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sábado, enero 27, 2018

▶️ Vladimir: El hijo de doña Altagracia Alvino

Para rendir homenaje a Vladimir Guerrero Alvino, bastaría con citar aquí sus hazañas deportivas. Recordar, por ejemplo, que, en las diez temporadas que van de 1998 a 2017 tuvo un promedio de bateo de .327, 35 jonrones y 114 impulsadas. Que el nueve veces All Star, tuvo siete campañas con promedio de bateo superior a .320. Capaz de batear un jonrón con absolutamente cualquier lanzamiento, por alocado que fuera, claro que fue grande este banilejo, peraviano, hijo de Don Gregorio y Nizao.
Y SIN EMBARGO...
Sin embargo, en estos tiempos en que es tan fácil perder el norte de la vida, cuando la sociedad occidental ha alcanzado cotas de alienación inimaginables, justo ahora en que somos víctimas de la “civilización del espectáculo”, es maravilloso celebrar el éxito deportivo de quien, rodeado de los suyos, ya era sumamente exitoso, y hablo del éxito de la felicidad, pero no la de los bienes materiales que a cada quien, -uno más que otro-, le toca administrar en esta vida por unas décadas, si no la felicidad cotidiana, la inmaterial del partido de softball con los amigos, el cerveceo fraterno “dando cuerda”, la dicha de “ganar” el tiempo caminando “las calles de tu felicidad”, inventarte un cocinao, para el cual tu pelas un chivo y tu santa madre lo cocina como nadie para ti, para los amigos, los vecinos y todo el que ande cerca, que, al fin, la fortuna compartida es la única posible, lo demás es administración y contabilidad.
FELIZ Y DESPISTADO
Gracias a su talento, disciplina, dedicación, a sus esfuerzos y a los de su santa madre y sus hermanos, Vladimir es rico, pero además con dinero. Podría no tenerlo y sería igual de rico, pobre materialmente entonces, pero rico en el más existencial sentido de lo que es riqueza. Cuando un hombre multimillonario en dólares es tan feliz y despistado al punto de esperar la llamada que le confirmó su entrada al salón de los inmortales del béisbol calzando chancletas Samuráis, es que estamos ante un raro espécimen de ser humano que ha encontrado en el amor de su madre, de su mujer, su familia y sus amigos, en su colmadón, su patio, un play, lo que no enseñan los libros y mucho menos da el dinero. Ser culto no es, necesariamente, ser humano.
“ASÍ SE TEMPLO EL ACERO”. -
Cuando en agosto de 1979, el ciclón David arrasó con la provincia Peravia y destruyó el pueblo de Don Gregorio, Vladimir tenía tres años, su familia no tenía nada, y sin embargo lo perdió todo. Posiblemente, gracias a esa tragedia que hundió a esa familia en la pobreza, llegó hasta ella la fortuna del coraje, la riqueza del espíritu fuerte, decidido, y como en la novela de Nicolái Ostrovski... “así se templó el acero”. Una señora madre, dama y mujer, doña María Altagracia Alvino fue el horno templador, y es el norte y el guía, la luz, la inspiración de Vladimir y sus hermanos. En su poema nacional, don Pedro Mir nos anuncia que al final de la vida no quiere más que paz, “un nido de constructiva paz en cada palma”; lo de doña Altagracia es menos poético y patriótico, lo de ella es seguir visitando a sus amigas, preparando bollitos de harina para el culto de su iglesia, mimando hijos, nietos y sobrinos, cocinando un chivo para todos cada vez que el convite de los Guerrero -luego de mil cervezas- lo reclama, y sobre todo, seguir siendo para sus “muchachos”,  lo que es y ha sido desde que los trajo al mundo... guía y oráculo de inspiración, sabiduría y respeto, ya dije.
A LA GLORIA EN CHANCLETAS SAMURÁIS. -
Por todo esto, mi homenaje a Vladimir pudo ser deportivo, pero no. Lo deportivo lo dejo yo a mis dilectos Yancen Pujols y Héctor Gómez, que manejan como pocos, estadísticas y anécdotas, no. Mi intención no ha sido otra, que el reconocimiento a este buen hijo de buenos hermanos que, en silencio, desde la felicidad que la humildad proporciona, le ha enseñado a un país alineadito de marcas, allante y poses, que se puede entrar a la gloria inmortal del deporte mundial calzando unas chancletas Samuráis.
Por Pablo McKinney  ;-
pablomckinney@gmail.com
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