El Partido Revolucionario Moderno (PRM), que no es ninguna de las dos
cosas, proyecta y predica la intención de ser diferente, de sentar
precedente en la política criolla. El dilema es que los lastres de
origen, las viejas prácticas antidemocráticas traicionan la buena
intención y cualquier idea de marcar distancia. Se sabía que la primera
convención del domingo del partido que lideran Abinader e Hipólito
sería un evento complejo, de muchos riesgos, y que por los disgustos y
los imprevistos de organización que podrían ocurrir, estaba frente a un
gran reto.
Pudiera decirse que el PRM pasó la prueba, porque hubo
problemas de organización del evento, pero no de agresión o
enfrentamiento entre compañeros. Eso solo es ganancia. Ahora bien, si el
PRM quiere ser - y demostrar- que es diferente- lo primero que debe
hacer es acabar con las viejas prácticas caudillistas, donde la
democracia interna está secuestrada por las cúpulas partidarias, que
son las que imponen lo que se hace o se elige, ya sea bajando líneas a
sus parciales o a través de señales no escritas que los “compañeros”
habrán de interpretar y acatar (¿). Hasta ahora, ni en el partido de
gobierno ni en los de la oposición hay un debate político, en todos lo
que se debate - o se busca- es el control del poder. Se filtró el
domingo que en unas doce provincias no se había podido votar por falta
de los materiales, aunque el presidente de la convención, Tony Raful,
dijo satisfecho en el primer boletín que de unos 382 organismos, solo
en unos 35 no se había podido participar. Lo del pacto o acuerdo no
escrito entre Hipólito y Luis para llevar a Paliza y a Carolina a la
presidencia y a la secretaría general del PRM, respectivamente, sin
dudas que influiría sobre los resultados finales, al margen de simpatías
que se tuvieren en la base o de los méritos reales del grupo de
aspirantes. De seguro que otros - y sin disgustos y sin el sabor amargo
por el cierre de oportunidades - hubieran sido los números, si el grupo
se bailotea en la base y se rasca con sus propias uñas. Hasta prueba en
contrario, lo que ocurrió en el PRM - a contrapelo de la democracia
interna y del nuevo estilo ofertado - fue una imposición de las cúpulas
que comparten Mejía y Abinader. ¿Qué dirán aquellos a los que se les
negó la oportunidad?
Por Luis Encarnación Pimentel ;-
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