Podría reputarse del retrato perfecto de lo inconsistente del sistema partidario, pero la dura realidad es que no guardan relación los hábitos tendentes a conculcar derechos a los militantes con el interés de ampliar el radio de los derechos ciudadanos. Toda sociedad moderna reafirma conquistas, y fundamentándose en los anhelados avances institucionales, intenta redimir las limitaciones antidemocráticas que por años cercenaron facultades constitucionales.
Las luchas y reclamos cívicos inspiraron jornadas interesantísimas en todo el continente, porque los dictadores se caracterizaron en acomodar el orden legal al tamaño de sus manías autoritarias. Iniciada la etapa democratizadora, desafortunadamente muchos de sus relevos entendieron oportuno extender bajo el predicamento de procesos de transición, las ventajas y abusos que creíamos inimaginables en gobiernos surgidos del voto popular.
Cuando resultó insostenible e impúdico el ejercicio de poder desbordado, un club de políticos retorcidos decidió la toma de los aparatos partidarios como fuente de legitimación de sus barbaridades que, revestidas de legalidad, devolvieron el criterio de obediencia pura y simple a los militantes. Pasaron de activos y discrepantes al vergonzante esquema de validación en el puesto institucional o la aspiración a cargos de elección popular por andar en franca sintonía con el amo de turno. Así pretendieron edificar un sentido de autoridad de escasa legitimidad democrática, casi siempre, impugnado por los electores que saben cobrar los intentos de burla de las mafias partidarias.
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La noción de militantes paso a la de militontos porque en el esquema de validación, los aparatos llamados a limitar las prácticas autoritarias terminaron siendo tribunales genuflexos donde el sentido de legalidad sirve de correa obediente al interés del político y/o partido promotor de la designación de los magistrados. Con honrosas excepciones, el ámbito electoral exhibe un tinglado de gente que, sus discursos y artículos impulsando conquistas democráticas, concluyen desde el momento que las llamadas desde el poder abren la posibilidad de futuras promociones y su maquillaje de liberal, progresistas y ético terminan en el oprobioso territorio del servilismo decadente.
Espanta que los precedentes recientes sigan transitando el camino de limitar el libre juego de las ideas, degradando la noción del ejercicio del voto para validar que clanes exquisitos decidan la suerte de un conglomerado sin el indispensable reconocimiento de las mayorías, desdeñadas bajo criterios excluyentes, para después seducirlos en los procesos electorales. Afortunadamente, la sociedad no es tonta y sabe leer las asociaciones de cúpulas en la intención de hacer de los militontos la expresión instrumentalizar la democracia.
Por: Guido Gómez Mazara;-
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sábado, mayo 07, 2022
Guido Gómez Mazara: De militantes a militontos
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