TIENE MÁS DE CIEN AÑOS.- Lo que
tanto se demanda del gobierno un día se satisfará: aplicar mano dura a
los haitianos. Igual lo que se teme de ese conglomerado un día se
producirá: ser social y políticamente decisivos en territorio
dominicano. Ese monstruo tiene muchas cabezas, y ninguna pensante a
profundidad; pero llegará la circunstancia, y la circunstancia resolverá
a lo loco. Hasta ahora es un asunto de minorías rencorosas que no
olvidan ni cesan en sus propósitos, pero --como ocurre siempre- una de
esas minorías se convertirá en mayoría y decidirá.
Una vez se dijo que en el país vivía un millón de haitianos, y por necesaria compensación, igual cantidad de dominicanos en Nueva York. Con ambas cuentas se faltó al rigor, en su momento, pero ya pasado el tiempo, unos y otros son más. Allá y aquí. Aunque no se tenga claro el número, pues los dominicanos se consideran de allá y los haitianos juran que de aquí. El problema por tanto no es de inmigración, solamente. Es más diverso, más complejo y desborda cualquier marco. De entrada el natural, de salida el legal. Y si el lado humano, mejor no tocar esa tecla...
UN GOBIERNO LLEGARÁ.- Un gobierno se ocupará del asunto, que de eso no quepa duda, aunque nunca el actual. El problema le cayó del cielo en forma de sentencia y tuvo que asumirlo a su manera. Advirtió desde el primer momento que la Comunidad Internacional era una cruz muy pesada y que difícilmente encontraría Cirineo en el camino. Lo pensó y no se equivocó. No fue crucificado, pero ante sus ojos el madero, los clavos, el martillo y -por si fuera poco-- la soldadesca romana de los organismos, de las comisiones y cortes regionales. Pero no será así eternamente. Un día vendrá una administración con encomienda distinta y la política respecto a Haití y los haitianos será otra. Decir que diferente. Aunque tampoco nada nuevo, pues existen precedentes. El de Trujillo con su solución de sangre y el de Balaguer de manipulación electorera. Déjese de lado El Corte, un episodio que las élites haitianas tienen a mano y usan convenientemente. La condición de víctima le aprovecha, ya que por lo menos avergüenza al dominicano. Sin que haya razón para sonrojarse del oprobio, pues el dominicano padecía igual violencia. Muerto era muerto y la ignominia del tirano la misma...
APARTE CON LA POLÍTICA.- La política -más tarde o más temprano-- tendrá que hacer un aparte con los haitianos que reclaman la nacionalidad dominicana vía derechos ciudadanos. El tema se soslaya en las campañas y los candidatos no se atreven a jugársela, declarándose a favor o en contra de medidas más drásticas. Ese simple contar, registrar y dotar de carné a miles y miles no pasa de trámite. Burocracia que no afecta ni resuelve, a pesar del alto costo, y podría decirse que peor, que agrava la situación. El plan de regularización fue una suerte para todo extranjero ilegal, menos para los haitianos. Los grupos que se ocupan de su defensa lo consideraron un bochorno y no reconocen su éxito. De ahí las presiones indebidas y fuera de tiempo, pero que pone en evidencia el propósito verdadero. Que la República acoja o absorba esa población ambulante que no encuentra redención en su propia tierra. Contra ese designio está una parte de los dominicanos, como si fuera una situación nueva, y no la que se padece de años y que de década en década se hace más mortificante. Ahora se denuncia el gobierno, pero se acerca un evento crucial: las elecciones del 2020, y los candidatos deberán definirse. Danilo Medina hace lo suyo, y no le sale bien. ¿Qué pasaría si su sustituto fuera de oposición?...
ASUMIR POLÍTICAMENTE.- La cuestión luce interesante, pero improbable. ¿Cómo conseguir que los partidos, que los políticos y que los candidatos asuman militantemente el tema haitiano, que lo planteen en toda su dimensión y crudeza y prometan una solución adecuada? A Joaquín Balaguer en su momento le sirvió como soga para salirse de un remolino de agua que amenazaba con ahogarlo, y José Francisco Peña Gómez fue el vuelco perfecto. La fusión de las dos repúblicas fue la contra consigna y el designio de las grandes potencias, las mismas que ahora se llama Comunidad Internacional, de que al querer de los haitianos la isla fuera única e indivisible. Entonces se levantó un clamor y en hombros de ese clamor el difunto líder reformista retuvo el poder. Manipulación al más alto grado. Influencias reales en la sociedad. Intentarlo, cualquiera, pero en condiciones de lograrlo muy pocos. Incluso podría apostarse que nadie. ¿Acaso esa era la intención del Movimiento Tricolor, fallido antes de arrancar? Soliviantar el ánimo público no sería fácil, y tendría que ser un partido de arraigo, un candidato con posibilidades, y lamentablemente ni uno ni otro se venden en boticas. El buen tiempo no es suficiente, hace falta que la gente salga y se empodere de manera masiva...
Una vez se dijo que en el país vivía un millón de haitianos, y por necesaria compensación, igual cantidad de dominicanos en Nueva York. Con ambas cuentas se faltó al rigor, en su momento, pero ya pasado el tiempo, unos y otros son más. Allá y aquí. Aunque no se tenga claro el número, pues los dominicanos se consideran de allá y los haitianos juran que de aquí. El problema por tanto no es de inmigración, solamente. Es más diverso, más complejo y desborda cualquier marco. De entrada el natural, de salida el legal. Y si el lado humano, mejor no tocar esa tecla...
UN GOBIERNO LLEGARÁ.- Un gobierno se ocupará del asunto, que de eso no quepa duda, aunque nunca el actual. El problema le cayó del cielo en forma de sentencia y tuvo que asumirlo a su manera. Advirtió desde el primer momento que la Comunidad Internacional era una cruz muy pesada y que difícilmente encontraría Cirineo en el camino. Lo pensó y no se equivocó. No fue crucificado, pero ante sus ojos el madero, los clavos, el martillo y -por si fuera poco-- la soldadesca romana de los organismos, de las comisiones y cortes regionales. Pero no será así eternamente. Un día vendrá una administración con encomienda distinta y la política respecto a Haití y los haitianos será otra. Decir que diferente. Aunque tampoco nada nuevo, pues existen precedentes. El de Trujillo con su solución de sangre y el de Balaguer de manipulación electorera. Déjese de lado El Corte, un episodio que las élites haitianas tienen a mano y usan convenientemente. La condición de víctima le aprovecha, ya que por lo menos avergüenza al dominicano. Sin que haya razón para sonrojarse del oprobio, pues el dominicano padecía igual violencia. Muerto era muerto y la ignominia del tirano la misma...
APARTE CON LA POLÍTICA.- La política -más tarde o más temprano-- tendrá que hacer un aparte con los haitianos que reclaman la nacionalidad dominicana vía derechos ciudadanos. El tema se soslaya en las campañas y los candidatos no se atreven a jugársela, declarándose a favor o en contra de medidas más drásticas. Ese simple contar, registrar y dotar de carné a miles y miles no pasa de trámite. Burocracia que no afecta ni resuelve, a pesar del alto costo, y podría decirse que peor, que agrava la situación. El plan de regularización fue una suerte para todo extranjero ilegal, menos para los haitianos. Los grupos que se ocupan de su defensa lo consideraron un bochorno y no reconocen su éxito. De ahí las presiones indebidas y fuera de tiempo, pero que pone en evidencia el propósito verdadero. Que la República acoja o absorba esa población ambulante que no encuentra redención en su propia tierra. Contra ese designio está una parte de los dominicanos, como si fuera una situación nueva, y no la que se padece de años y que de década en década se hace más mortificante. Ahora se denuncia el gobierno, pero se acerca un evento crucial: las elecciones del 2020, y los candidatos deberán definirse. Danilo Medina hace lo suyo, y no le sale bien. ¿Qué pasaría si su sustituto fuera de oposición?...
ASUMIR POLÍTICAMENTE.- La cuestión luce interesante, pero improbable. ¿Cómo conseguir que los partidos, que los políticos y que los candidatos asuman militantemente el tema haitiano, que lo planteen en toda su dimensión y crudeza y prometan una solución adecuada? A Joaquín Balaguer en su momento le sirvió como soga para salirse de un remolino de agua que amenazaba con ahogarlo, y José Francisco Peña Gómez fue el vuelco perfecto. La fusión de las dos repúblicas fue la contra consigna y el designio de las grandes potencias, las mismas que ahora se llama Comunidad Internacional, de que al querer de los haitianos la isla fuera única e indivisible. Entonces se levantó un clamor y en hombros de ese clamor el difunto líder reformista retuvo el poder. Manipulación al más alto grado. Influencias reales en la sociedad. Intentarlo, cualquiera, pero en condiciones de lograrlo muy pocos. Incluso podría apostarse que nadie. ¿Acaso esa era la intención del Movimiento Tricolor, fallido antes de arrancar? Soliviantar el ánimo público no sería fácil, y tendría que ser un partido de arraigo, un candidato con posibilidades, y lamentablemente ni uno ni otro se venden en boticas. El buen tiempo no es suficiente, hace falta que la gente salga y se empodere de manera masiva...
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