Santo Domingo;- A propósito de la recién estrenada y ya popular
docuserie “1994”, relativa al período político comprendido entre las
presidencias de Miguel de la Madrid y de Ernesto Zedillo en México,
resulta propicio el momento para reflexionar sobre las lecciones
derivadas de aquel capítulo histórico, una vez proyectadas sobre la
realidad del PLD del tiempo presente.
La docuserie referida, desarrolla los principales acontecimientos
sociales, económicos y políticos acaecidos entre los años de 1988 y el
2000, lapso en el que, precisamente, se verifica el punto de inflexión y
quebrantamiento que daría al traste con 70 años de gobiernos
consecutivos del PRI.
Y es que desde 1930, aunque en esa época bajo las siglas del PNR,
hasta el año 2000 con la victoria de Vicente Fox del PAN, nadie que no
fuese un priista detentaría la presidencia de la República. De hecho, la
primera organización política de América Latina en devenir en
Partido-Estado, sin duda alguna, sería el PRI de México, lo que en una
ocasión llevó al escritor premio Nobel de Literatura, Mario Vargas
Llosa, a bautizar el sistema construido por esta organización política
como la dictadura perfecta. Esto anterior, argumentaba el letrado
peruano, toda vez que habrían logrado conseguir revestir de democracia,
por vía de la celebración de elecciones continuas y de relevos
ininterrumpidos a nivel presidencial, un engranaje estatal que les
permitía ejercer un control y un dominio solo equiparable al de las
dictaduras.
¿Qué sucedió entre 1988 y el año 2000 para que, finalmente, saliera
el PRI del poder? ¿Cuáles lecciones, si alguna, habría en ese
acontecimiento para el Partido de la Liberación Dominicana?
Nuevo milenio sin el PRI
No tendría por qué sorprender a nadie enterarse de que las razones que explican la salida del PRI del poder, luego de 70 años consecutivos al mando, son las mismas que han causado el desplazamiento de otras fuerzas políticas, indistintamente del país que se trate, del credo ideológico que profesen o del tiempo que hayan dirigido el Estado. Entre 1988 y el año 2000 se sucederían una crisis política que la iniciaría la escisión de la Corriente Democrática del PRI, que posteriormente se convertiría en el PRD mexicano, y la elevaría a recuerdo imborrable, el asesinato de Luis Donaldo Colosio, quien como candidato presidencial para las elecciones de 1994 aspiraba a reformar el partido y el Estado mejicano. Luego, la inestabilidad social y política en el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, matizada por alzamientos indígenas en el estado de Chiapas; protestas sociales y rechazo a la corrupción; privatizaciones impopulares y hacia el final de su mandato, más violencia política. Finalmente, a partir de finales de 1994, y a inicios del mandato de Ernesto Zedillo, iniciaría una brutal crisis económica que sellaría el destino del PRI, al menos para las elecciones del año 2000.
No tendría por qué sorprender a nadie enterarse de que las razones que explican la salida del PRI del poder, luego de 70 años consecutivos al mando, son las mismas que han causado el desplazamiento de otras fuerzas políticas, indistintamente del país que se trate, del credo ideológico que profesen o del tiempo que hayan dirigido el Estado. Entre 1988 y el año 2000 se sucederían una crisis política que la iniciaría la escisión de la Corriente Democrática del PRI, que posteriormente se convertiría en el PRD mexicano, y la elevaría a recuerdo imborrable, el asesinato de Luis Donaldo Colosio, quien como candidato presidencial para las elecciones de 1994 aspiraba a reformar el partido y el Estado mejicano. Luego, la inestabilidad social y política en el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, matizada por alzamientos indígenas en el estado de Chiapas; protestas sociales y rechazo a la corrupción; privatizaciones impopulares y hacia el final de su mandato, más violencia política. Finalmente, a partir de finales de 1994, y a inicios del mandato de Ernesto Zedillo, iniciaría una brutal crisis económica que sellaría el destino del PRI, al menos para las elecciones del año 2000.
Fue la tormenta perfecta, que encontraría su génesis en un reclamo a
lo interno del partido en el 1987 para que se sustituyera “el dedazo”
como método de escogencia de los candidatos presidenciales, y que
fraguaría lenta pero progresivamente en los 12 años posteriores. Sin
embargo, indudablemente, el punto álgido lo constituirá siempre lo
sucedido a Luis Donaldo Colosio, y no solo por la manera desalmada y
escalofriante en que fue asesinado, y ni siquiera porque siempre se ha
sospechado que este magnicidio tuvo un autor intelectual en las altas
órbitas del PRI, sino por lo que simbolizó su extinción de la escena
política del momento.
Colosio aparentemente entendía con claridad los tres desafíos de su
coyuntura: un partido deformado y desnaturalizado por su anquilosamiento
en el poder; una sociedad que exigía justicia y consecuencias ante las
aberraciones políticas del momento; y una desigualdad socioeconómica que
precisaba de una urgente intervención que apartaría a su partido del
sendero del neoliberalismo de Salinas. La dificultad, naturalmente, era
que emprender estas transformaciones equivalía, en múltiples órdenes, a
arremeter contra la cultura, conducta y legado de su propio PRI. Y por
ello, pagó el precio.
Pero es justamente en esto, en los diagnósticos y propuestas
articulados por Colosio, que podría residir una lección aprovechable
para el PLD.
EL PLD de hoy y mañana
El PLD, al igual que aquel PRI, también ha derivado en un Partido-Estado, donde la jerarquía máxima de la organización es un espejo de fieles reflejos de la jerarquía máxima del Estado. Este PLD, al igual que el PRI, necesita de una profunda reforma, donde el partido recobre su identidad y propósito organizacional, y pueda ser capaz de desarrollar agendas orgánicas que sean representativas de la problemática dominicana de esta segunda década del siglo XXI que pronto iniciará. Al igual que el México de los tiempos de Colosio, un amplio sector de la República Dominicana de hoy, exige más institucionalidad, más justicia, más seguridad, más equidad y mayores y mejores oportunidades. Y aunque no hayamos verificado una crisis como la que le tocó enfrentar al presidente Ernesto Zedillo, nuestro ritmo de endeudamiento, la baja presión tributaria, la deficiente calidad del gasto público y nuestro modelo productivo, podrían estar sonando clarinadas de lo que ha de venir.
El PLD, al igual que aquel PRI, también ha derivado en un Partido-Estado, donde la jerarquía máxima de la organización es un espejo de fieles reflejos de la jerarquía máxima del Estado. Este PLD, al igual que el PRI, necesita de una profunda reforma, donde el partido recobre su identidad y propósito organizacional, y pueda ser capaz de desarrollar agendas orgánicas que sean representativas de la problemática dominicana de esta segunda década del siglo XXI que pronto iniciará. Al igual que el México de los tiempos de Colosio, un amplio sector de la República Dominicana de hoy, exige más institucionalidad, más justicia, más seguridad, más equidad y mayores y mejores oportunidades. Y aunque no hayamos verificado una crisis como la que le tocó enfrentar al presidente Ernesto Zedillo, nuestro ritmo de endeudamiento, la baja presión tributaria, la deficiente calidad del gasto público y nuestro modelo productivo, podrían estar sonando clarinadas de lo que ha de venir.
Pero aquí, al PLD de ahora, como al Colosio de ayer, le asoma el
mismo dilema: es que no hay manera de enderezar las torceduras citadas
previamente sin que en ese esfuerzo se arremeta contra, al menos,
algunas ejecutorias, algunas políticas y algunos protagonistas del
exitosísimo PLD de ayer. Por eso, no será labor de esta generación, la
que continuará reinando uno o dos cuatrienios más, acometer las
transformaciones necesarias. Será esa una labor de la generación de
relevo, que, esperemos, no tenga que pasar por una tragedia al estilo
Colosio para ver cristalizar su responsabilidad histórica.
Si fuese un peledeísta del mañana el depositario de esa tarea, tendrá
que ser valiente en señalar con autoridad y coherencia los errores y
excesos de su partido del ayer, para así reconstruir la relación
partido-sociedad que permita a ese PLD ser una opción deseable por
inspirar, en lugar de una elección por resignación.
A veces la valentía consta solo de eso, de salir y enfrentar tu
pasado para redefinir tu futuro. Eso hace un verdadero reformador. Y no
olvidemos lo que dijera Maquiavelo sobre los reformadores, parafraseado
casi fidedignamente por el presidente Salinas de Gortari al inicio de
“1994”: el reformador se enfrenta a doble desventaja; porque por un
lado, los cambios efectuados pasan a afectar de inmediato y
negativamente al status quo, pero las bondades y beneficios de esos
mismos cambios solo se verán en el tiempo, cuando tal vez ese reformador
ya sea un recuerdo del pasado. Necesitamos reformadores.
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