Para aprobar la zarandada y muy esperada Ley de Partidos, los que tenían
la capacidad para decidir la suerte de la controversial pieza
regulatoria debieron pensar en algo más que en darle al país “la ley
posible”, proponiéndose que lo que saliera del Congreso no dejara a su
paso una estela de disgustos partidarios, y de quejas y ruidos en
sectores importantes de la sociedad, como las iglesias, diversos grupos
de oposición, medios de comunicación y constitucionalistas, cuyos
argumentos no fueron tomados en cuenta por legisladores que respondían
ya a una línea marcada.
Se tiene la ley, finalmente, pero sin reparar en
los costos, ya no solo en dinero -que también los tendrá-, sino
políticoinstitucional, con la erosión de la unidad que debe primar en el
partido oficial, como garantía de seguir en el poder; a partir de
sobresaltos y temores con declaraciones extemporáneas e imprudentes,
como las de Lidio Cadet y las de los ministros Ramón Fadul y Javier
García, cuando la pieza apenas había sido aprobada en una de las dos
cámaras. Solo esto -quizá “amagos” no autorizados, pero tampoco
desautorizados- llevan a sospechas de eventuales intentos de entes de
poder de modificar en algún momento reglas de juego institucionales que
el país se ha dado por las vías democráticas. De ser el caso -y puede
que sin alcanzar a ver los riesgos-, se daría pie a enrarecer el clima
políticosocial del país y la propia gobernabilidad, provocando
distracción en las ejecutorias del presidente Danilo Medina en varios
renglones en los que ha tenido éxito gubernamental. La ley ideal era la
del “consenso posible”, que en comisión se llegó a firmar, donde todos
salían conformes, sin vencidos ni vencedores y sin cuestionamientos de
orden constitucional. Además, sin que las cúpulas siguieran secuestrando
a la democracia interna de los partidos, y sin exponer a la JCE a
desgastarse en la organización de eventos internos de los partidos que
solo debía supervisar y certificar. No fue Leonel el derrotado esta vez,
sino el PLD, que le dio una estocada punzante a lo que ha sido su carta
de triunfo: unidad y vocación de poder. ¿En este lance, qué han ganado
Danilo y Abinader? Ahora, sus votos parieron la ley, pero el tiempo dirá
si fue una jugada política seria y certera de ambos o si, por ganancia
“pírrica”, la montaña pare mañana un ratón (¿). Luis apostó a atizar las
diferencias Danilo-Leonel (estrategia siempre fallida), pero “dinamitó
adentro” (dicen Max y Minou) a un Bloque Opositor que necesitaría para
crecer y ganarse el apoyo, de darse la alianza electoral contra el
candidato del PLD. Danilo no oyó a Leonel, pese a ser su garantíaÖ hasta
para terminar bien (¿).
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