas en esta
andanada palabrera fue cortar las línwas telefónicas de las escasas
cinco que comunicaban las dos Corea. Apenas queda contacto telefónico
para dar seguimiento a los vuelos comerciales. Una de las líneas
telefónicas sirve para intercambiar detalles sobre Kaesong, un parque
industrial diez kilómetros al norte de la zona desmilitarizada y que es
administrado conjuntamente por los dos países.
Ahí trabajan unos
100 mil norcoreanos y, pese a todas las amenazas, se les ha permitido
acudir diariamente a sus puestos de trabajo. La razón es simple: esa
zona le representa beneficios por más de tres millardos de dólares al
régimen de Piongyang.
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