En el desayuno de los presidenciables oficialistas en la casa de
Radhamés Segura, la primera preocupación que afloró a la mesa fue la
posibilidad de que Gonzalo Castillo entre a la liza.
Carlos Amarante fue quien introdujo el tema y lo hizo a manera de
crítica, y nunca una semilla encontró terreno mejor abonado. Todos
compartieron su inquietud, una inquietud que podría no solo quedarse
entre ellos, sino que podría ser llevada ante el sumo sacerdote.
Ninguno se atreverá a decirlo, pero todos lo piensan, y si el doctor
Merengue tuviera oportunidad, revelaría ese sentir íntimo de cada uno.
El discurrir es simple. Cuando el presidente Danilo Medina reunió al
grupo y le hizo saber que no estaba en ánimo de intentar otro mandato, y
que quedaban en libertad de buscar la candidatura, todos renunciaron.
No lo hizo Reinaldo porque no tenía cargo en el Ejecutivo, y en el
Legislativo era otra la circunstancia, y Francisco Javier García
tampoco, excluyéndose de la carrera presidencial.
Gonzalo Castillo no hizo ni una cosa ni la otra, y continuó con la
baza reeleccionista, primero a medio brazo, y más adelante, a brazo
entero.
La queja es que resultó más inteligente que los demás, pues se
guardó, ganó mérito ante el mandatario y sus seguidores, y cuando los
entiende agotados, aparece como pieza de recambio.
Imagen fresca, recursos en abundancia. La inequidad se ve a leguas, y
lo desafinado tiene que corregirlo el director de la orquesta, mucho
más si es quien tiene la partitura. No han vuelto a reunirse de conjunto
ni han ido con el chisme donde el presidente Medina, pero el disgusto
existe y no es el ambiente más adecuado para relanzar la caza del
octubre morado.
Con las ventajas de Leonel más que suficientes para que ahora
sorprenda Castillo montado en un helicóptero y con la Virgen de la
Altagracia de su lado.
No saben cómo reventarán el “naciíto”, pero de que molesta, molesta, y
lo apremiante de una igualdad de condiciones, para que la competencia
sea justa y sana, no se discute.
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