Cuentan que, advertido por sus amigos de las infidelidades de su esposa en el sofá cama de la sala de su casa, el marido les prometió acabar con la bochornosa situación para lo que salió raudo hacia su hogar. Cuentan que al regresar una hora después, satisfecho, dijo a los amigos: “Ya resolví el problema, vendí el sofá”.
Como el amigo del infortunio andamos los dominicanos, creyéndonos que la fiebre está en las sábanas, confundiendo una y otra vez la gimnasia con la magnesia.
Y así, como unas bestias “humanas” atacan a la mujer con ácido del diablo, nuestras autoridades han resuelto el problema prohibiendo la venta del ácido, o sea, vendiendo el sofá. Pero resulta que el problema del ácido del diablo, no es el ácido sino el diablo de la descomposición social, el Belcebú de la insalubridad mental, el Mefistófeles del machismo leninismo desatado, de tanta violencia impune que la desigualdad promueve y fomenta.Ahora, ante la más reciente desgracia de una joven que murió por los efectos de haber sido agredida con ácido del diablo, y la gran repercusión de justa indignación que el hecho ha provocado, ha vuelto a ocurrir lo de siempre, nuestras autoridades han prohibido la venta del producto. Precisamente, en septiembre de 2010, el mismo diabólico ácido fue prohibido por las mismas razones. Para entonces, en los primeros nueve meses de ese 2010, 18 personas habían sido ingresadas a la Unidad de Quemados del Hospital Luis Eduardo Aybar. Hoy, como ayer, “las sustancias sólo serán vendidas para ser utilizadas en procesos industriales y empresas de servicios”, lo que nos lleva a donde lo dejamos, ¡ay!, porque no es el acido del diablo lo que hay que prohibir, sino el diabólico macho ibérico negado a aceptar el derecho a olvidar de la mujer e incluso su derecho a faltar al compromiso de pareja que solo debería provocar una ruptura y nada más. La infidelidad no justifica la agresión sino el olvido. El único rencor decente contra una hembra es un bolero. El problema no es el ácido sino el diablo, la vocación homicida de una sociedad que perdió la cordura. O como nos advierte el Rodríguez desde la Habana: “el problema vital es el alma, el problema es de resurrección, el problema, señor, sigue siendo sembrar amor”.
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