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jueves, mayo 14, 2020

La pandemia, ¿aliada electoral?

En Directo,,,,, 
Vamos  a entendernos. En primer lugar, no soy de los que critican todo. Dejo pasar cosas; lo que escribo no responde a la viciosa tendencia de opinar compulsivamente.
En segundo lugar, mis posiciones no procuran un interés partidista: no lo tengo ni creo necesitarlo; hay una historia pública que lo atestigua. De esta manera, y sin pretenderme descargado, me anticipo a quienes quieran filtrar mis posturas por esos prejuicios. Paso entonces a opinar con la debida tolerancia, esa que acepta cualquier juicio en contra de forma sensata.
Cuando el COVID-19 interrumpió nuestra rutina, lo hizo en el umbral de una campaña electoral. El pánico que desató su propagación arrinconó cualquier otro tema. La gente apenas asimilaba la razón de una cuarentena que se ha mantenido con incertidumbres hasta nuestros días. Hemos tenido que reinventarnos sobre diseños de vida aún en construcción.
Los políticos se quedaron preparados para una campaña convencional, pero como la atención estaba en la pandemia fue preciso reconfigurar las estrategias. Así nace lo que he llamado el “marketing de la caridad”: un formato de campaña basado en la invocación de la solidaridad como imagen de valor electoral. Obvio, este inesperado giro le ha venido “como anillo al dedo” a la mayoría de los candidatos porque, en primer lugar, les dispensa de discursos y planes, que son las cargas conceptualmente sustantivas de toda campaña política; en segundo lugar, limita sus exposiciones públicas y con ello los riesgos de cometer errores, propensión que se perfilaba como patrón de comunicación de algunos; y, en tercer lugar, reduce la jornada a una competencia de recursos, obrando a favor de quienes tienen o recaudan más. Hay candidatos cuya última entrevista cumple dos meses; otros eluden cualquier tipo de escrutinio “como el diablo a la cruz” conscientes de que es más fácil regalar una caja de guantes que referirse a sus principales visiones o atenciones de gobierno.

Los candidatos se han vuelto mudos y pretenden “hablar con sus acciones”. Ninguno de ellos decide cambiar la temática, con la aprensión de que abordar otro tópico les haga ver como insensibles frente a un electorado mayoritariamente necesitado y de bajos estándares críticos. Todos se han acomodado a esta estrategia a la espera de que el tiempo pase y lleguen las elecciones. Mientras, iremos a las urnas a ciegas, con más preguntas que respuestas.

Es el momento de rodar la hoja y reclamarles a los candidatos otros temas que modelen su visión de Estado y pongan sobre la mesa sus planes de gobierno para el próximo cuatrienio. No vamos a votar por “filántropos de ocasión”; elegiremos hombres y mujeres para dirigir una nación desafiada por una crisis que puede rebasar las de 1990 y 2003 en un teatro electoral poblado de dudas.
Los aspirantes no están para suplantar la acción del Estado. Tenemos un Gobierno con obligaciones públicas indelegables que debe ocuparse de esta crisis. Más que ver a sus candidatos repartir mascarillas o raciones de alimentos, los electores precisan conocer, por ejemplo, las bases del plan de emergencia económica que propondrán para afrontar la crisis recesiva pospandemia. En eso debiera estar todo el liderazgo político y económico nacional. Lo que se avecina no será fácil. El nuevo Gobierno tendrá que lidiar con los estragos de la pandemia: la desocupación laboral, el cierre de cientos de negocios, el incremento de la informalidad y la pobreza, la reducción del consumo, de los ingresos, de la inversión y de la producción de bienes y servicios. Los desafíos en ciernes no están para jugar a quien haga mejor el papel del “buen samaritano” ni para montajes de reality shows. Para dar solo hay que tener y una buena razón para hacerlo, pero ese propósito debe quedarse en las convicciones del candidato, no como leitmotiv de una campaña política, aunque suene duro decirlo en un medio donde hacer política significa repartir migajas.
Esta estrategia de imagen, además de evasiva, se presta a perversiones, y una de ellas es la explotación política de la necesidad, un juego aberrante de la caridad, sobre todo cuando la mayor parte de los recursos comprometidos son de origen público o de terceros.
No debemos confundir la solidaridad, como virtud discreta, con el marketing político: la primera se manifiesta en el silencio y no procura reconocimientos; el segundo se revela en la publicidad y busca rendimientos electorales. Estemos claros: aquí ningún político está haciendo obras de bien como expresión espontánea de su altruismo; lo hace por conveniencia. Bastaría saber si de no ser candidatos lo hicieran calladamente y con dinero propio. Obvio, este montaje, más de apariencias que de auténticas intenciones, se sostiene con una plataforma de opinión prestada y un manejo publicitario que alaba la sensibilidad del candidato en estas gestiones “humanitarias” como si ellas determinaran las condiciones que debe honrar un futuro presidente. A unos más que a otros les conviene mantener en cartelera este performance hasta el mismo cierre de campaña. Sería su mejor pretexto para probar unas competencias irreales y de paso disfrazar, con la envoltura de la caridad, la compra de la adherencia electoral. En política nada es gratuito; lo demás es sensiblería y esto no es Suecia.
Sería ingenuo pensar, por ejemplo, que el candidato oficialista abandone el guión; él es el más beneficiado y su principal intérprete. Va en rieles. Cuenta con las oportunidades oficiales, maneja información privilegiada sobre la gestión sanitaria del Gobierno y las influencias en los ministerios involucrados, tiene recursos que no reúnen todos los demás juntos, pero sobre todo este momento le ha evitado los odiosos escrutinios sobre temas y propuestas de Estado, área en la que ha revelado las más sensibles carencias. De manera que Gonzalo Castillo estará en COVID-19 hasta las elecciones, sorteando como un toro cualquier otra provocación para la cual no tenga libreto. Le corresponderá a la oposición airear el debate electoral con otros vientos, porque por suerte o desgracia la pandemia se ha constituido en la aliada electoral del oficialismo.
Por José Luis Taveras ;-
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