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martes, septiembre 22, 2020

¿Entonces no hay autocrítica?

La táctica fue im­pulsar varias candidaturas de aspiraciones pre­sidenciales den­tro del PLD, con la finalidad de inducir la movilización de nuevos liderazgos. La estra­tegia bien trazada, bajo dis­positivo estático, fue disol­ver las pretensiones plurales y sustituirla en el momento oportuno por un pre candida­to previamente seleccionado, no por las bases de la orga­nización, sino por los desig­nios palaciegos, adherido al tejido orgánico del abortado proyecto reeleccionista.
Diri­gentes de la categoría política en sucesión real, como Rey­naldo Pared, fueron echados a un lado, identificado Gon­zalo Castillo, tras bastidores, como la ficha adecuada por su filiación absoluta con los intereses de la cúpula presi­dencial. Otros como Domín­guez Brito, proclive a la acep­tación de sectores de clase media, fueron desdeñados olímpicamente. La llamada de Pompeo había paralizado la reelección presidencial de manera tajante, y de ahí sur­gieron los plurales candida­tos, algunos de los cuales gas­taron sus ahorros creyendo en la bohonomía de su ma­jestad presidencial.
La tácti­ca funcionó precariamente, pero fragmentó la organiza­ción, la venganza no se hizo esperar, en todos los niveles se desplomó la fortaleza in­terna del PLD. En los últi­mos recorridos electorales el vacío de las figuras princi­pales se percibía. Era gris el entorno. Y algunos, que re­aparecieron, hacían muecas cuando intentaba sonreír.
La táctica elaborada a la carre­ra, cuando la reelección se quedó con “el moño hecho”, bosquejó la crónica de una derrota electoral inminen­te. Al final la táctica zozobró. La táctica se “tragó la estra­tegia”. El gran táctico sufri­ría derrotas fundamentales. La imagen de “guía organiza­dor victorioso” fue despeda­zada por los resultados.
Era de esperarse la autocrítica se­vera. Y advino la prepoten­cia. La culpa era de los com­pañeros de las bases que no podían trabajar sino era con dinero, con la “logística”. Ab­dicar del análisis social y po­lítico coyuntural, para echar la culpa a la base de su par­tido, sin reparar en el tejido inorgánico de su candida­to presidencial, en su ausen­cia absoluta de carisma y en sus torpezas políticas, consti­tuyó un adefesio. No reparar en la caída vertical de la uni­dad peledeísta, insistir como una necedad en la supresión del adversario interno, en vez de neutralizarlo, llegando a la miopía de valorar los efec­tos “mínimos” de la disensión convertido en cisma, por un guarismo porcentual, y no por los efectos catastróficos que genera toda división en períodos electorales, desdice mucho del genio táctico, que ahora sale a defender a la cú­pula reeleccionista en des­bandada ética. La táctica del gran táctico, despedazada por el proce­so electoral reciente, requie­re de una autocrítica severa, exige un análisis de coyuntu­ra y una reflexión sobre el po­der absoluto del Estado.
Uno tiene derecho a exigir una re­flexión profunda. Y que nos explique cómo fue posible que fuera derrotado el “Estado za­facón”, las visitas sorpresas, el clientelismo en su máxima ex­presión. Echarle la culpa a las bases no es un análisis correc­to, cojea, adolece de lideraz­gos fallidos.
Por Tony Raful ;-
tonyraful5@yahoo.com
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